La interpretación del actor español en Mar Adentro, marca el cenit en la carrera de un actor sin límites, respetado en todo el mundo
El País
Madrid, España.- Cuesta trabajo sentar a Javier Bardem (Las Palmas, marzo de 1969) ante un magnetofón para hablar a fondo de su trabajo y de su vida. Es tan discreto y pudoroso con todo lo que signifique hablar de sí mismo que se muestra extraordinariamente exigente con las entrevistas que concede y con quienes las van a escribir. Y no es pose. Bardem es todo menos estrecho, ligero o frívolo; pero se protege y se toma la vida y su trabajo muy en serio. Eso lo saben los responsables de la promoción de las películas que protagoniza; no se lo pone fácil: nada de revistas del corazón, ni programas de la llamada ?telebasura?, ni periodistas que no hayan visto la película que motiva la entrevista. Raramente concede entrevistas al margen de la promoción de sus películas.
Pero cuando le tienes delante, Javier Bardem no decepciona; da juego. Sabe expresar muy bien lo que quiere y llega a ser apasionado cuando habla de su trabajo. Le gusta ir al fondo de las cosas aunque resulten polémicas sus opiniones. Y no se da ninguna importancia; no pretende dar lecciones ni va de protagonista. Tiene el ego bastante controlado. Vamos, que el único actor español nominado a un Oscar de interpretación es un antidivo, además de una estupenda persona, con una admirable dignidad, y un colega generoso.
Después de haber visto Mar Adentro, la impresión que se tiene es que el rodaje debió ser muy duro, ¿el más duro de su carrera?
Pues curiosamente (como sucedió en Los Lunes al Sol, en el que el grupo de actores estuvo muy unido y muy influenciado e implicado con lo que estábamos haciendo) ha sido un rodaje delicioso y a la vez muy importante en las vidas de los que lo hemos hecho. Aquí el responsable único de que yo recuerde el rodaje como un vals, acompasado, con ritmo y delicado, sin sobresaltos, ha sido Alejandro Amenábar, porque él tenía sobre sus espaldas muchas responsabilidades; tenía que llevar adelante ese guión, con un actor que estaba de seis a ocho horas maquillándose, y eso afecta no solamente a esa persona sino a los demás actores y al resto del equipo e impide que sea un rodaje continuado. Y nunca, en ningún caso, Alejandro perdió los nervios ni la capacidad de concentración y de protección absoluta hacia el equipo.
Usted logra parecerse mucho físicamente al personaje real, a Ramón Sampedro. Pero ¿cómo logró acercarse al personaje, a su interior, apoderarse, digamos, de su alma?
Cuando tienes un personaje real (y es la segunda vez que me pasa; me pasó con Reinaldo Arenas en Antes que Anochezca), lo importante es intentar acercarte lo más respetuosamente a lo que motiva su identidad, lo que provoca su comportamiento; intentar saber qué es lo que busca, qué es lo que quiere, y qué hace para conseguirlo. Es un trabajo de observación. Soy afortunado porque he podido hacer dos personajes de los cuales existe material gráfico y literatura, y gente viva que me ha podido ayudar a acercarme a ellos.
¿Y cómo era, en su opinión, Sampedro?
Era intelectualmente muy despierto, muy fuerte; yo ni siquiera me lo podía imaginar, porque una persona que lleva 28 años en una cama reflexionando, escribiendo, pensando, luchando constantemente contra su propia inmovilidad, haciendo ejercicios de relajación para que el ímpetu y la emoción no se apoderen de él (porque entonces crece la ansiedad), le convierten en una especie de iluminado; iluminado en el sentido de alguien que ha reflexionado muy profundamente sobre muchísimos temas. Eso y la edad, mucho más avanzada que la mía, hacía que el personaje estuviese muy lejos de mí al principio, porque yo soy joven, soy mucho más joven que él, puedo moverme, tengo algo más emocional que él... y eso es lo que me costaba.
Cuando me pusieron el maquillaje y me miré al espejo la primera vez me dije: ?el 50 por ciento del trabajo ya está hecho?, ¡vale!, pero había otra parte que tiene que ver con los silencios, con las miradas y desde un estado de pasividad total a la que obliga una cama. Pero claro, en una situación tan pasiva hay una acción muy fuerte, muy intensa, de este hombre para conseguir, sin moverse, algo concreto de cada persona.
