El manido “federalismo mexicano” ha sido propuesto en los últimos años para muchos fines, pero siempre se ha pospuesto; pocas veces hemos hecho algo concreto para convertirlo en realidad, honrar su origen y ponerlo al servicio del esencial propósito del Poder Legislativo constituyente: crear una República representativa, democrática y federal con estados libres y soberanos, capaces de gobernarse a sí mismos, ejercer libremente sus presupuestos fiscales y contribuir con el Gobierno nacional para el engrandecimiento de la nación.
El simulado federalismo que vivimos no es de ahora, ni siquiera del siglo XX. Proviene desde los días posteriores a la aprobación de la Constitución General de 1857, en los cuales, ante los conflictos ideológicos y políticos, el presidente Ignacio Comonfort optó por renunciar al cargo y dio lugar a que después de varios interinatos y sustituciones de otros protagonistas liberales y conservadores, don Benito Juárez, presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, decidiera asumir la Presidencia de la República. Otras desavenencias acomodaron las cosas de tal modo que el señor Juárez no soltaría la Presidencia cuando fusiló a Maximiliano, pues reinstaló la República en julio de 1867 y protestó como Presidente en ese año y en 1871; siéndolo murió el 18 de julio de 1872.
Lo siguió don Sebastián Lerdo de Tejada, que había sustituido a Juárez hasta que en 1876 perdió las elecciones frente a don José María Iglesias; por ello abandonó el poder, dejándolo en manos de Iglesias, quien más tarde sería barrido en otros agitados comicios por el vencedor de la revolución tuxtepecana, el general Porfirio Díaz, que cedió los bártulos a su compadre Manuel González por un cuatrienio y cuando concluyó su mandato tornó a postularse y a postularse cada cuatro años hasta 1911, en que renunció obligado por su luenga edad y por la revolución maderista.
En los treinta y tantos años de dictadura porfirista se acendró el centralismo en la República, apenas con un poco de matiz democrático que aportó don Francisco I. Madero; Victoriano Huerta, usurpado del poder, fue vencido por Venustiano Carranza, quien fue en línea primer jefe constitucionalista y Presidente de la República quien ciertamente hablaba de federalismo, pero nada más. Los tiempos, las ambiciones de los caudillos y los conflictos con Estados Unidos no le darían oportunidad de materializar el viejo sueño federalista; en realidad, la Constitución de 1917, propuesta por Carranza, poco contiene, además de hermosas palabras, en pro del federalismo.
La mano dura siguió mandando en México: Venustiano Carranza, Eulalio Gutiérrez, Roque González Garza, Lagos Cházaro, otra vez Carranza, De la Huerta, Álvaro Obregón, Plutarco Elías Calles, Emilio Portes Gil, Pascual Ortiz Rubio, Abelardo Rodríguez, Lázaro Cárdenas del Río, Manuel Ávila Camacho, Miguel Alemán, Ruiz Cortines, Adolfo López Mateos, Gustavo Díaz Ordaz, Luis Echeverría, José López Portillo, Miguel de la Madrid, Carlos Salinas de Gortari, Ernesto Zedillo y finalmente Vicente Fox: lo único que todos hicieron sobre federalismo fue apretar el cincho fiscal a los estados.
Todavía existen, ahora, quienes consideran que el sistema que más acomoda a los mexicanos es el centralismo y remiten sus apoyos hasta los tiempos precolombinos. Hubo en los años cincuenta quien defendió al centralismo a partir de los defectos del autoritarismo priista y ahora hay quienes lo postulan para defender la globalización comercial. Son los políticos capitalinos que detentan las “virtudes” del Gobierno centralista. En la provincia, en cambio, sabemos lo terrible que resulta luchar a distancia contra las decisiones de autoridad, el manejo centralista del presupuesto fiscal, el soslayo con que los presidentes del país contemplan a los Gobiernos estatales y municipales y la forma inicua en que los partidos, centralistas por excelencia, manipulan la política nacional.
La Conferencia Nacional de Gobernadores se perfiló como una oportunidad única, en más de dos siglos, de darle la vuelta a la tortilla para tornar al anhelado sistema federativo; pero la capacidad de cambio que enseñó al principio parece difuminarse en tanto se demoran las decisiones importantes y en cuanto el aparato legislativo federal escapa del control de los gobernadores y queda cautivo en las rampantes manos de los líderes de los partidos políticos nacionales, especialmente del PRI, del PAN y del PRD. Pronto llegarán los días de la lucha política y toda esperanza de retomar la propuesta federalista puede escurrirse entre la baratija electorera, que para eso nos pintamos solos. Lo cierto es que mientras permanezca la República atada al centralismo social, económico, político, fiscal y mediático, nuestras expectativas de progreso y desarrollo tendrán que esperar, Dios sabe hasta cuándo.