“El infierno sería soportable
si no existiera la palabra
paraíso”.
Eduardo Mallea
Don Nassim Joaquín opera desde el segundo piso de un pequeño pero moderno centro comercial en Cozumel. La oficina la comparte con otras personas; pero a pesar de este gesto de austeridad, no hay duda de la importancia que tiene este hombre en la vida de la mayor -y la más hermosa- de las islas pobladas de nuestro país. En esa oficina compartida el empresario mexicano de 85 años de edad, de ascendencia libanesa, recibe a visitantes distinguidos, se mantiene en contacto con los políticos y empresarios de la región y ejerce el control de una red de negocios que incluye comercios, gasolineras y una planta desalinizadora que provee de agua potable por tubería a los grandes cruceros que atracan en los muelles de la isla.
Don Nassim es el padre de Pedro Joaquín Coldwell, quien fue gobernador de Quintana Roo a los 29 años de edad. También es padre de Addy Joaquín, derrotada por Joaquín Hendricks en el proceso interno por la candidatura del PRI al gobierno del estado en un proceso sumamente controvertido. Pero más que todo, don Nassim es un símbolo de Cozumel.
Esta isla caribeña es un lugar de extraordinaria belleza. Sólo 80 mil personas residen en ella. La actividad económica se centra en el turismo. Es un lugar más tranquilo que playa del Carmen o Cancún. Cozumel es un centro de descanso para quienes quieren vacaciones sosegadas o para quienes aprecian el buceo y el nado con snorkel.
Una parte significativa de la actividad económica de la isla la generan las visitas de cruceros. Estos gigantescos hoteles flotantes han convertido a Cozumel en su principal destino en el Caribe mexicano. Uno de los temas que más divide a los cozumeleños, de hecho, es si debe o no cobrarse un impuesto a los cruceros y en qué monto. La falta de un impuesto hace que Cozumel aporte infraestructura para los visitantes pero sin recibir ningún recurso a cambio. Un impuesto excesivamente oneroso, por otra parte, ahuyentaría a los cruceros y la actividad económica que éstos generan.
A la belleza natural de la isla los habitantes agregan una preocupación real por la convivencia civilizada. Las calles están realmente limpias. Luis Pavía, concesionario de las únicas dos emisoras de radio de la isla, una AM y otra FM, me explica que en sus programas se hacen campañas constantes para convencer a los cozumeleños de no tirar basura. Federico Ruiz, presidente de la Coparmex local, me cuenta que su organización está buscando impulsar una campaña de respeto al peatón: los visitantes de otros países, después de todo, están acostumbrados a cruzar las calles sin temor de que un auto que dé vuelta los atropelle.
Los hoteles de la isla son numerosos. La mayoría son pequeños y se distinguen por su limpieza. Yo me quedo en El Presidente, que es uno de los más antiguos y quizá el de mayor tamaño. Me sorprende su alta calidad y su mantenimiento. No hay una mancha o una instalación que no funcione. Parecería que el complejo fue inaugurado ayer. La habitación que ocupo, por otra parte, es realmente espectacular. Sólo tengo oportunidad de comer en un restaurante, el Pepe’s. El lugar fue antiguamente una planta congeladora de langosta, pero se ha adaptado con éxito para su nueva función. Consumo un coctel de mariscos y un dorado a la plancha, crujiente por fuera y tierno por dentro: como en los mejores lugares del mundo.
Cozumel, como muchos otros lugares turísticos de México, se enfrenta a decisiones importantes. Por una parte necesita crecer y desarrollarse, para darle un mejor nivel de vida a su población. Pero “no podemos crecer demasiado”, me dice Gustavo Ortega, presidente de la Junta Coordinadora Empresarial, dueño de un par de hoteles pequeños y de un club de playa. El mismo hecho de que Cozumel es una isla de delicado equilibrio ecológico obliga la especialización: a la búsqueda de un turista de mejor calidad y no del spring-breaker o el turista de descuento.
La luna llena me acompaña en la única noche que paso en Cozumel. El lugar me enamora. No acabo de entender por qué, a mi edad, no había nunca visitado la isla. Pero entiendo que, como cualquier otro paraíso, Cozumel tiene retos. A veces su misma belleza puede ser el enemigo. Un empresario me dice que, cuando era presidente, Ernesto Zedillo visitaba la isla con frecuencia para bucear. Pero nunca participó en un acto público que le hubiera permitido escuchar los problemas de la isla. Y lo debió haber hecho, porque incluso el paraíso tiene problemas qué resolver.
Cacería
La fiscal especial para los homicidios de mujeres de Ciudad Juárez, María López Urbina, pide que se investigue a 81 funcionarios estatales que tuvieron contacto con esos casos. Esperemos que esto se haga para acabar con la impunidad y no simplemente para montar una cacería de brujas con propósitos políticos.
Correo electrónico:
sergiosarmiento@todito.com