Con frecuencia nos congratulamos de vivir en la provincia, aunque vivamos seducidos y añorantes de los múltiples atractivos de la capital mexicana. En estos días Saltillo nos ha permitido gozar de su espléndido clima, ahora casi tan bueno como el de los años cincuentas del siglo pasado; su entorno rural ha vuelto a lucir las flores del campo, entre el verde tierno que bien sienta a las plantas en la estación más asoleada del año. Y como han habido lluvias frecuentes, en las tardes respiramos un aire limpio, húmedo y nostálgico, como el de otras épocas felices y benignas, no sólo en índices climáticos sino en prospectiva política, económica y social.
Pero la capital de la República es otra cosa, a pesar de sus diarias lluvias, sus tradiciones, oferta cultural y vida cosmopolita. Es asiento del absoluto centralismo que padecemos; sede del Gobierno nacional y de sus innumerables tentáculos de poder político. Ciudad de confluencias insospechadas y conflictos atemorizantes que cada vez se torna más peligrosa y difícil de habitar; y sin embargo contiene a más de 20 millones de tercos habitantes que día tras día salen a la calle por justificadas, diversas y complejas causas y tornan a sus hogares con una queja más contra la vida, sobre todo en materia de seguridad pública.
Los robos, asaltos, secuestros; la violencia física por un quítame de ahí esas pajas; la agresión verbal y de hecho para ganar un sitio en la calle, sea para circular, para estacionarse o para hacerse vivir en el comercio informal; la indiferencia policíaca frente a los distintos incidentes, accidentes y dramas que provoca la difícil convivencia urbana; el diario enfrentar a la ominosa autoridad de punto, siempre atenta al menor descuido de los conductores de automóviles para dar la tarascada oficial que se llama “mordida”. La tensión de vivir en alerta permanente contra los muchos e imprevisibles azares que pueden acaecer en ocho, 12 ó 16 horas de obligada coexistencia callejera, maremágnum de inconvenientes, dificultades y riesgos donde se juega la vida para (poder) ganarse la vida; suprema paradoja existencial cuyo angustiante precio pagan “al chas” todos los capitalinos: “Aquí nos tocó vivir y ni modo”.
No hay clase social que esté exenta de caer en las trampas de la oficiosa ley urbana que rige en la antigua ciudad de los palacios. Ricos y pobres, por igual, viven a cada día la intranquilidad, la zozobra, el tormento y la pena. Quienes pueden pagar, pagan a precio de oro la relativa protección de algunos guardaespaldas que a la hora de la verdad sirven para muy poco. Los que no pueden, simplemente se someten y entregan el reloj, la cartera, el automóvil, y aún así arriesgan la vida: “¡Ya me viste, cabrón, te vas a tener que ir” y lo matan.
Los habitantes de la orgullosa región más transparente del aire ya no saben qué hacer con la inseguridad; por eso se reunieron en una marcha pública ordenada y silenciosa para que lo vieran las autoridades de la ciudad y del país, el ejército y las innumerables corporaciones policíacas existentes, y aún quienes guardaron un silencio temeroso de represalias y rehuyeron unirse a la protesta multitudinaria; para que los habitantes de las entidades federativas abran bien los ojos y tomen prevenciones, pues si no lo hacen quizás mañana podrán sufrir lo mismo que padecen a diario quienes sobreviven en el Distrito Federal.
No sabemos si hubo discursos o fue el silencio el que habló; si el presidente oyó el mensaje o si lo entendió el críptico Jefe de Gobierno de la capital; si lo captaron los irresponsables policías y sus triviales capitostes, que a todo quitan importancia con tal de no enfrentar la realidad; o si los gobernadores interpretaron la intención de la marcha y ya se aprestan a tomar prevenciones urgentes; o si los alcaldes se irán a poner exigentes y atingentes…Lo cierto es que el drama de los capitalinos puede ser muy pronto la tragedia de los provincianos. Que ahora vivamos en aparente tranquilidad no garantiza inmunidad en el futuro.
Ese fue, suponemos, uno de los mensajes silenciosos de la marcha-manifestación que tuvo lugar el pasado domingo en la ciudad de México, Distrito Federal. El otro, creemos, es la expresión del hartazgo ante la estéril pugna de Vicente Fox con Andrés Manuel López Obrador. Ambos personajes provocan la náusea de la sociedad y convocan a la impaciencia ciudadana. Cuidado con las consecuencias…