EL PAÍS
QUITO, ECUADOR.- Unos 260 mil ecuatorianos viven en España. Su país de origen guarda maravillas coloniales como la capital. Y en el Pacífico, el legendario archipiélago donde los animales no temen al hombre.
Las dos hembras de lobo marino asoman de repente dentro del agua, sin hacerse notar, demostrando sus dotes de nadadoras consumadas. Aman el juego, giran y dan vueltas en alegres contorsiones. Una de ellas se lanza de frente como un torpedo y se detiene a unos centímetros del cristal de las gafas del buceador, mira al intruso con curiosidad y en una pirueta se desvía y pasa a su lado sin rozarlo.
Las criaturas imitan las inmersiones de los dos bañistas, se alinean entre sí en sus divertidos avances, retozan, a veces tratan de comunicarse abriendo la boca. Durante una hora, el tiempo se transforma en un puro acontecimiento.
Cualquiera de los visitantes de las islas Galápagos vivirá la experiencia si lo desea y tiene ganas de aventura. Sólo hacen falta unas aletas, unas gafas y un tubo para el buceo de superficie. Y los lobos marinos, los animales más grandes de las islas, pueden aparecer en las aguas de cualquier playa y acercarse con inofensiva cordialidad.
Sólo una recomendación: no tocarlos, como ellos no tocan al bañista (salvo notar a veces el ligero roce de sus bigotes), respetando así un principio que debe regir en este lugar, el de no interferencia, el de simple disfrute de la presencia constante de animales que no temen al hombre.
En el Legend, uno de los 80 barcos con licencia para organizar cruceros, el pasajero más joven, Andrew Dibling, tiene diez años, y el más veterano, Richard Wood, 89. Las Galápagos (13 islas grandes, media docena pequeñas y un centenar de islotes situados a 960 kilómetros de la costa de Ecuador) son aptas para todas las edades.
Ambos pasajeros proceden de Estados Unidos y esta mañana están listos y bien dispuestos con sus chalecos salvavidas, a las ocho de la mañana, para desembarcar en Isla Fernandina. Los turistas se dirigen hacia la costa en pangas, pequeños botes a motor, en grupos que nunca superan las 16 personas.
Van acompañados de guías de la naturaleza que no les permitirán fumar, llevarse siquiera una piedra o salirse de los senderos. ?Ni, por supuesto, hacer sopa de tortuga??, dice uno de los monitores con un humor que también se agradece en esta reserva biológica sobrecogedora. El venerable quelonio que los piratas cargaban en los barcos a centenares, pues sobrevivía hasta un año en las bodegas sin agua ni comida, reina en las islas junto a sus compañeras las iguanas.
En 1959, el Gobierno ecuatoriano decretó la protección máxima del parque nacional, que ocupa el 97 por ciento del territorio y que debe ser abandonado antes de las seis de la tarde.
Iguanas
Una vez los turistas en tierra, el espectáculo está ahí mismo, casi impercetible. Las lisas se esconden creando círculos cuando un enorme pelícano alcatraz pasa en vuelo rasante sobre el agua en busca de su pez favorito. Las fragatas o tijeretas (famosas por los sacos gulares rojos que los machos hinchan en mayo, la época de apareamiento) sobrevuelan los manglares mientras en las clarísimas lagunas formadas por la marea baja varias tortugas asoman la cabeza.
A unos metros dormita un lobo marino (los machos son territoriales y conviene no acercarse, a riesgo de que emitan una especie de ladridos amedrentadores), y más allá, una hembra cuida de su cría recién alumbrada. Grupos de negras iguanas marinas escupen sin parar, y rojos cangrejos corretones y rapiñadores pueblan las rocas de lava petrificada.
No hay agresividad en el entorno, y eso desarma a los turistas, que sienten el despertar de una inocencia escondida y comprenden de pronto el por qué de la mitología de las Galápagos, uno de esos destinos a los que las agencias colocan la etiqueta de ?una vez en la vida??. Y por eso los 85 mil visitantes que desembarcan cada año no serán los mismos cuando se vayan, aunque ellos no lo sepan en un principio.
En un intento de explicar lo que la novelista Josephine Humphreys calificó como la ?genética inocencia?? de los animales que no se espantan de los hombres, el guía André Degel, de 50 años y de origen belga, dice: ?Las criaturas reaccionan al peligro, pero no lo tienen presente porque no han conocido grandes depredadores??. Y añade con laconismo: ?Las islas quedan dentro; llevan un mensaje, una energía que enseña la lección de que aprendamos a cuidar mejor nuestro planeta??.