Que un alto funcionario del Estado mexicano sea acusado de un delito oficial no es un hecho frecuente; pero a veces sucede porque tras ello late el juego tramposo de la política, que suele colocar resplandecientes aureolas en las testas de los hombres públicos para luego eclipsarlos y sumergirlos en la infamia.
Los coahuilenses hemos visto varios dramas políticos en el curso de nuestra historia. Desde aquellas rijosidades por el control del poder local que condujeron al general Arnulfo González a su desafuero en 1923, hasta el escándalo mediático que perpetró el presidente José López Portillo para inducir la renuncia del gobernador de Coahuila, Óscar Flores Tapia. Mas no por sus actos como gobernador, sino por otros acaecidos cuando fue director general de Petróleos Mexicanos, es que Rogelio Montemayor Seguy protagoniza desde hace casi tres años uno de estos dramas de la vida pública, al cual no parece ser ajeno el ex presidente de México Ernesto Zedillo. Se trata del asunto de los préstamos de Pemex al Sindicato Petrolero, cuyos montos, se ha dicho, costearon parte de la campaña de Francisco Labastida Ochoa, derrotado candidato del PRI y dieron el motivo para que la Procuraduría General de la República consignara el caso ante el Poder Judicial.
Pero si los hechos no proceden de su época de gobernador, está claro que el resentimiento presidencial se engendró entonces, cuando Vicente Fox, también mandatario estatal en Guanajuato, recorría el país para publicitar sus aspiraciones presidenciales. En una de sus giras en el lato territorio coahuilense Fox vociferó contra el PRI y atacó al gobernador de Coahuila, quien respondió airadamente. En contra réplica un Fox desafiante lo emplazó para debatir cuál de los dos era mejor gobernador. Montemayor sonrió, tomó el reto a chunga y el guanajuatense se enfermó del hígado. Una vez triunfante en las elecciones del año 2000, el presidente en funciones Vicente Fox dedicaría dinero, tiempo y esfuerzo a buscar una causa penal contra el ex director de Pemex y al encontrar una presumible se refociló con ella por medio de metáforas acerca de la captura de peces grandes en su red anticorrupción.
Antes de que la Secodam concluyera una investigación sobre los préstamos al sindicato petrolero y la PGR integrara la respectiva averiguación ministerial, el secretario de la Contraloría, el Procurador General y el propio Presidente de la República dieron por consumada la pírrica victoria. Varios funcionarios de la paraestatal y dirigentes petroleros fueron igualmente acusados, perseguidos y declarados culpables; no por un juez competente, sino por los periódicos, el radio y la televisión. Esto convirtió en materia política lo que parecía materia procesal. Si los intereses políticos penetran el ámbito del Poder Judicial, nadie apuesta a su reacción. Montemayor, autoexiliado en Estados Unidos, presentó prudentemente una solicitud ante la oficina de Migración en Houston para trabajar en aquel país. Más aún, se ofreció a disposición de la autoridad judicial de EUA, ya que la PGR iba a intentar su extradición. La justicia estadounidense amplió la estancia de RMS en aquella ciudad hasta que la Procuraduría mexicana perfeccionara sus trámites ante el Departamento de Estado.
Finalmente, el pasado dos de septiembre, Montemayor Seguy retornó a la capital de la República y compareció en el Juzgado Federal de la causa para declararse inocente por los delitos de peculado simple y abuso de funciones públicas que le imputan. Acto seguido y previo recurso de amparo los abogados mexicanos consiguieron que permaneciera en libertad durante su proceso, lo que no es una gracia sino un derecho previsto por el Código Penal en los juicios por delitos no graves.
La vida pública de México es caníbal, siempre lo ha sido y los ciudadanos somos espectadores pasivos del banquete antropófago; pero, negligentes y cobardes, descreemos de quienes caen en la desgracia política. Sabemos que los amenaza la muerte civil y los vituperamos y juzgamos a priori, sin considerar que cualquier personaje político puede estar en turno de espera en la escena de la tragedia humana. En la casa del jabonero, el que no cae resbala.
La acusación contra Montemayor nos invita a reflexionar en lo inescrutable del destino humano: ¿Cómo imaginar, aquella mañana del primero de diciembre de 1999, el duro azar que acechaba a quien había entregado, cumplida, la conducción política y la administración del Estado de Coahuila? También pensamos en la tragedia, salteada con chispitas de poder, que vive Vicente Fox. ¿Pudo haber vislumbrado su mediato futuro mientras rendía su protesta constitucional como Presidente de la República? El pasado primero de septiembre y en días posteriores presenciamos una avalancha de oposiciones, censuras, incomprensión, crítica, juicios ácidos, vocabulario irrespetuoso, caricaturas sangrientas, impugnaciones, disconformidad y todos los recursos antagónicos que un partido político de oposición puede urdir contra un Gobierno adverso. Seguramente el señor Fox, por su calidad de jefe de uno de los tres poderes públicos de México, se siente comprometido a soportar con abnegación democrática y tolerante todas las palabras y actitudes de la oposición política; pero ¿cómo creen los señores de Los Pinos que los irá a registrar la historia, tan soslayada por ellos, al final del camino? Al principio la política paga bien, pero fatalmente acaba en drama.