Me imagino un doble esfuerzo: controlar la inmovilidad total del cuerpo y decirlo todo con el rostro? parece un ejercicio difícil.
Muy difícil, porque yo arrancaba cada día con un proceso de maquillaje muy largo y muy cansado; un maquillaje que se inventaba todos los días y se destruía al final de la jornada; un maquillaje tan excelente que casi no reparas en él en la pantalla, que aguantaba primerísimos planos y que tenía la función extraordinaria de hacerme parecido a Ramón Sampedro e incrementar mi edad en 15 años.
Era un maquillaje que no me permitía relajación, porque son líquidos calientes que te echan en la cara, y que si haces algún gesto, ese líquido, ese material, coge ese gesto y tienen que quitarlo inmediatamente para ponerlo otra vez. Así que tenía que estar inmóvil durante seis, siete u ocho horas...
Es decir, en el proceso de maquillaje empezaba el proceso de inmovilidad del personaje...
Sí, sí, ese proceso tan largo me ayudaba mucho a reconocer cosas de un supuesto Ramón que lleva 28 años inmóvil y cuando uno empieza a sentirse inmóvil siente una impotencia, y esa impotencia se traduce en angustia, en pelea, en nerviosismo. Pero no me servía porque me costó entender que Ramón estaba más allá de eso; que así se sintió en los primeros años, tras el accidente, y que ahora estaba en otro estado; que tenía que buscar una especie de relajación, de tranquilidad y confianza, de bienestar dentro de esa situación, y eso me costaba mucho.
Me llevó diez o 12 días descubrir la clave: yo salía de esa sesión de maquillaje y me iba a una cama y luego, al acabar, me iba a la cama de mi casa y, claro, había un exceso de energía bestial que no había sido liberada. Con lo cual, cuando yo me metía en la cama a interpretar a Ramón tenía demasiada energía acumulada, yo tenía una pelea enorme con la inmovilidad, y Sampedro no tenía esa pelea; él había superado ese estado. Entonces lo que hacía cuando el maquillaje estaba bien asentado era liarme durante diez minutos a puñetazos con cojines y todo lo que pillaba en el camerino y descargaba ahí esa energía?
El gran reto, imagino, fue lograr un lenguaje del rostro, lo único que Sampedro no tenía paralizado; lograr transmitir (además de la palabra) con la mirada, con la sonrisa y con la expresión el estado vital de un hombre de vuelta de todo, irónico, mordaz, a veces, hasta romántico, que busca algo muy concreto?
Justamente, cuando Alejandro me propuso el proyecto hablamos, de una forma muy sincera y honesta, de hasta qué punto éramos capaces de hacerlo los dos. Yo le decía que una cosa es lo que a uno le gustaría hacer y otra cosa es poder hacerlo. Y para mí, parecidos físicos al margen (que para eso hay buenos maquilladores), mi duda radicaba en mi propia capacidad para expresar desde el rostro emociones y acciones; capacidad para la acción de enamorar, para la acción de descomponer a alguien, para la acción de burlarme desde la quietud?
Y ello porque su físico ha sido probablemente una de sus mejores armas?
Exactamente, y porque pienso que crear un comportamiento físico es tan básico como crear una personalidad; porque el lenguaje corporal habla muchísimo de nosotros y aquí el cuerpo tenía que estar completamente olvidado, y yo no sabía si... había un punto ahí que me daba mucho pudor, lo que pasa que luego me atreví, me atreví a entrar en un tema como éste, que te pone un espejo delante de ti y te obliga a reflexionar sobre cosas tan importantes como la película, como son la muerte... la vida, el amor y el desamor, la posesión dentro de ese amor y la capacidad de no poseer dentro del amor, que son cosas muy...
Cuando empecé a leer la obra de Ramón, Cartas Desde el Infierno y Cuando yo Caiga, que son unas poesías preciosas, hay veces que tenía que cerrar el libro porque me acongojaba, era la voz en primera persona que decía ?quiero morir?, y eso es duro. Cuando revisé el vídeo de su muerte y otros de Ramón hablando, me afectaba mucho, pero había una cosa dentro de ese personaje, dentro de esa poesía, que me atraía profundamente, me permitía superar el miedo y me daba paz: eran esos ojos y esa sonrisa de Sampedro, la dicotomía entre lo que está pidiendo y la forma en que lo pide, es algo que me volvía loco...
Porque Sampedro buscaba la muerte pero estaba lleno de vida...
