Fundado aun antes de que se consagrara la existencia jurídica del Estado de Israel el 14 de mayo de 1948, el instituto que promueve las relaciones culturales entre aquella república y la mexicana, celebró el domingo pasado una asamblea de su consejo directivo, con el doble propósito de dar la bienvenida al nuevo embajador israelí en México, e incluir dos miembros a ese cuerpo colegiado.
El Instituto tiene su sede en República de El Salvador, cerca de Bolívar, un espléndido inmueble colonial convenientemente remozado. El presidente del Instituto, ingeniero David Serur, hizo la presentación del nuevo representante diplomático del Gobierno de Israel, David Daddon, que ya había servido a su país en el nuestro, hace poco más de veinte años, como joven primer secretario de la embajada.
Luego el señor Daddon fue consejero de información de la representación de Israel en París y a partir de 1993 se incorporó al departamento de proceso de paz en Oriente Medio, incluida una estancia en Marruecos. Fue ascendido a embajador en agosto de 2000 y destinado a Jordania de donde salió a mediados del año pasado, antes de volver a México.
Por su parte, el ex secretario de Estado y ex director de Pemex y ahora diputado federal Francisco Rojas, presidente del consejo directivo, presentó a los nuevos consejeros, el doctor Juan Ramón de la Fuente y yo mismo. Reproduzco las palabras que dije entonces:
Agradezco al Instituto Cultural México-Israel la alta distinción de hacerme miembro de su consejo directivo. El compromiso y el honor que esa invitación significa se acrecienta porque ingreso a ese cuerpo colegiado al mismo tiempo que el doctor Juan Ramón de la Fuente. Su rectorado ha coincidido con el ensanchamiento de la sociedad civil mexicana a la que pertenece, en una condición excepcional pues forma parte también del Estado mexicano, la Universidad Nacional.
En las condiciones políticas inauguradas en 2000, el rector De la Fuente ha ejercido, amén de sus funciones universitarias, un liderazgo civil que no perturba sus deberes oficiales sino que, al contrario, fortalece la eminente posición de la UNAM en su entorno social. Realizada esta ceremonia a pocos días de la ejecución de un dirigente extremista palestino, que a su vez dispuso el asesinato de cientos de israelíes que no participaban, como él, en una larga, cruel y cruenta lucha armada, es imposible no decir una palabra sobre la violencia.
El Instituto Cultural México-Israel es una asociación civil, no un órgano interestatal ni, como otros institutos de naturaleza semejante (el italiano, el alemán o el francés), auspiciado por sus respectivos Gobiernos. Sus integrantes somos particulares que, a título personal, podemos expresar nuestro pensar y nuestro sentir sin comprometer a nadie más que a los opinantes mismos. El Estado de Israel tiene derecho inequívoco a su existencia como entidad jurídica soberana.
Lo tiene por profundas razones históricas y humanas, por razones políticas y por razones jurídicas. Su creación, fruto del largo anhelo expresado por Theodore Herzl, fue consagrada por la Organización de las Naciones Unidas, que con todas sus limitaciones sigue siendo el más consolidado intento por instaurar un orden jurídico mundial basado en el respeto entre las naciones.
El Estado de Israel tiene derecho a fronteras seguras, que permitan a su sociedad construirse en la paz, en la realización de sus valores, en la edificación de su futuro. Desde su creación Israel ha sido hostigado por sus vecinos, algunos de los cuales se propusieron cancelar su existencia y la expulsión y aun el exterminio de sus habitantes.
No lo han logrado, no lo conseguirán y, al contrario, los más de ellos han tenido que rendirse ante la evidencia de la firme implantación de una patria para una cultura milenaria que, dispersa por el mundo, goza hoy del privilegio de diseminar sus valores en cientos de comunidades nacionales y en su Estado propio.
Israel se erigió, entre adversidades, como un Estado democrático, como una isla democrática en un archipiélago de autoritarismos cuyos regímenes lo asediaban con tanta furia como la empleada para reprimir a sus propios pueblos. Esa democracia, de que brota la legitimidad del Gobierno, legitima también el escrutinio al Gobierno, la crítica a sus acciones, la lucha política y parlamentaria por modificar las líneas de acción que pueden, al intentar suprimir el peligro de un incendio, animar mil fuegos más.
Pero esa discusión, el debate sobre la justeza y la eficacia de eliminar a dirigentes radicales y sobre el riesgo de que esa política se vuelva contra los mejores intereses de Israel, es asunto que corresponde directamente a los israelíes y que ciertamente tiene lugar en su suelo, a diferencia de lo que ocurre en los territorios donde presuntamente gobierna la Autoridad Nacional Palestina.
Por mi parte, lejos de experimentar satisfacción y alivio por la ejecución de un generador de violencia, que había sido liberado en la esperanza de que su libertad trabajara para la vida y no para la muerte, veo en ella la semilla de nuevos atentados terroristas, respecto de los cuales no hay que formular jamás atenuante ninguna, que a su vez generarán represalias nuevas que a su turno... y así hasta quién sabe cuándo.
Sabedores de que la violencia engendra violencia, hagamos aquí y desde todo foro, votos porque la sabiduría de los pueblos imponga a sus dirigentes la búsqueda y el hallazgo de la convivencia pacífica.