Hace cuatro años éste columnista expresó que cualquier gobernador de las 32 entidades federativas podrían tener la oportunidad de alcanzar la candidatura presidencial de su partido, siempre que los dirigentes del PRI asumieran su liderazgo con responsabilidad y sus colegas se adhirieran a su aspiración.
Por desgracia, ni los gobernadores han actuado con desinterés personal y solidario, ni el dirigente nacional del Partido Revolucionario Institucional ha entendido que su deber como Presidente del comité ejecutivo nacional es contener sus propias aspiraciones políticas para estar en aptitud de conducir una elección interna de candidato que cohesione y vigorice al PRI como condición fundamental para su triunfo en los comicios a que convocará en 2006 el Instituto Federal Electoral.
El PRI no fue manumitido de la tutoría esclavizante y autoritaria del presidente de la República por hechos propios, sino por una coyuntura histórica generada con la peor de las malas leches por el neoliberalismo económico del presidente Salinas de Gortari, quien buscaba matar al PRI y enterrarlo para siempre. Sucedió sin embargo el advenimiento de la democracia y por ella sobrevino el triunfo electoral de un entonces desconocido político de oposición, Vicente Fox, que luego fue adoptado por el Partido Acción Nacional.
Esta contingencia hizo realidad la secular aspiración de los mexicanos por las elecciones libres y legítimas, pero el antiguo partido oficial quedó decapitado y tembloroso a la espera de un tiro de gracia, el cual no pudo ser ordenado por el presidente Fox, ni por el PAN y el PRD, pues el PRI ganó la mayoría de las curules y escaños en el Congreso de la Unión, y se convirtió en factor indispensable del Gobierno, o del desgobierno, en la República Mexicana.
No obstante, el partido tricolor pareció perder el control de su Gobierno interior, pues afloraron las ambiciones personales de sus más destacados miembros en pos de la presidencia de la República. El Instituto Federal Electoral, organismo ciudadano constituido por el Gobierno Federal para la organización y vigilancia de las elecciones federales, se convirtió en celoso curador de la actividad política nacional. En esas condiciones el PRI pasó a ser un partido como cualquier otro, después de haber sido el partido único en la nación; más pareció que entonces no acataba todavía la inminencia y la importancia de su nuevo protagonismo.
A partir del primero de septiembre del año 2000, día de la apertura del período ordinario de sesiones del Congreso Federal, la situación del PRI fue revertida y pasó de la condición de partido gobernante a la de partido de oposición, con la pérdida de los antiguos privilegios económicos y políticos que durante más de setenta años le otorgaron el monopolio electoral de la República. Cosas verdes: actualmente el PRI carece de recursos económicos, y no encuentra medios de conseguirlos. No hay tendajo que le fíe, ni banco que le confíe; no hay militante que aporte y carece de influencia ante el Instituto Federal Electoral que lo mantiene a raya en la dispensa de subsidios electorales; y aún más: le vigila el gasto, escruta sus movimientos administrativos y contables y se lo sanciona públicamente.
Nunca antes presentó la política mexicana una situación preelectoral tan compleja e intrincada en víspera de los comicios federales.. En el PRI todos están contra todos. Contrariamente a lo que canta el tango argentino, el músculo duerme y la ambición trabaja en espera de que un clarín se escuche y los llame la patria; Tanto Roberto Madrazo, su presidente nacional, como los 32 gobernadores de las entidades federativas, desean ser candidatos a la presidencia de la República y hacen el máximo esfuerzo por alcanzar ese honor.
¿Cómo podrán lograrlo si no existe en el PRI un órgano que convoque, pondere y defina el medio de llegar a ese objetivo? Hay, en cambio, un líder nacional en pie de combate, crecido por sus anteriores triunfos, que manipula los órganos internos del partido para ser ungido con los óleos como candidato a la máxima autoridad política del país; a él y no a otro precandidato que surja por ahí. Por otra parte, los gobernadores podrían ser un factor de equilibrio y sensata responsabilidad en la coyuntura electoral; pero cada uno de ellos posee su propio corazoncito y encuerda sus propios sueños presidenciales. ¿Cómo podrían, entonces, asumir una conducta equilibrada en la difícil tarea de escoger al mejor candidato a la presidencia?
Frente a frente lo único que podrán conseguir los gobernadores del PRI y la dirigencia de ese partido será acabar con él, lo cual nunca lograrían hacer los partidos opositores si el PRI y sus mejores políticos decidieran mantenerse unidos en la reconquista del poder público. Con Andrés Manuel López Obrador en un Partido de la Revolución Democrática capaz de todo; con un Poder Ejecutivo Federal sin timonel ni gobernalle; con los sectores empresariales decididos a enfrentar lo que sea con tal de lograr un país en producción deberíamos ponernos de rodillas a rezar la Magnífica. Hay panino para cualquier dictadura.