“Y Jesús fue a Nazaret donde
se había criado y, según
su costumbre, entró el día
sábado a la sinagoga.”
Lucas 4:16
Una de las grandes discusiones surgidas de la exhibición de La Pasión de Cristo se ha centrado en si la película de Mel Gibson es antisemita. En la cinta, efectivamente, un grupo de sacerdotes judíos son presentados como los villanos que insisten en la tortura y muerte de Jesús de Nazaret a pesar de la resistencia del prefecto o gobernador romano Poncio Pilatos, quien termina por lavarse las manos y permitir la ejecución.
La verdad, sin embargo, es que la cinta no puede considerarse realmente antisemita o siquiera antijudía. En todo caso refleja las historias que narran los Evangelios, los cuales pintan de manera negativa a los sacerdotes judíos que pidieron la muerte de Jesús. Pero no olvidemos que los evangelistas eran todos judíos que escribieron en una época -entre el año 60 y el 90 de la era cristiana— en la que estaban en lucha contra la jerarquía rabínica tradicional.
El problema no es que los Evangelios sean antisemitas sino que sus historias fueron utilizadas con el tiempo por muchos grupos de cristianos para justificar las peores atrocidades. Desde la Edad Media se llevaron a cabo en Europa matanzas recurrentes de judíos -hombres, mujeres, niños y ancianos— en nombre de Jesucristo. El genocidio perpetrado por el régimen nazi de Adolf Hitler en el siglo XX no fue más que la culminación de una violencia absurda con la que se pretendía castigar a los judíos por la ejecución de Jesús.
Lo paradójico del caso es que Jesús mismo, en caso de haber vivido posteriormente, podría haber sido asesinado por las hordas cristianas. Los cristianos muchas veces no se dan cuenta de que Jesús no era cristiano sino judío. El Nazareno creció, vivió y predicó como judío y para los judíos. Aquellos cristianos que lincharon a judíos durante dos milenios pensando que lo hacían en nombre de Jesús, no sólo violaban las prédicas de amor y tolerancia de Jesús sino que también estaban matando, de manera figurada, a su propio dios encarnado en un judío.
No puede entenderse el cristianismo original sin comprender que Jesús y los cristianos originales eran judíos. De hecho, muchos de los primeros cristianos ni siquiera consideraban divino a Jesús. Dios era para ellos uno solo e indivisible: el mismo que había hablado con Abraham y con Moisés, el que había elegido a los judíos como su pueblo especial, el que había plasmado sus mensajes en la Torá o Antiguo Testamento. Jesús era para esos cristianos originales “el hijo del hombre”, un profeta enviado a enmendar el rumbo del pueblo elegido. Los apóstoles de Jesús eran todos judíos y mantenían estrictamente las tradiciones de la religión de sus antepasados. Para ser cristiano primero había que ser judío.
Saúl de Tarso, un judío cosmopolita que tenía la ciudadanía romana, hablaba el griego y a quien hoy se conoce por su nombre romano de Pablo, fue quien con más ahínco impulsó la idea de que los gentiles —los no judíos- podían ser cristianos. Pablo pertenecía inicialmente a la secta judía de los fariseos, los cuales reconocían la importancia de la tradición oral al igual que de las escrituras en la fijación de las leyes del judaísmo; pero aunque nunca conoció a Jesús, tuvo una conversión misteriosa en el camino a Damasco y se unió al movimiento cristiano. El conocimiento del griego que tenía, en un momento en que la mayoría de los cristianos sólo hablaban arameo, la lengua vernácula de los judíos, le permitió convertirse en un gran evangelizador. Sin su trabajo entre los gentiles, el cristianismo habría seguramente permanecido como una secta más del judaísmo.
Poco sentido tiene, pues, argumentar si La Pasión de Cristo es o no una película antijudía. Su protagonista, Jesús el Nazareno, es un judío piadoso que sufre los efectos de la intolerancia de un grupo de sacerdotes. Judías son María y María Magdalena que lo acompañan hasta el momento de su muerte en la cruz. Judíos son también los apóstoles que difundieron su mensaje y escribieron su historia.
El antisemitismo, con toda su irracionalidad, no se encuentra ahí. Radica en la ceguera de quienes a lo largo de dos milenios mataron a millones de judíos en supuesta venganza por la muerte de un judío que hasta el último momento se mantuvo fiel a la fe de sus mayores.
Ruanda
Ayer se conmemoró el décimo aniversario de la matanza de Ruanda. Ochocientos mil tutsis fueron masacrados por sus compatriotas de etnia hutu en 1994. El mundo entero, que con tanta ligereza ha intervenido en otros países sin una razón sensata, permaneció impávido ante los hechos. En realidad la prevención de un genocidio debería ser una de las pocas razones que justificaran una intervención militar.
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