? Sí? No me encajaba desde mi mente limitada judeocristiana, en la que la muerte siempre es una cuestión dramática, traumática y dolorosa, con lo cual, cuando yo empecé a leer a Ramón Sampedro se me abrió un mundo de conocimiento que se lo debo a él y que se ha quedado conmigo más allá de la película. Ramón ha logrado iluminarme en cosas que yo tenía totalmente oscuras porque no había ejercitado el pensamiento sobre ellas.
Creo que usted se ha apoderado de Sampedro, que lo ha mimetizado. ¿Cómo lograba deshacerse de él cuando el rodaje terminaba? Se dice que en el cine hay papeles que se adhieren, que te dejan mucha huella, pero éste...
Sí, era muy difícil, pero tampoco tuve ni tiempo para poder desasirme de él, ¡era tanto el tiempo que exigía este personaje que nunca realmente me di cuenta, nunca sentí la necesidad de mirarlo desde fuera! Estaba muy implicado. Hay personajes, como éste, que son duros, pero es una delicia hacerlos porque te hacen crecer incondicionalmente, quieras o no quieras, porque te están poniendo delante de cosas que tienes que reflexionar, porque como actor tienes que tomar partido en ciertas cosas.
¿Se rodó cronológicamente?
Sí, lo pedimos todos, porque después de diez semanas juntos, todos queríamos estar con Ramón y sentir que se muere allí? Ese día fue de los más duros porque el ambiente de rodaje estaba muy cargado de emotividad, de despedida, y ésta es la historia de una larga despedida.
¿Ha habido alguna otra película que te haya dejado tanta huella como ésta?
Antes que Anochezca, por la temática, y el peso y el poso del personaje, y Los Lunes al Sol, porque son personajes tan ricos, tan próximos...
Tiene fama de intenso y muy exigente consigo mismo. ¿De dónde le viene esa exigencia?
Del miedo, como a todos, ¿no? De la inseguridad, de la percepción singular de que uno nunca hace suficiente. Una de las cosas que aprendes y que gracias a Juan Carlos Corazza (su profesor de interpretación), con quien sigo trabajando, he aprendido, es que tienes que confiar en lo que haces, porque de hecho cuando uno superpone acciones a otras acciones no puede ver el fondo, y el fondo es lo que interesa. Como en este personaje, el fondo de esos ojos es lo que interesa, no me interesa ni su cuerpo ni sus manos... con lo cual, hay que confiar en que lo que uno hace es lo que uno puede llegar a hacer, nada más. La exigencia la voy traduciendo a capacidad de trabajo y ahora ya no me fustigo tanto; es simplemente reconocer lo malo y lo bueno, y ponerme a trabajar en lo malo y lo bueno, dejarlo descansar.
Adiós al sufrimiento como actor
Después de rodar más de 30 películas, ahora sufre menos como actor ¿no?
Sí, sí? pero el que ahora sea más condescendiente con mi trabajo no quiere decir, ni mucho menos, que esté plenamente contento con él. Estoy todavía muy lejos de lo que me gustaría ser como actor, pero lo que sí puedo ver es más allá de mi trabajo; sea como sea, mi trabajo estará mejor o peor, pero está dentro de una película, con un sentido muy importante y eso es lo que importa y para eso trabajo.
Pero la dificultad de su trabajo radica en que para sentir que lo han hecho bien ustedes los actores necesitan seducir al director, a los críticos, al público? Es todo un proceso de seducción muy largo?
Sí, pero en ese ejercicio de seducción existe el riesgo de que antepongas el actor-personaje por encima de la persona y que al final tu oficio sea ése, el de seducir, el de hacerte querer, el de buscar la aprobación, el aplauso. Esa medida es complicada porque te puedes perder como artista, puedes perder lo que yo creo que es la base del artista, que es la humildad, porque sin humildad no puedes hacer nada en la vida; si tú crees, desde la arrogancia, que sabes todo, entonces no vas a aprender nada. Es algo que he mamado en mi familia, en la que hay personajes que han hecho historia en el cine; he visto su comportamiento y he visto la forma en que lo llevaban, su capacidad, y cómo compensaban esa capacidad con una verdadera humildad.
Es usted un actor muy exigente en la elección de papeles; ha rechazado papeles en una película de Bond, otra de Spielberg, le ha dicho no a Sharon Stone? ¿Por qué se cuida tanto?
