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Jefes priistas/Plaza Pública

Miguel Ángel Granados Chapa

Suele ocurrir que en los trances electorales se renueve el mando priista en las entidades, como acontecía también en el comité nacional a la hora del destapamiento del candidato presidencial del PRI, hecho por el Ejecutivo. Aunque se hallan en momentos diferentes del proceso, mudó la dirección estatal priista en Hidalgo, donde ya hay candidato a gobernador para los comicios de febrero próximo y en el Estado de México, donde apenas se emitió la convocatoria para seleccionar candidato, pero donde la circunstancia ordenó el relevo del dirigente local.

A Isidro Pastor, presidente del comité mexiquense, que se engaña o engaña con la pretensión de ser candidato, lo reemplazó Manuel Garza González, conocido como “Meme”, un político maduro que hace tiempo trasladó a esa entidad sus intereses políticos, desde su Tamaulipas natal. En Hidalgo, renunció José Antonio Rojo (miembro de la tercera generación de la familia que ha dominado la política local) acaso porque no coincidió con las decisiones del gobernador Manuel Ángel Núñez Soto, respecto del candidato y acerca del futuro del PRI, a cuya cabeza llegó Gerardo Sosa Castelán, ex rector de la Universidad local y cabeza del grupo político que controla esa institución, grupo al que el habla popular denomina Sosa Nostra.

Ganadero como su padre y con una licenciatura en administración obtenida en Texas, nacido en Reynosa el 25 de agosto de 1933 (de modo que acaba de cumplir 71 años), Garza González hizo carrera local (fue dirigente priista, diputado a la legislatura estatal, alcalde y dos veces diputado federal) y luego se hizo imprescindible en la actividad nacional de su partido, del que fue delegado innumerables veces en casi todas las entidades. Aunque en al administración federal llegó a ser subsecretario de organización y desarrollo en la Secretaría de la Reforma Agraria (precisamente bajo Jorge Rojo Lugo, integrante del clan hidalguense), lo suyo es la gestión partidaria y electoral. Desempeñó varias veces la secretaría general adjunta de la presidencia priista, un cargo apto para la gestión de asuntos especiales.

Hace treinta años, Ricardo Garibay lo retrató ejerciendo el Gobierno municipal en Reynosa: “Meme para todo el mundo, moreno, grueso, ganadero, de ojos pequeños y nariz algo aguileña, reidor de dientes blancos que me dice al fin de la audiencia: venga, acompáñeme, conozca nuestras necesidades, no se quede en la costra”. Y allá va el escritor hidalguense con el político tamaulipeco cuyo crudo realismo, cuya condición pragmática captó también Garibay, cuando el alcalde le mostró “el corral del contrabando”, donde “cargan y descargan los ‘trailers’ y las camionetas del contrabando” explicado así por Garza González: “Todo mundo está de acuerdo en que eso exista y una presidencia municipal es muy poco para oponerse a los intereses que manejan el corral. ¿Qué por qué no hago algo? ¿Usted cree que si pudiera, siquiera apenas, no lo habría hecho ya? Que le digan en México quién nombra a las autoridades aduanales...”.

Crudeza semejante mostró veinte años más tarde, cuando entró por primera vez a la legislatura federal. A varios de sus compañeros se les hacía cuesta arriba votar con el PAN las varias reformas salinistas y hubo expresión de inconformidad, atajada por el ahora líder priista en el Estado de México con una fría descripción de la realidad: ¿Ustedes creen —dijo al grueso de sus colegas— que el partido los trajo aquí para que razonen? Fueron escogidos para apoyar al Presidente. De modo que no se hagan líos. Y los legisladores, casi todos, comprendieron la instrucción. Hoy está encargado de imponer ese duro realismo a los ilusos que de aquí a fin de mes se inscriban en pos de una candidatura que ya tiene dueño.

Muy otro es el caso de Gerardo Sosa, el nuevo líder priista en Hidalgo, una de cuyas especialidades es la simulación, el dar gato por liebre. Fue líder del sindicato burocrático estatal sin haber desempeñado nunca plaza alguna en el Gobierno y fue rector de la Universidad de que se adueñó sin haber escrito una línea ni ofrecido una cátedra memorable. Ahora es jefe priista a desgano, sólo porque no pudo ser candidato a gobernador, ni en el partido que ahora dirige ni en Acción Nacional, cuya postulación buscó. Sin que haya cambiado sus modos de ser, ahora encabeza el partido al que antes criticó: “Nos negamos a ser individuos a los cuales simplemente se les pasa una consigna para ser cumplida”, afirmaron los miembros de su grupo, en una actitud que entonces (diciembre de 1989) bauticé como “porrismo crítico”, disgustado por que en ese momento la selección de candidatos priistas no les favoreció. “Estamos en contra del dogmatismo que disfrazado de institucional ha propiciado peligrosas fisuras en la unidad revolucionaria”, dijeron los integrantes de esa corriente que se propuso “eliminar vicios obsoletos”, quizá sólo para sustituirlos por otros y “contribuir a la modernización priista, mediante la creación de un organismo que sirva para encauzar, dentro de nuestro partido, la inquietud crítica”.

Nunca se gestó tal organismo (porque no había tal inquietud crítica) y porque Sosa concentró su esfuerzo en apoderarse de la Universidad local. Ahora, un Gobierno debilucho accedió a compensarlo por no darle la candidatura, poniéndolo a la cabeza del partido, desde donde dirigirá la campaña que él hubiera deseado protagonizar y desde donde con recursos partidarios acrecentará los suyos, los de su Fundación Hidalguense.

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