Cuando el presidente de la República mandaba sobre el PRI y sobre los otros poderes federales, los gobernadores, los poderes estatales, los presidentes municipales y sobre todos los mexicanos, los procesos electorales locales no estaban tan sueltos como están ahora, esperamos que sea para bien.
Dos o tres cafés había entonces donde algunos connotados saltillenses se reunían a diario entre las 11 y las 12 horas, o de 18 a 19 horas por las tardes, a conversar sobre las pocas cosas conversables que sucedían en este Saltillo de nuestros pecados, en los años 40 y 50 del siglo pasado.
La vida política no era especialmente agitada: 1) cada seis años cambiábamos de gobernador; 2) cada tres de presidente municipal; 3) por trienios contábamos los ejercicios de la legislatura del Estado y 4) entre unas y otras elecciones se traslapaban, como ahora, los comicios federales...
¿A quién informaban los “investigadores” políticos? Ellos tenían el sagrado deber de informar al Secretario de Gobernación y al Presidente de la República sobre las reacciones de la ciudadanía ante la mención de los nombres de aquellos políticos destacados y probables candidatos a gobernador, alcalde, diputado, etc; eso que ahora llaman “sondeos de opinión pública” que son más caros y confiables...
Llegaban esos señores a Saltillo en forma discreta, pero no a escondidas, como hemos dicho. Lo primero y obligatorio era presentarse humildemente ante el gobernador del Estado y su secretario de Gobierno a informar la comisión que los traía por estos lares, a ponerse a la orden del Gobierno local y obtener, con el mayor grado de dignidad posible, que hiciera frente a los gastos de hospedaje y manutención, pues “ya sabrán lo ridículos viáticos que suministra la Secretaría”.
¿De qué informaban estos susodichos investigadores? Obviamente daban las “generales” de los aspirantes a los cargos públicos, los nombres de sus esposas e hijos, sus relaciones de amistad o negocios, los datos más privados de su vida privada, sus compromisos y apoyos políticos, alguna referencia a sus estados financieros en forma confidencial y qué comentaba la gente sobre esas personas.
La segunda visita de los “inspectores” se hacía al presidente del comité estatal del partido (para todos los efectos “el partido” era el PRI). Ante el dirigente priista los “investigadores” adoptaban otra actitud: la humildad se tornaba prepotencia, la ignorancia suficiencia, la reserva locuacidad, etc. Presumían de sus grandes amistades políticas, su ascendiente con los funcionarios federales y con los líderes del partido y de sus sectores, etc. Con ello trataban de seducir a su interlocutor, ganar su confianza y sacarle provecho.
Si las cosas estaban intranquilas, si había descontento entre los sectores priistas o entre diversos grupos de opinión, los investigadores pasaban parte de la tarde interrogando, a modo de plática, a quienes podían darle luz sobre los alcances de las inconformidades. Los reporteros constituían una fuente de información fidedigna, así que también eran objeto de inquisiciones. Por las noches, cuando la ciudad dormía, ellos descolgaban el teléfono de su habitación y transmitían un corto texto con el informe en clave, por aquello de los pajaritos en los alambres.
Casi al mismo tiempo arribaban los delegados del partido: otros que todo lo sabían en materia de política y de elecciones, pues eran políticos en descenso o en estado de reserva para los cuales no había ocupación posible en la capital de la República, así pues venían a Coahuila a llenar la tripa del mal año; hacían mancuerna con los investigadores y entre ambos explotaban la candidez y la esplendidez de los aspirantes a los cargos electorales. Hace un par de años algunos distinguidos miembros del PAN, hoy partido en el poder, denunciaron a uno de los delegados de su comité nacional por observar parecidas formas de conducta, consentir los halagos y humano al fin solicitarlos, agradecido por las previas y múltiples muestras de atención. Ingenuos, habíamos imaginado que al arribo del partido azul y blanco en la presidencia de la República se cancelarían tales formas de conducta; pero debemos confesar que nuestro alejamiento de la política nos hace ignorar si así fue, si así es y a qué grado.
Lo cierto es que dichas prácticas fueron, por derecho propio, parte del folklore político priista que privó en el país durante más de 70 años y bien podrían proseguir, saltando de partido en partido en días de casi pluralidad, como los mismos políticos. Ahora vemos a Elba Esther Gordillo, antes acérrima priista y hoy en pleno coqueteo con los prohombres de azul y blanco o a nuestro apreciado amigo y gentil hombre, Chuy María, en abiertas visitas de cortesía ante doña Esther Quintana, la inteligente y nueva líder del comité estatal panista…