Es una condición ineludible: los países que no promueven la ciencia y el desarrollo tecnológico están condenados a la pobreza.
Afirmación tajante como pocas, rebasa sin objeciones todas las posturas políticas. Todos los aspirantes a un puesto de elección popular prometen apoyar la educación, pocos lo hacen. En medio de debates, descalificaciones y señalamientos sin sentido, las autoridades han olvidado la meta fundamental para la que fueron elegidas: elevar la calidad de vida de los mexicanos.
Mientras el Gobierno insiste en buscar atajos inexistentes hacia el desarrollo, hay voces que nos recuerdan que ese camino pasa sin dudas por una educación más eficiente. La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico hace una advertencia sin tregua: el mayor reto para México es la capacitación de su población, ya que se encuentra muy por detrás de la mayoría de los países que integran al grupo multinacional.
Se debe fortalecer la investigación educativa pues ésta es insuficiente, poco atendida y ajena al nivel primario y secundario. En resumen, la estrategia nacional en la materia no refleja las prioridades nacionales. El reporte de la OCDE es más lamentable para quienes habitamos fuera de la capital: resalta que el interés por fortalecer el conocimiento es mucho más bajo en los estados.
En días pasados, la Secretaría de Educación Pública admitió que hay aspectos obsoletos en el sistema de instrucción. Como alternativa planteó una polémica iniciativa de reforma que, desde sus primeros días, ha sido señalada por sus inconsistencias.
Ayer el presidente Fox reconoció que es necesario invertir para superar el rezago histórico en ciencia y tecnología. En su discurso al entregar el Premio Nacional de Ciencia y Tecnología, don Vicente empleó un término que es en sí un átomo de esperanza: los recursos destinados a educar a los mexicanos deben ser vistos como inversión, no como gasto. Mientras no se perciban las cosas de otra forma seguiremos condenados sin remedio a la pobreza.