“Sólo hallas unanimidad completa
en el cementerio.”
Abel Aganbegyan
Andrés Manuel López Obrador volvió a hacer una consulta telefónica en el Distrito Federal. El resultado era previsible: 95 por ciento de quienes participaron se pronunciaron a favor de su permanencia en la administración capitalina mientras que sólo un cinco por ciento votó en contra. ¿Significa esto que la ciudad más politizada del país ha caído en la unanimidad? Afortunadamente no.
Hay una vieja regla en el análisis de la vida pública de cualquier país. La popularidad de los políticos, y especialmente de los gobernantes, se distribuye en tercios. Usualmente una tercera parte de la población está a favor y una tercera en contra; el otro tercio, el no comprometido, es el que decide las elecciones.
La regla no es exacta: hay políticos y gobernantes más populares que otros. Los tercios nunca se dan con precisión matemática. Pero la experiencia nos dice que, en un régimen realmente democrático, a lo más que puede aspirar un político es a un respaldo de entre 60 y 70 por ciento. Cualquier cifra por arriba huele a falsedad o a manipulación.
Es verdad que algunos gobernantes en el mundo obtienen de manera consistente respaldos superiores al 90 o al 95 por ciento en elecciones o consultas. Entre ellos se cuentan el norcoreano Kim Jong-il y el cubano Fidel Castro. También en algunos países africanos y árabes ha sido común que los gobernantes ganen elecciones con porcentajes similares. En la vieja Unión Soviética y en los antiguos países comunistas de Europa oriental los dirigentes eran electos con cifras de casi el 100 por ciento.
También en México hemos tenido presidentes con esa supuesta popularidad. Porfirio Díaz ganó las elecciones de noviembre de 1910 con un voto de 98.92 por ciento de los electores, aunque apenas unos meses después se vio obligado a partir al exilio ante la revolución maderista. En 1976 José López Portillo fue electo presidente con el 100 por ciento de los votos válidos.
Hay quien afirma que estos resultados electorales exhiben una unanimidad que le falta a los países democráticos. Los voceros de los regímenes autoritarios han señalado siempre que la democracia liberal representativa no es realmente democrática y que en cambio sus sistemas sí constituyen una expresión de la voluntad popular. En el viejo sistema político mexicano se decía que si el PRI ganaba todas las elecciones no era por falta de democracia sino porque los mexicanos estaban unidos detrás de un proyecto.
Con el tiempo todas estas explicaciones han caído por tierra. Los países de Europa oriental que pasaron del comunismo a la democracia tienen hoy elecciones reñidas que revelan que la unanimidad de antaño era ficticia. En México tampoco hay ya rastros de unanimidad: una vez que las reglas electorales se hicieron equitativas, los comicios se han vuelto también muy competidos.
¿Significa esto que López Obrador ha hecho un fraude en la consulta telefónica que le ha dado un apoyo del 95 por ciento? No necesariamente, pero sí confirma que la votación estaba hecha para dar un resultado que sería imposible de obtener en una elección real. Solamente un diez por ciento de la población del Distrito Federal con credencial de elector participó en la consulta, y lo hicieron preponderantemente aquellos que tenían un incentivo para apoyar a López Obrador o para agradecerle sus favores.
La participación en la consulta bajó de 687 mil a 557 mil entre 2003 y 2004. Esto no quiere decir que López Obrador sea menos popular, sino que la gente se interesó menos en votar. El punto es que el porcentaje de apoyo se mantuvo en 95 por ciento a pesar del tiempo transcurrido porque para eso estaba diseñado el ejercicio.
¿Por qué invierte el Gobierno del Distrito Federal dinero y esfuerzo en hacer una consulta de previsibles resultados y cuestionable validez? Porque es parte de una campaña política. La consulta busca generar un impulso para el movimiento que debe llevar a Andrés Manuel a Los Pinos en 2006. En eso cumple la misma función que los festivales culturales de Tomás Yarrington en Tamaulipas o las campañas de publicidad en medios de Yarrington, Montiel y el propio López Obrador. Quizá esto sea inevitable en un país en el que todos los políticos utilizan el dinero de los contribuyentes para promoverse, pero no deja de ser triste.
La verdad, sin embargo, es que México es un país muy diverso. Quienquiera que diga que tiene el respaldo del 95 por ciento de los ciudadanos en cualquier entidad simplemente no entiende cómo funciona la política en una democracia.
Competitividad
Bajar el precio de la electricidad y disminuir los aranceles es una forma correcta no sólo de bajar la inflación sino de permitir a las empresas mexicanas ser más competitivas.
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