“No es un hombre
más que otro si no hace
más que otro.”
Miguel de Cervantes, Don Quijote
Ningún secretario de educación pública que yo haya conocido ha enviado a sus hijos a escuelas públicas en primaria o secundaria. Y es lógico. Antes de ser funcionarios, los secretarios son padres; y como padres quieren la mejor instrucción para sus hijos. El sistema público simplemente no la proporciona. La solución, sin embargo, no radica en obligar a los secretarios a enviar a sus hijos a escuelas públicas sino en mejorar la calidad de la instrucción. El problema de las escuelas públicas no es simplemente de recursos.
El Gobierno Federal está gastando 113 mil millones de pesos al año en educación. Quizá no es un monto suficiente, pero se trata de una cantidad importante de dinero si se usa bien. El problema es que el sistema de educación pública está diseñado para nutrir a un aparato burocrático en el que la competencia y la excelencia tienen poco o ningún lugar.
Las escuelas privadas compiten entre sí y con las escuelas públicas a pesar de que éstas tienen la enorme ventaja de no cobrar colegiatura. Si quieren destacar y atraer alumnos, deben superar a las demás. Constantemente, por lo tanto, tratan de mejorar sus procedimientos de enseñanza y buscan a los mejores maestros. Llenan también los huecos que dejan las escuelas públicas. Ofrecen, por ejemplo, cursos de inglés y de computación, que son cada vez más indispensables en el trabajo, o actividades deportivas que no tienen aquéllas.
Las escuelas públicas no tienen necesidad de competir. Reciben el mismo subsidio de los contribuyentes independientemente de sus resultados. El sueldo de los maestros sube no por mérito sino por escalafón. No sorprende así que las escuelas públicas tengan un desempeño inferior a las privadas.
Las cosas no tienen que ser así. El gran pecado, como lo ha señalado Arturo Damm en su libro La economía mexicana: nadando de muertito, es que el Gobierno mexicano insiste en financiar la oferta educativa cuando debería apoyar la demanda. ¿Qué significa esto? Que más que subsidiar escuelas o maestros, debemos darle el dinero a los alumnos. Es verdad que el Estado debe garantizar la educación, pero no tiene por qué ser educador.
Está interesado también en que se construyan vialidades —carreteras o segundos pisos en el Periférico de la ciudad de México-pero nadie exige que sea constructor; de hecho, todos los gobiernos -del PRI, del PAN o del PRD-asignan la obra pública a empresas de construcción. Pero en educación el Gobierno pretende no sólo garantizar la educación sino impartirla directamente. Una forma de mejorar la competitividad en la educación sería, como lo sugiere Damm, subsidiar la demanda en lugar de la oferta. En vez de entregar el dinero de los contribuyentes a la gran estructura burocrática de la SEP y al Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación, podría dársele a cada familia un “cheque” o bono educativo para que cada una escoja la mejor escuela para sus hijos y la pague con ese cheque.
Este esquema no cambiaría el subsidio total que los contribuyentes le entregamos al Estado para la educación. Tampoco eliminaría el derecho de todos los niños a la instrucción. Pero les daría a sus familias la libertad de escoger escuela, y por lo tanto obligaría a todas a competir entre sí y a mejorar su calidad.
El concepto del bono educativo no es nuevo. Estados Unidos, de hecho, se ha convertido en un gran experimento en esta materia. A nivel básico y medio las escuelas públicas estadounidenses cuentan con el mismo sistema burocrático de México. Ésta es una de las razones que hacen que las escuelas primarias y los high schools estadounidenses se consideren entre los peores del mundo desarrollado.
En cambio, a nivel universitario, el Gobierno subsidia préstamos a los estudiantes y éstos escogen a qué institución quieren acudir: pública o privada. Todas las escuelas compiten entre sí. Y el resultado es que las universidades estadounidenses se cuentan entre las más respetadas del mundo. De todos los países acuden a ellas los mejores estudiantes.
México debe reconsiderar el propósito de su sistema educativo. ¿Queremos la burocracia más extensa o preferimos tener las mejores escuelas? Si optamos por esto último, debemos usar nuestro dinero de manera distinta. Subsidiemos la demanda en vez de la oferta. Démosle a cada niño o niña un cheque para la colegiatura y dejemos que ellos y sus familias escojan la institución a la que quieren asistir.
Excelencia
Una de las razones del pobre desempeño deportivo de México es la falta de una cultura de excelencia en las escuelas. Cuando el objetivo es pasar de año y no obtener la mejor instrucción, no hay incentivo para mejorar: ni en las áreas académicas ni en las deportivas.
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