Yo siempre he dicho lo mismo: como actor estoy lleno de limitaciones, pero hay personajes que te van a permitir una gran interpretación, ¡elígelos! Estamos hablando de la circunstancia de alguien privilegiado que tiene trabajo y puede elegir, que es el cinco por ciento de los actores que están en la calle. Si tengo esa opción, quiero tener la sensación de que elijo algo que va a ayudarme a crecer como actor y como persona y al espectador a creérselo. Creo que elegir bien te da el 50 por ciento de una interpretación; si eliges mal te lo resta.
Tengo aquí dos opiniones que vienen a cuento: una es de su tío, Juan Antonio Bardem, que decía que ?el talento se acaba diluyendo si no se eligen bien los papeles?; la otra de Álex de la Iglesia (le dirigió en Perdita Durango): ?A Javier sólo le gustan los papeles de los que puede sentirse orgulloso?.
Estoy de acuerdo con las dos opiniones.
Pero en la elección de personajes también tiene que ver la ideología?
Sí, pero creo que películas como Antes que Anochezca y Los Lunes al Sol (y ahora Mar Adentro) han demostrado que se puede hablar de algo muy serio y al mismo tiempo entretener. La figura del entretenimiento, que es en definitiva lo que el cine es, y la figura, no sé si decir, de la denuncia social, pueden ir unidas y de la suma salir buenas películas. Yo pido que el personaje que me ofrecen tenga un sentido y que tenga un sentido hacer esa película, en el espacio y en el tiempo presentes.
Me imagino que ha aprendido también a leer guiones.
Tengo más claro cada vez que el guión es la pieza básica de un buen proyecto. Si esa historia no entretiene y no te pilla en la lectura, eso no va a ir nunca a buen puerto, dirija quien lo dirija y aunque el difunto Brando lo interpretase. Nadie salva eso. Y sé que lo que voy a decir puede resultar delicado pero recibir guiones bien trabajados es una tarea casi imposible hoy, y si encima están mal dialogados, lo que ocurre en la mayoría de los casos, eso es terrible.
¡Y pensar que hace diez años usted se quejaba de que sólo le ofrecían papeles de chulo...!
Sí, además ésa fue la época en la que paré yo el carro. De pronto tuve la sensación de que después de Jamón, Jamón podrían venir Jamón, Jamón, 3; Jamón, Jamón, 4, y sin Bigas Luna, y esa posibilidad me espantaba. Tengo hacia Bigas una profunda gratitud en lo profesional y en lo personal. Él es mi padre cinematográfico. Siempre he dicho que si en Jamón, Jamón, a Jordi (Mollá), a Penélope (Cruz) y a mí, que empezábamos con esa película, nos hubiera tocado un director sátiro, esclavista (porque los hay), duro, déspota, quizá yo hubiera dicho, vale, quédate así y yo me voy a mi dibujo. Y cada uno a lo suyo. Sin embargo nos trató con un cariño y un respeto que... ¡no se olvida!
Yo creo que el cambio de registro grande lo hice primero con Gonzalo Suárez, en El Detective y la Muerte, cuando tenía 23 años, y con un personaje que me quedaba muy grande, pero sobre todo fue en Días Contados donde hice de verdad el gran cambio y ahí paré durante dos años, hasta estrenar otra película que fue Boca a boca.
A mí me encantó su interpretación y pensé entonces (y lo pienso ahora que le conozco mejor) que usted está bien dotado para la comedia. Gómez Pereira, el director, decía que tiene una capacidad para la ternura y un sentido del humor... ¿No le ofrecen comedias o es que desprecia el género?
Claro, me han ofrecido más comedias, pero eran terribles. Creo que Boca a boca tuvo mucha gracia en ese momento y creo que es una película muy honesta con lo que pretende. Pretendía eso y consiguió eso, que ya es difícil. Me gustaría mucho que me mandaran un buen guión de comedia, aunque confieso que es un género muy difícil y que las pocas veces que me lo han ofrecido no ha cuajado el proyecto.
Recuerdo cuando rodó Los lobos de Washington, de Mariano Barroso, que me confesó que era la primera vez que se veía adulto en el cine; que había dejado de ser ?ese chico joven?.
Era la primera vez que tenía un hijo en la pantalla, era la primera vez que hacía una persona en la que tenía que subir la edad, y de pronto eso y estar rodeado de Eduard Fernández, que hacía una interpretación muy madura del trabajo, me hizo ponerme en esa cuerda; me di cuenta de que estábamos trabajando a un nivel de madurez que no había estado antes. Y con decir madurez no quiero decir que sea mejor o peor, digo, simplemente, distinto; yo ya no era el jovencito ansioso por hacer creíble el personaje; era ir un poco más allá, lograr encontrar el significado de las cosas.
