Andrés Manuel López Obrador, jefe de Gobierno del Distrito Federal y Lula, presidente de Brasil, enfrentan ambos una crisis de corte similar: una ola de escándalos de corrupción sacude a sus respectivos gabinetes, dejando detrás de sí una violenta reacción de indignación entre la opinión pública. Pero hasta aquí llegan las similitudes. La respuesta de ambos ha sido tan distinta como diferente es la calidad profesional de un verdadero Jefe de Estado (Lula) y la de un político carismático que hasta ahora había gozado de buena suerte (López Obrador).
Mientras que el Presidente de Brasil ha asumido con humildad y vergüenza los escándalos que han estallado entre sus colaboradores, el político mexicano, como sabemos, ha reaccionado en sentido contrario, repartiendo culpas a diestra y siniestra.
Lula ha ofrecido disculpas al pueblo brasileño por haberse equivocado en la selección de su equipo y por carecer de un adecuado monitoreo para impedir actos de corrupción. Reconoce que fue llevado a la silla presidencial por el voto del pueblo y que los funcionarios deshonestos fueron impuestos por él. Más aún, Lula ha asumido con vergüenza, como una falla personal, no haber sido capaz de asegurar por parte de su Gobierno la honestidad e integridad que había prometido en la campaña. Paradójicamente el resultado de este “mea culpa” ha sido más que favorable. Lula no ha perdido un ápice en los índices de popularidad. La opinión pública está dispuesta a aceptar los errores de los gobernantes, pero no admite ser engañada o tratada como retrasada mental.
El caso de Andrés Manuel López Obrador es una muestra de este mismo principio, pero en sentido contrario. En lugar de transitar los caminos de Lula, el tabasqueño se ha orientado a la ruta de Chávez. Apenas en los últimos dos días, El Jefe de Gobierno por fin hizo caso a sus asesores y comenzó a aceptar la gravedad de los pecados cometidos por sus colaboradores. Todavía falta que asuma con más énfasis su propia responsabilidad porque fue él quien permitió el encumbramiento de esos dos personajes. No hay que olvidar que se trataba, nada más y nada menos, que de su operador político (Bejarano) y su operador financiero (Ponce).
Pero este reconocimiento tardío no ha bastado para borrar la inexplicable reacción de López Obrador los días posteriores a la exhibición del video. Su actitud no fue precisamente la de un Jefe de Estado, sino la de un político menor, un fajador de barrio, acostumbrado a devolver golpes y romper sillas a la menor provocación. Su convocatoria a una marcha para este domingo 14, no pudo ser más desafortunada.
La movilización de las bases es un recurso político que se utiliza cuando las opciones legales se han agotado, cuando el sistema es incapaz de procesar una injusticia, un problema o una petición. Pero sacar a la gente a la calle porque varios funcionarios suyos han sido filmados en pleno acto de corrupción es un absurdo que recuerda al peor Chávez, al peor López Obrador (aquel que organizaba cierres de carreteras y pozos petroleros). Luego de lanzada esa convocatoria, los asesores del Gobernador del Distrito Federal han intentado maquillarla rebautizándola como “un informe ante el pueblo”. Pero lo cierto es que el daño está hecho.
Es pronto para saber en qué medida López Obrador ha comprometido sus posibilidades en la carrera presidencial. Los primeros sondeos revelan que su popularidad ha sido afectada. El impacto en los círculos de poder será aún mayor. Pese a su pasado de agitador, el Jefe de Gobierno había comenzado a construir una reputación de funcionario confiable y responsable, capaz de sacar adelante proyectos importantes (el distribuidor, por ejemplo). Un sector de la iniciativa privada comenzaba a verlo con interés de cara a las elecciones de 2006. De un plumazo López Obrador borró la imagen que se ha creado entre empresarios como el “socio” político de Slim en la remodelación del centro histórico.
Independientemente de ser simpatizante o detractor de la gestión que venía haciendo “El Peje”, sería una lástima no tenerlo como un contrincante de peso en la carrera presidencial. Es tan pobre la oferta que presumiblemente ofrecerían los otros partidos (¿Creel, Calderón, Madrazo?), que tendría que agradecerse la presencia de una alternativa fresca y novedosa como la que él representa. Al tiempo.
Miscelánea
A propósito de Jefes de Estado, José María Aznar está mostrando claramente que no es uno de ellos luego del atentado en Madrid. El Gobierno insiste en que se trata de una operación de ETA pese a las numerosas evidencias de que la tragedia tiene un origen islámico. Y esa obsesión simplemente obedece al interés de ganar las elecciones generales que se realizan hoy domingo en España.
Hasta hace unos días el Partido Popular, de Aznar, llevaba la delantera. Pero si se confirma la autoría de Al Qaeda u otro grupo islámico en el atentado, el partido gobernante seguramente perdería las elecciones porque fue el capricho de Aznar, en contra de la voluntad del pueblo español, lo que llevó a su país a una alianza incondicional con Bush y a participar en la invasión de Irak. Así pues el Gobierno español está en una carrera contra el tiempo: está desinformando y/o deteniendo información durante unas horas más, para alcanzar a ganar las elecciones. La mezquindad no tiene fronteras.
(jzepeda52@aol.com)