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Hora cero/Saqueos de ayer y hoy...

Roberto Orozco Melo

De 1512 a 1821, en el período colonial, México, entonces territorio súbdito de España, sufrió un gran saqueo de minerales preciosos para beneficio de la monarquía.. Lo conocimos gracias a la historia y en la evidencia visual que ofrecen los altares repujados de oro y plata de sus catedrales e iglesias católicas; por los objetos sacros de uso ritual, eventualmente exhibidos en los museos; por la arquitectura y el mobiliario de maderas nobles visibles en los palacios civiles o de la realeza, así como por otros vestigios urbanos de aquellos tiempos en que el sol nunca se ponía sobre los dominios del Rey de España. Millones de toneladas de oro y plata, fueron extraídas a las minas mexicanas y trasladadas al viejo continente en los galeotes españoles, franceses, ingleses, y aún en la Nao de China, para su comercio con otras naciones.

Hoy se dice que tal crimen, igual que los de la Santa Inquisición, fue obra del tiempo, que no de España; y como ya prescribió nada podemos hacer, sino llorar, si acaso sirviera de remedio. Además, decía Ovidio, el tiempo es fugaz, se va y no vuelve; Cronos es inasible, incontrolable y por lo mismo irresponsable —¿quién reclama delitos al tiempo?— pero en su transcurso acontecen algunos hechos que más tarde se repetirán fatalmente, pues los ciclos históricos actúan con su propia lógica, según pudo haber dicho Carlos Marx.

En 1512 empezó la conquista de México por Hernán Cortés. Y sucedió que desde que éste sentó sus reales en Veracruz, y por 300 años, fue incesante el saqueo del oro y la plata nacionales, hasta que un día, el quince de septiembre de 1810, despertó el cura Miguel Hidalgo de su siesta canónica con un fuerte dolor de cabeza, y se dijo “ya basta”. Esa noche encabezó la insurgencia por la libertad e independencia del país. Los monarcas católicos se enteraron de la rebelión un par de meses después, pero como entonces veían amenazada su soberanía, no podían defender sus territorios americanos. Así fue que nos soltaron de la rienda y dejaron al juicio de los criollos y españoles residentes en la Nueva España la decisión de lo que podría ser de nuestro país en el futuro. Los indígenas estaban en peores condiciones que hoy, ni se les tomaba en cuenta.

Once años después la monarquía decretó la independencia de México el 21 de septiembre de 1821; los realistas españoles no alcanzaron a imaginar que transcurridos 183 años podrían recuperar los jugosos frutos perdidos, gracias a un refinamiento crematístico de la modernidad, que supera por mucho al yugo colonial del siglo XVI y subsecuentes: la globalización del comercio y la bursatilización de los intereses económicos.

Hace días informaron algunos medios de comunicación que los bancos extranjeros, adueñados de las instituciones de depósito, ahorro y crédito están más que boyantes, pues sus ganancias en México superan, en cantidades nunca soñadas, las parcas utilidades que reciben de sus propios países y por las cuales —dulcísima cereza en el martini— ni siquiera están obligados a rendir cuentas al Gobierno de México, ya que las compra y venta de instrumentos bursátiles fueron previa y fiscalmente exentados por las leyes respectivas.

En la recién planteada compra del total accionario de BBVA-Bancomer el importe es de 42 mil millones de pesos. La operación negociada, y parece que autorizada, no pagará, sin embargo, el impuesto sobre la renta del cual somos sujetos pasivos todos los mexicanos, opulentos, changarreros y similares. Igual vale decir que nuestras finanzas sufrirán una sangría monetaria lesiva para nuestra economía, pues nuestro sistema hacendario, tan eficaz y perseverante para perseguir a los pequeños y medianos contribuyentes, se quedará como el chinito del cuento en estas transacciones de empresas trasnacionales. La 42 veces mil millonaria operación ni siquiera pagará IVA o ISR. Además, los contribuyentes comunes y corrientes cargaremos, más temprano que tarde, con la liquidación de los pagarés del aborrecido Fobaproa que Bancomer y otras instituciones financieras recibieron de los ex-dueños en calidad de deuda gubernamental después el famoso “salvamento” del sistema bancario.

Hemos cruzado el proceloso mar de nuestra historia durante casi cinco siglos de naufragios políticos y saqueos diversos; hemos dejado que los últimos gobernantes plutocráticos de nuestra sedicente República democrática, representativa y federal hagan y tornen con nuestro destino y dinero como quieran y gusten; pero además hemos visto, impotentes, cómo todos los presidentes de la República han beneficiado a los ricos más ricos, pero nunca a los pobres más pobres... Callados, nos resignamos, como en los tiempos de la Colonia, para seguir en el camino que siempre nos conduce a ninguna parte . ¿Hasta cuándo?...

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