Todo cambio trae consigo cierto grado de oposición, pues es común en cualquier ser humano que pretenda mantenerse en determinado estado al que ya está acostumbrado, independientemente de si el mismo no es el mejor para su entorno o si con él se impide el progreso de una ciudad. Pruebas de situaciones como ésta las ha habido en el pasado y la sociedad es testigo de cómo, en algunos casos, se ha llegado al extremo de paralizar obras públicas importantes por la sola oposición de unos cuantos.
Guardada toda proporción con esos otros casos, esta situación se presenta de nueva cuenta con los cambios en determinadas vialidades de la ciudad, ya que no obstante existir un consenso mayoritario de que las mismas son necesarias para una mejor circulación vehicular, el alcalde Guillermo Anaya difirió su puesta en operación, con el argumento de que muchas personas que habitan en la zona en que se implementarán esas medidas, se encuentran fuera de la ciudad y es necesario que primero se enteraran debidamente de esos cambios para evitar confusiones o accidentes futuros.
A juicio de algunos sectores ciudadanos, esos argumentos resultan falsos, pues supondrían que los conductores transitan sin la menor precaución o que no pueden ser informados de esos cambios hasta con una simple llamada telefónica de la autoridad o al través de avisos individualizados para enterarlos de las decisiones que ésta ha tomado y desde cuándo entraron en vigor los cambios comentados.
Con su actuar, el Alcalde da la impresión de asumir una actitud indecisa y medrosa, pues aunque ya había anunciado que esos cambios se realizarían pese a la oposición de unas cuantas personas, dio marcha atrás a la decisión del ayuntamiento y difirió su implementación y por ello más que un diferimiento se antoja una cancelación derivada de esa oposición vecinal, lo que entraña una falta de autoridad que se traduce en un retroceso para nuestra ciudad.
