“Solamente quien construye el futuro tiene derecho
a juzgar el pasado”.
Friedrich Nietzsche
En este momento en que en nuestro país se discute cuál debe ser la actitud del Estado ante las autoridades civiles y militares que cometieron abusos durante la llamada “Guerra Sucia” de las décadas de 1960 y 1970, vale la pena escuchar a Michelle Bachelet.
¿Que quién es ella? Es la ministra de Defensa de Chile. Fue la primera mujer en ocupar este cargo no sólo en su país sino en todo el continente Americano. Se trata de una persona brillante que ha alcanzado una popularidad notable en su país. Las encuestas de opinión, de hecho, la colocan actualmente al frente de las preferencias electorales nacionales. Bien puede ocurrir, por lo tanto, que Michelle Bachelet se convierta en la primera Presidenta de Chile.
Pero Bachelet no es sólo una mujer socialista a la que se le ha encargado la dirección de unas Fuerzas Armadas que cometieron abusos brutales en contra de izquierdistas y moderados en los años setenta. Es también una persona que sufrió directamente los resultados de esos abusos.
Michelle es hija de Alberto Bachelet, un general de aviación que fue jefe de Finanzas de la Fuerza Aérea chilena. En un momento crítico para el país, cuando Chile sufría una severa escasez de productos básicos y abiertas prácticas de acaparamiento, el presidente socialista Salvador Allende lo nombró director de Abastecimiento Nacional.
Bachelet desempeñaba esta responsabilidad cuando tuvo lugar el golpe de Estado del general Augusto Pinochet el 11 de septiembre de 1973. Pese a la evidente presión que sufrió de sus compañeros, el militar mantuvo su lealtad al Gobierno. “Era un hombre democrático -me explicaba en una entrevista este pasado mes de junio su hija Michelle- que opinaba que si a la población no le gustaba un Gobierno había una forma de hacer los cambios y era a través de las elecciones... Desde un comienzo él estuvo en contra del golpe, por lo cual fue detenido. Posteriormente fue torturado y murió en la cárcel pública de Santiago el 12 de marzo del año 74”.
Cuando Michelle Bachelet habla sobre el castigo a los abusos del pasado lo hace, pues, con una historia personal que le da un peso especial a sus opiniones. En la conversación que tuve con ella la ministra me citó una frase del presidente chileno, el socialista Ricardo Lagos: “‘No hay mañana sin ayer’. Esto quiere decir que tenemos que mirar al futuro, pero para poder mirar al futuro tenemos que resolver adecuadamente el pasado”.
Bachelet sostiene que deben ser las cortes las que definan, en particular, el caso del general Augusto Pinochet. “Si creemos en un Estado de Derecho, tenemos que aceptar que sea el Poder Judicial el que defina... El Gobierno (del presidente Lagos) ha tenido por práctica aceptar todas las definiciones del Poder Judicial sin comentarios”.
Aun cuando se deje la decisión final a los tribunales, sin embargo, la ministra Bachelet afirma que “es indispensable lograr el reencuentro de todos los chilenos”. Es significativo que ella insiste en utilizar el término “reencuentro” en lugar del de “reconciliación” que se emplea habitualmente para este tema. Yo le pregunté por qué y ella respondió: “Porque la reconciliación tiene qué ver con una palabra que es el perdón y no todo el mundo está dispuesto a perdonar. Y además es un concepto que para algunos tiene más importancia que para otros. Por supuesto que sí es posible la reconciliación... pero al menos el reencuentro. Y que seamos capaces de ponernos de acuerdo en las grandes tareas para delante”.
En este momento en que se discuten en México los castigos del pasado tenemos obligación de escuchar las palabras de la ministra de Defensa chilena, una mujer que perdió a su padre en la represión que siguió al golpe de Estado de Pinochet. Es notable la ausencia de amargura en sus palabras y su insistencia en que deben ser los tribunales los que tomen las decisiones sobre qué hacer con quienes hayan cometido crímenes. Ésta debe ser, naturalmente, la regla en un país regido por el Estado de Derecho.
Pero ahí está también claro su llamado a un reencuentro de todos los chilenos que permita acuerdos para resolver las grandes tareas nacionales. Quizá sea imposible, como ella señala, lograr una reconciliación que implica necesariamente un perdón. Pero el reencuentro es necesario si el país no quiere desgarrarse a sí mismo nuevamente como ocurrió en el pasado.
Marlon Brando
No fue en realidad un gran actor. Desempeñó decenas de veces el mismo papel: el de un hombre tan pegado de sí mismo que era incapaz de entender a los demás. Hay quien dice que siempre se interpretó a sí mismo. Y, sin embargo, su figura en películas como El salvaje, El padrino y El último tango en París se ha convertido en un icono del siglo XX.
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