Aunque todavía nada está definido y en las próximas semanas podrían ocurrir algunas sorpresas, existe una alta probabilidad de que el senador John Kerry se convierta en el abanderado demócrata que luche por quitarle la presidencia a George W. Bush en las elecciones que se llevarán a cabo el próximo noviembre. Hace unos días la cadena de televisión norteamericana CNN condujo una amplia encuesta y para sorpresa de algunos, si hoy fuese el proceso, el aristocrático Kerry le ganaría al republicano por un margen estrecho, algo así como dos puntos porcentuales.
Tan sólo a principios del año en curso se daba por sentado que Howard Dean, el ex gobernador de Vermont, sería el único rival serio con el suficiente capital político para convertirse en una amenaza frente a Bush. Feroz crítico de la política intervencionista de la actual administración, Dean basó su plataforma electoral en condenar la invasión a Irak señalando la inexistencia de armas de destrucción masiva y de paso acusó al Presidente de ser un mentiroso. Si bien en un principio la estrategia parecía tener éxito, la captura de Saddam Hussein terminó siendo tremendamente perjudicial para Dean, quien en apariencia se quedó sin argumentos sólidos para seguir atacando de manera abierta a su contrincante.
Howard Dean perdió credibilidad pues no pudo sostener ni argumentar de manera convincente los cuestionamientos del electorado referentes a una buena cantidad de asuntos. Además, en un mitin reciente los medios de comunicación lograron captar a un eufórico precandidato, gesticulando de manera grotesca y emitiendo sonidos que más bien se asemejaban a los de un animal en cautiverio. Por irónico que parezca, aquella manera desenfadada de actuar frente a los votantes se convirtió en su mayor detrimento, quizá en prematuro epitafio político.
John Kerry es un veterano de Vietnam y en ello ha fundamentado gran parte carrera en el sector público. En 1969, a su regreso del sangriento conflicto, se convirtió en un visible oponente y declaró sentirse “desilusionado y traicionado” por la manera en que Washington había manejado el asunto. Refiriéndose al involucramiento en Vietnam como “el más grande nada en la historia”, fundó una asociación de veteranos que se dedicaron a hacerle la vida imposible al Gobierno. Richard Nixon, entonces presidente de Estados Unidos, quería terminar con la guerra pero estaba convencido que la única manera de hacerlo sería llegando a un arreglo entendido como “paz, pero con honor”, es decir, que ya para entonces permeaba la idea de que dicha guerra terminaría siendo un garrafal error y la primera vez que la superpotencia perdería, por ello la importancia de buscar una salida lo menos denigrante posible.
John Kerry es un icono generacional, de cierto modo representante de un grupo de jóvenes que empezó a cuestionar con severidad los postulados del “sueño americano” al lanzar tesis objetivas que trajeron como resultado una idea de país con instituciones desgastadas y un Gobierno donde la corrupción se había infiltrado hasta altos niveles. El escándalo de “Watergate” les dio la razón: para entonces una marcada desconfianza hacia todo lo que oliera a política oficial permeaba en el aire, además, el norteamericano promedio tendría que hacer un alto en el camino para redefinir sus valores esenciales y recuperar la noción de qué quería hacia delante, cuál sería el mundo a legar a las futuras generaciones si se continuaba operando de tal manera.
Las diferencias entre George W. Bush y John Kerry son abismales. El primero eludió su participación en la guerra de Vietnam, por muchos años actúo de forma errática y fue hasta hace muy poco cuando madura y decide participar en la vida política del país. Fiel a la doctrina Reagan –un desmesurado aumento en cuanto a arsenal y recursos militares se refiere- se ha vuelto monotemático, unilateral y su comprensión de los términos geopolítica y diplomacia triangular son bastante mediocres, es decir, abraza con fervor la idea de un mundo alejado del concepto “aldea global” –donde las naciones participen activamente en la toma de decisiones- y se inclina por un Estados Unidos que determine la agenda sin consultas previas.
John Kerry comprende el desastre implícito en cualquier conflicto bélico y por ello se ha dedicado a pugnar por un sistema de Gobierno menos visceral que respete a las instancias internacionales encargadas de regular el orden mundial. Si revisamos con atención su paso por el Senado norteamericano podremos darnos cuenta cuáles han sido sus principales intereses y con ello formarnos un concepto más integral sobre lo que podemos esperar de él en el caso de que llegase a ocupar la Casa Blanca. Cuenta con una excelente reputación de ser independiente y según los expertos, suele actuar de acorde a su conciencia. Kerry ha buscado se reforme la manera de hacer campañas políticas, pugna por la reducción del déficit –cabe recordar Clinton pudo eliminarlo y crear un histórico superávit- excelencia en un sistema académico (medio y medio superior) bastante mediocre, además de luchar en contra de una cultura corporativa donde en apariencia se protege a los delincuentes de cuello blanco. ¿Nos suena familiar?
También mantiene un estrecho vínculo con los ambientalistas. Desde hace tres años Kerry ha venido señalando el error de Bush de abandonar el protocolo de Kyoto ya que, según él, era una forma eficaz de proteger a la ecología y lograr mayores niveles en cuanto a desarrollo sustentable se refiere. Lacónico, el senador gusta de terminar sus apologías aseverando que “los norteamericanos se merecen mejores opciones que la actual, raquítica y pobre administración”. Este columnista concuerda en lo último.
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