El Éxtasis a los 25 años
Hasta hace poco usted aseguraba que había hecho su mejor papel en Éxtasis.
Yo siempre he dicho eso porque creo que en Éxtasis, teniendo en cuenta que tenía 25 años, me enfrenté a cosas muy fuertes. En aquella época murió mi padre, estaba la figura de Federico Luppi, la relación padre-hijo en la película, y me atreví con cosas que me revolucionaron mucho por dentro; y lo bueno, creo, es que supe traducirlas en trabajo, en vez de quedármelas yo y crear un trauma de eso.
Otro reto, me parece, fue convertirse en un homosexual creíble -sin tics ni tópicos- en dos películas casi seguidas...
Segunda piel fue un ejercicio de atrevimiento. Cuando Gerardo (Vera) me lo propuso, me hizo mucha ilusión trabajar con mi amigo Jordi (Mollá)... Meterme en la cama con Jordi era una cosa que me divertía, porque yo sé que a él no le gustó nada, y yo dije, ?¡pues ahora te vas a joder y vas a estar dándome besos hasta que se te caigan las cejas!? (grandes risas). El papel me exigía meterme en una cosa que no había entrado nunca; un tipo de sensibilidad sin ser sensiblero, verme un poquito con las limitaciones... No me costó hacer ese personaje; no tengo fantasmas sexuales? He crecido en un ambiente donde había muchísima libertad y gente de muchas tendencias; lo he mamado...
Me obsesionó un poquito más mi papel en Antes que anochezca; había que medir el tono, porque era un personaje bastante desmedido en muchas ocasiones, y de hecho usaba su sexualidad como un gesto de choque, de provocación, frente a un sistema opresor, frente a una sociedad que no le entendía, que lo ocultaba... y era complicado decidir cuándo lo sacaba y cuándo no, porque eso también era el motivo de su cárcel, de su drama y de su olvido.
Revisando su filmografía es evidente que usted es capaz de pasarse un año y más sin rodar una película si no encuentra algo que le guste; algo muy difícil de ver en su profesión. ¿No se siente raro parando un año entero? ¿Cómo aprovecha el tiempo cuando no rueda?
Yo soy consciente de que la mía es una situación de excepción, en la que puedo elegir, pero hay un susto que nunca se va, y es decir ¿cuándo se va a acabar esto?, porque se puede acabar, se ha acabado para gente mil veces más grande que yo, pero aun así esa sensación no es tan fuerte, por ahora, como la sensación de poder hacer y poner toda mi atención en cosas muy concretas, que me gustan, que me llenan, porque entonces el trabajo es enriquecedor; un trabajo que a mí me da alegría y me llena la vida. Y? ¿qué hago mientras no curro?, pues poquitas cosas: vivir la vida; viajo, leo, tomo cursos, sigo dibujando, aporreo la batería, charlo con mis amigos?
¿Y el teatro? Porque con 20 años hizo una gira de titiritero dando tumbos por los pueblos de España.
Lo del teatro es para mí una asignatura que tengo pendiente y que ahora me apetece más que nunca. Pero sí cuido mucho o intento cuidar mucho el trabajo cinematográfico no te quiero decir hasta qué punto quiero cuidar el trabajo teatral, qué obra, con quién y quién la dirige, qué texto. Y ahora tengo una conciencia más clara de que deseo hacerlo, de que el deseo está por encima del miedo.
¿Hablamos de maestros? Aparte de Brando? ¿De Niro o Pacino?
Pacino. ¡Pacino es Dios!., pero ¡ojo!, De Niro es cojonudo.
¿Nicholson o Dustin Hoffman?
Es que...Es que para mí son los cuatro; es una generación imponente que está alimentando a muchas generaciones. Ha hecho historia. Brando entró, marcó un camino, fue el mejor en marcar ese camino, llegó muy lejos, pero también puso los rieles para que otros pedazo de trenes pudiesen circular. Y están todos ésos y también Sean Penn.
Y ¿cómo se acerca a una actriz con la que se supone tiene que haber buena química?
