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Jaque mate/Abismo en Irak

Sergio Sarmiento

“Una guerra injusta

e innecesaria ha conducido

a una posguerra larga

y costosa”.

Carlos Fuentes

Irak estaba destinado a ser el gran escenario de triunfo para George W. Bush. En ese país terminaría el trabajo que su padre, por presión internacional, no había concluido en 1991. El joven Bush derrocaría a un dictador sanguinario, rechazado incluso por los demás gobernantes árabes. Establecería así la primera democracia en un país árabe y confirmaría la condición de Estados Unidos como una potencia benévola. Bush, además, marcaría su distancia con el gobierno de Bill Clinton, siempre reacio a usar la fuerza en otros países del mundo. La realidad, sin embargo, ha sido otra muy distinta: Irak se está convirtiendo en el Waterloo de Bush. El apoyo original de los estadounidenses y el cimiento moral de la supuesta “guerra justa” se desmoronan.

Richard Clarke, ex asesor de seguridad nacional de Bush, ha declarado en su reciente libro Against All Enemies que Bush estaba decidido a derrocar al dictador Iraquí Saddam Hussein antes de los atentados terroristas del 11 de septiembre. Pero los ataques le sirvieron a Bush para azuzar a un pueblo agraviado y justificar una intervención militar a un país que, aunque dictatorial, no había tenido nada que ver con los atentados.

Bush utilizó como pretexto principal para la invasión la supuesta posesión de armas de destrucción masiva por el régimen de Saddam Hussein. Las agencias de inteligencia de su país le proporcionaron lo que quería: supuestas pruebas que señalaban que Irak tenía esas armas y podía usarlas en cualquier momento contra Estados Unidos y contra el mundo. Poco importaba que el equipo de especialistas de las Naciones Unidas no hubiera hallado indicios de ellas. Al final, ya lo sabemos, nadie ha podido encontrar esas armas en un territorio iraquí que en el último año ha sido peinado hasta el último rincón, al grado de que Saddam Hussein fue capturado en un pequeño agujero en la tierra.

Aunque las armas no hayan existido, Bush ha afirmado que la invasión fue correcta porque se rescató al pueblo iraquí de las garras de un dictador sanguinario. El mundo, nos ha dicho, es hoy más seguro porque Saddam ya no está en el poder. Y efectivamente Saddam era sanguinario y peligroso. Sus crímenes en contra de los propios iraquíes están documentados. El dictador podrá haberse quejado de la ilegalidad de la invasión estadounidense, pero cuando él tuvo oportunidad mandó sus tropas a invadir primero Irán y después Kuwait.

Sin embargo, las tropas estadounidenses no han sido recibidas por los iraquíes como una fuerza de liberación. La resistencia en contra de las fuerzas de ocupación es cada vez mayor. Los atentados rebeldes han provocado más muertos estadounidenses en este último año de “paz” que durante la guerra misma. Los shiitas, que en un principio vieron a los estadounidenses como aliados en su centenaria lucha contra los sunnitas dominantes en Irak, están hoy también en franca rebeldía ante los estadounidenses.

Lo peor de todo es que la presunta estatura moral de los Estados Unidos —este imperio bueno que sólo utiliza a sus tropas para hacer cumplir la justicia o para ayudar a los oprimidos— ha caído por los suelos ante la difusión de fotografías e información que revelan abusos de los soldados estadounidenses en contra de los prisioneros iraquíes. Quizá los maltratos sean menos serios que los que realizaban los soldados iraquíes contra su propia población. Hay en ellos, incluso, un dejo de ingenuidad: un comandante iraquí no habría permitido que se tomaran fotos de sus soldados humillando a prisioneros ni mucho menos habría permitido su difusión. Pero el impacto de las imágenes sobre la estatura moral del ejército estadounidense ha sido devastador.

Richard Clarke ha reiterado en su reciente libro una afirmación hecha por otros observadores: Bush es un hombre impulsado fundamentalmente por su fe cristiana. En su libro Clarke incluye, de hecho, un pasaje en el que Bush afirma: “Dios quiere que yo sea presidente”. Esto sugiere que detrás de la intervención militar en Irak se encontraba el deseo de Bush cumplir con un destino marcado por Dios.

Pero la aventura ha resultado desastrosa. La invasión de Irak se ha convertido en una pesadilla que está haciendo que se cuestionen no sólo las buenas intenciones del presidente sino el prestigio de los Estados Unidos como una potencia benévola.

Intromisión

El secretario de Gobernación, Santiago Creel, tiene razón cuando afirma que no tiene obligación legal de informar por qué consideró la visita a México de dos funcionarios cubanos como una intromisión en los asuntos internos de nuestro país. El problema es que, ante la ausencia de información, tampoco los mexicanos tenemos obligación de creerle que esta intromisión existió.

Correo electrónico:

sergiosarmiento@todito.com

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