“La devaluación de la
política mexicana tiene qué ver con el comportamiento
de algunos de sus
principales actores”.
Francisco J. Ortiz Franco
Me encuentro todavía en Corea del Sur al escribir este artículo. La noticia del asesinato de Francisco Ortiz Franco, el editor del semanario tijuanense Zeta, ha pesado fuertemente sobre mi ánimo en este viaje en el otro lado del mundo. La distancia me impide conversar y dar el pésame a quienes trabajaron con Ortiz Franco, especialmente a Jesús Blancornelas, el director de Zeta, quien hace años sobrevivió milagrosamente un atentado. Pero los recuerdos se agolpan en mi memoria.
Blancornelas está vivo, pero Ortiz Franco es ya el tercero de sus colaboradores cercanos muerto en esa guerra terrible que un enemigo anónimo le ha hecho desde hace años. El 27 de noviembre de 1997, en el atentado del que él mismo salió vivo pero con cuatro balas en el cuerpo, falleció Luis Lauro Valero, su escolta y amigo. El 20 de abril de 1988 la víctima fue Héctor Félix Miranda, El Gato, un mordaz editorialista de Zeta.
Por la muerte del Gato Félix purgan una condena Antonio Vera Palestina -quien fue jefe de seguridad del Hipódromo de Agua Caliente de Tijuana propiedad de Jorge Hank Rhon, actual candidato del PRI a la presidencia municipal de esa ciudad- y dos pistoleros: Victoriano Medina y Emigdio Nevárez. En el fuego cruzado del atentado de 1997 quedó muerto uno de los sicarios: Darío Barrón Corona.
Al revisar los datos del nuevo homicidio, el de Ortiz Franco, encuentro que ocurre el 22 de junio: cuatro años exactamente después del atentado en contra de la reportera de TV Azteca, Lilly Téllez. Blancornelas había escrito un artículo el 20 de mayo de 2000, un mes antes de ese atentado, en que advertía a las autoridades judiciales del error de quitarle a Lilly los guardaespaldas que se le habían asignado después de hacer una serie de reportajes sobre el narco: “En estos momentos electorales -señalaba Blancornelas- a quienes más les conviene resguardar a la periodista es a los funcionarios del Gobierno del Distrito Federal”. Ante el enfrentamiento entre Lilly y el procurador capitalino Samuel del Villar, apuntaba Blancornelas, “la experiencia anota la gravísima posibilidad de que los enemigos del procurador, la gobernadora (Rosario Robles), los candidatos o el partido actúen -Dios no lo quiera- contra Lilly. Es lógico: en estos momentos no culparían a los verdaderos autores. Ese monstruo que es a veces la Opinión Pública señalaría al señor Samuel del Villar como el ordenante del ataque”.
Yo no sé quién atentó contra la vida de Lilly Téllez, pero el hecho es que las palabras de Blancornelas se volvieron proféticas. Téllez salvó la vida por azar: dos balas dirigidas a su cuerpo se desviaron en la puerta y el asiento del Jetta en que viajaba. Y ahora, exactamente cuatro años después, se vuelve a registrar un atentado, éste sí mortífero, en contra del editor de Zeta. Y es un atentado que tiene lugar nuevamente en un período electoral, en el que el propio Jorge Hank Rhon aspira a la presidencia municipal de Tijuana.
Todo el mundo se rasga hoy las vestiduras y asegura que se encontrará a los responsables de la muerte de Ortiz Franco, un periodista duro que en su último editorial en Zeta cuestionaba a los legisladores de todos los partidos. La actual legislatura de Baja California -escribía- es “la peor de todas”. Pero cada vez que hay un homicidio o un atentado importante se dice lo mismo: se hará justicia, se buscará con todo a los responsables.
En el caso del Gato Félix, los autores materiales están en la cárcel, pero no se ha explicado por qué lo mataron ni si alguien les ordenó el ataque. La muerte de Luis Lauro Valero y las balas que Blancornelas lleva en el cuerpo desde noviembre de 1997 permanecen también sin castigo, de no ser el que sufrió accidentalmente el pistolero muerto en el fuego cruzado. El atentado en contra de Lilly Téllez ha sido minimizado por quienes afirmaron en su momento que se trató de un autoatentado, cuando los estudios de balística demuestran claramente que no lo fue.
La experiencia nos dice que las autoridades siempre prometen justicia después de un acto de violencia, pero al mismo tiempo le apuestan al olvido. Por eso lo que debemos hacer los ciudadanos es alimentar el recuerdo. Éste no le quitará a nadie las balas del cuerpo, pero servirá finalmente para conocer la verdad.
Manifestación
En el momento de escribir este artículo ignoro los resultados de la manifestación de ayer en contra de la inseguridad. Ninguna manifestación, me queda claro, ha resuelto nunca un problema de fondo. Pero las expresiones públicas de descontento generan una catarsis que promueve un alivio. Y este alivio es a veces tan importante como la solución de fondo.
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