No creo que sea obligada una buena química con la intérprete femenina. Creo que tiene que haber una complicidad, pero cuando no hay esa complicidad es trabajo nuestro, y para eso nos dedicamos a esto, crear esa complicidad aunque sea de mentira. En esos casos ese trabajo resulta más agotador, desgasta más, tienes que poner más energía. He tenido la suerte de que con el 95 por ciento de las personas con las que he trabajado son gente, hablamos no de mujeres sino de actrices, son gente que han estado en un lugar de cooperación absoluta y de sintonía.
¿Y alguna actriz concreta con la que le gustaría trabajar?
Hay mil... Desde Juliette Binoche, a Emily Watson, Meryl Streep... Fíjate, pero yo con quien de verdad tengo ganas de trabajar es con Robin Wright, la mujer de Penn; creo que es una de las mejores actrices del mundo, que es una persona que lleva una carrera singular; vamos, que si yo elijo, ella elige más. Robin es de una credibilidad y de una profundidad brutal. He podido ensayar con ella para la película The Last Face (en la que también trabaja Penn), y solamente verla en los ensayos se me ponía la carne de gallina, a veces se me olvidaban las frases, porque me quedaba mirándola y le preguntaba: ?¿Cómo has hecho eso, cómo has podido pasar de este estado a este otro en un segundo??. Y me decía: ?¡Déjame en paz. Di tu frase!?. (Risas). Lástima que la película se haya pospuesto un año; es una historia bonita de unos médicos voluntarios en la Liberia de 1996, en plena hambruna y con la guerrilla en plena acción.
Picoteo en Hollywood
Su aventura americana más parece un puro picoteo; ha ido allí, ha hecho una serie de cosas, pero da la impresión de que quiere ir y volver, que nunca se ha planteado quedarse allí?
Es así. Me apeteció el papel que me ofrecían en Collateral y lo hice. Pero también es que la mayor parte de las cosas que he recibido hasta ahora son poco interesantes, más allá del nombre de quien lo ofrece. También hay grandes actores que junto a grandes cosas han hecho películas que son terribles. Yo siento que no me he equivocado rechazando algunas cosas y eso me anima. Pero no por un ejercicio de egolatría, sino porque creo que no me hubiera sentido cómodo haciendo esas películas en ese momento de mi vida.
Además reconozco que no es lo mismo rodar en inglés, pese a que he mejorado mucho; me siento como dentro de un traje apretado del que no puedo salir; notas que hay algo que te está ahogando y te está impidiendo expresarte con toda la creatividad y la libertad que tienes. Pero ése es el precio que tienes que pagar y hay que intentar encontrar desde ahí la comodidad y la confianza de que uno también se puede expresar en un lenguaje que no controla, que no maneja.
Me gustaría referirme a su faceta como sujeto social, del compromiso de un actor con la sociedad en la que vive y el país en el que vive. (Durante la entrevista Bardem lleva una camiseta con un pequeño letrero en inglés que dice: Me cago en el racismo.) Usted lo tiene claro pese a los insultos, ataques... ¿ no?
En los días anteriores a la guerra contra Irak no pudieron evitar tapar los oídos de la gente; eran muchos millones de personas los que gritaban lo mismo que yo, con lo cual yo no me considero ni mucho menos ningún líder. Luego nos acusaban de que la gala de los Goya se hiciese un acto político-social? ¡Era nuestra noche y nuestra noche creímos que era más importante que cualquier cine! Y eso que la película en la que estaba yo ganó 11 goyas. A nosotros nos hubiera venido muy bien que se hablase solamente de la película, sin embargo los titulares del día siguiente eran otros; la película Los Lunes al Sol casi queda abocada al olvido, porque esa noche sucedió algo mucho más grande. Aquello salió espontáneamente, porque creíamos que eso era mucho más importante que cualquier película, porque tenemos el derecho de manifestarnos.
Lo que sentí entonces era que algunos medios o alguna parte de la sociedad cree que el actor es un muñeco que representa, que llena nuestras televisiones, que llena la pantalla y que se va a casa; alguien vacío de sentido y de peso ético o moral. Lo que sucedió es todo lo contrario: tenemos un pensamiento y debemos de tener la oportunidad de expresarlo. Y a algunos les jodió mucho, porque se dieron cuenta que esos muñecos no les pertenecían, que piensan y dicen cosas. Era curioso ver el despotismo con el que nos trataron. Su reacción fue poco inteligente, porque si te atacan y llenan las portadas diciendo que uno es un terrorista, eso crea una respuesta inmediata.