Todos sabemos lo que pasa en la política coahuilense a casi un año de las elecciones para Gobernador del Estado: pero al Partido Acción Nacional le resulta insólito —y es piedra de escándalo para algunos editorialistas políticos— que Humberto Moreira declare sus intenciones de llegar a gobernar el estado de Coahuila y haga juntas con sus amigos y partidarios en busca de la simpatía y los votos de sus compañeros de partido.
Dicen que al que madruga Dios lo ayuda; pero también se afirma que no por mucho madrugar amanece más temprano. ¿Cuál de estos dos refranes populares vale para los políticos encarrerados en la conquista del cargo que ahora ostenta Enrique Martínez y Martínez?
Si un político no se puede promover ante la ciudadanía, ¿qué debe hacer entonces quien quiera ascender en su carrera de servicio público? ¿Encerrarse en un claustro conventual a rumiar sus sueños y ambiciones? ¿No es la actividad política, por esencia, una tarea de comunicación con los electores para promover y convencer con sus ideales políticos? ¿Cuántos años antes del dos de julio del año 2000 se plantó Vicente Fox en el foro de la política para competir por la Presidencia de la República? En 1998, un año antes de las elecciones, supimos por Enrique Martínez que estaba presto a dar la pelea electoral y esperaba que el PRI propiciara una competencia interna previa respetable, libre y legítima. Para ganar votos dentro del PRI o ante la ciudadanía anunció entonces que iba a trabajar y a demostrar que tenía ideas, proyectos, equipo humano, interlocutores y ganas de bien gobernar, e ipso facto emprendió sus actividades.
Antes de esos días, nada democrático sucedía en el viejo PRI, los procesos preelectorales devenían fluidos y calmos. Luego el país clamó por la democracia, que ahora existe; aunque los dirigentes de los propios partidos insistan en controlarla y manipularla para su beneficio. El ciudadano, escribía ayer Salvador Hernández Vélez, está difuminado en la escena política.
Es público y notorio que existen y trabajan ahora siete aspirantes a la candidatura del PRI. Tres aún desempeñan responsabilidades administrativas. En el Gobierno estatal: Raúl Sifuentes y Javier Guerrero; en el municipio de Saltillo: Humberto Moreira Valdés; otros cuatro tienen un compromiso legislativo; Óscar Pimentel, Miguel Arizpe, Jesús María Ramón y Alejandro Gutiérrez. Cada cual con un propio trampolín desde el cual impulsar sus pretensiones.
En el PAN, único partido de oposición que compite seriamente contra el PRI, hay también varios precandidatos; se muestran pero se abstienen de hacer ruido, pues no necesitan votos afiliados para obtener la candidatura. El PAN prefiere desahogar sus procesos selectivos ante el Consejo Estatal, como lo hace en la designación de sus dirigentes. ¿A qué gastar dinero y desgastar activistas fuera de tiempo si en el PAN las designaciones se deciden por unas cuantas personas?
Del Partido de la Revolución Democrática no hay de quién hablar. No existe en sus filas un aspirante viable en el cual se pueda fincar una esperanza de candidatura. El PRD parece estar al acecho de un conflicto entre el PRI y sus precandidatos, como sucedió hace seis años en Zacatecas y luego en Tlaxcala, Baja California Sur y Nayarit. Entonces el PRD tendió una alfombra amarilla a los pies de los priistas que habían sido desahuciados en las respectivas competencias internas del tricolor y sobre ella fueron conducidos a la candidatura. Y ganaron las elecciones formales porque, además, los rechazados por el PRI acarrearon al PRD los sufragios de sus adherentes y en el PRD permanecen, según quedó demostrado en la reciente elección del estado de Zacatecas.
Han cambiado usos, costumbres y servidumbres en nuestra política; lo que no puede, ni debe cambiar, es el concepto de unidad y disciplina en las filas de los partidos, pues sin esto resulta imposible construir organizaciones electorales que apoyen y sirvan eficazmente a las instituciones del Estado y a los ciudadanos. El sistema democrático es competitivo por definición, más queda claro que los procesos electorales reclaman un orden legal dentro de la libertad, exigen respeto mutuo en la competencia entre partidos y candidatos y requieren normas claras para la operatividad política. Todo se puede si deseamos preservar la unidad política y la armonía de la sociedad por encima de cualquier interés personal o partidista.
Sin excepción, todos los aspirantes priistas a la Gubernatura de Coahuila tienen razones de respeto y reconocimiento ante el gobernador Enrique Martínez, cuya responsabilidad política no concluye todavía en Coahuila; el primer deber de los precandidatos a la sucesión es ayudar a mantener la paz social y la armonía política en su equipo de trabajo, para luego contender, quien haya de hacerlo, en la lucha democrática contra los otros partidos.
La vida es muy contradictoria: Unos dicen que al que madruga Dios le ayuda; pero otros afirman que no por mucho madrugar amanece más temprano. A’i que el pueblo, que les entiende a los políticos, decida quién tuvo la razón.