“El que por la mañana ha conseguido conocer la verdad, ya puede morir por la tarde”.
Confucio
Es uno de esos pocos periodistas que se han ganado el privilegio de ser conocidos por su primer nombre. Basta con decir “José Ramón” para que todo el mundo sepa de quién se habla. Su tema es el deporte: de hecho, ahora está celebrando 30 años de su programa Deportv. Pero es un ejemplo de que, para ser periodista en cualquier género, hay que tener una sólida cultura, valentía personal y un instinto periodístico muy agudo.
José Ramón Fernández tiene los tres elementos. En un campo como el de la crónica deportiva, en el que es común despedazar el idioma, él da cátedra de buen castellano. Su conversación se mueve con facilidad e inteligencia sobre temas nacionales, internacionales y culturales. Cuando encabezó el departamento de noticias de TV Azteca dirigió con inteligencia y sensibilidad la cobertura de los atentados terroristas del 11 de septiembre y la guerra de Afganistán. Coordinó también las transmisiones de una visita papal y condujo mesas de análisis no sobre futbol sino sobre religión y el papado. Quizá el único tema que le incomoda -me consta— es la nota roja.
Ha sido en el deporte, sin embargo, donde José Ramón ha dado sus mayores campanadas. El caso más dramático fue su revelación de que la selección nacional juvenil había utilizado “cachirules” —jugadores sin la edad reglamentaria a quienes se proporcionaron documentos falsos- en un torneo de calificación. Esto llevó a la FIFA a vetar a los equipos mexicanos no sólo de los torneos juveniles sino también de la Copa del Mundo. La selección nacional no pudo así participar en la Copa de 1990 en Italia. Como suele ocurrir, muchos culparon al periodista y no a los funcionarios que cometieron el ilícito. Llegaron así a tildar a José Ramón de traidor a la patria. Pero hasta la fecha él defiende su posición. La responsabilidad de un periodista, después de todo, es informar.
Un buen periodista, sin embargo, no se mide sólo por su valentía: debe entender qué información es realmente de interés del público. Durante los Juegos Olímpicos de Sydney en 2000, por ejemplo, el mexicano Bernardo Segura llegó a la meta en primer lugar en los 20 kilómetros de marcha. Dio incluso una vuelta de celebración cubierto por la bandera nacional.
Cuando se encontraba en el “área mixta”, Segura empezó a ser entrevistado por un reportero de TV Azteca y, de manera remota, por el propio José Ramón, quien lo enlazó con el presidente Ernesto Zedillo. Mientras éste felicitaba al marchista, un juez llegó y le enseñó a Segura una extemporánea tarjeta roja.
José Ramón entendió el drama del momento y el enorme interés de los mexicanos. Se mantuvo así insistentemente en la nota: repitiendo, analizando y discutiendo cada imagen ad infinitum. Después de cierto tiempo Televisa pasó a otros temas. Pero cuando a la mañana siguiente llegaron los ratings, quedó claro que José Ramón no se había equivocado: la gente se interesó en el tema de Segura y abandonó la transmisión de Televisa. José Ramón y su equipo no perdieron ya la ventaja de público en el resto de las transmisiones de Sydney.
Desde hace mucho tiempo José Ramón ha entendido que la televisión es entretenimiento, incluso cuando toca temas serios. Ha incorporado así a sus transmisiones de Juegos Olímpicos y Copas del Mundo de futbol a comediantes extraordinarios. Andrés Bustamante, quien ha hecho de su personaje Ponchito un verdadero clásico y Víctor Trujillo, creador de Brozo, han sido los más destacados. Juntos los tres hicieron un nuevo tipo de televisión deportiva. (José Ramón tiene fama de rencoroso, especialmente hacia aquellos que han dejado su equipo para irse a la odiada Televisa. Pero me ha dado una gran alegría en los últimos días el ver que ha reiterado su respeto y admiración por Trujillo.)
Me queda claro que José Ramón es un hombre difícil. Su temperamento puede ser explosivo. Sus fobias, especialmente hacia el equipo América de futbol, son famosas. Pero estas características han servido precisamente para hacerlo un personaje de televisión. Quizá él mismo sabe que tiene que hacer gestos dramáticos para mantener la atención del público televidente.
Y la atención la ha mantenido durante 30 años. No está mal en un negocio en el que permanecer un año en pantalla puede considerarse un triunfo.
García Ponce
Recibo del Fondo de Cultura Económica el primer tomo de las obras reunidas de Juan García Ponce que incluye sus cuentos. En el prólogo el autor registra, con un dejo de tristeza, que ha llegado “el momento de las obras completas”. Y llega apenas a tiempo, para que quienes hemos leído y admirado a García Ponce —fallecido a fines de 2003— podamos empezar a releerlo.
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