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John Wayne

Gilberto Serna

Nunca, ¿o será que ya se me olvidó?, las elecciones en Estados Unidos de América habían causado tamaña expectación. Los países de aquí y los del otro lado del charco como nunca están pendientes del resultado. El mismo revuelo ha causado entre los ciudadanos residentes en aquel enorme territorio que están acudiendo en gran número a las casillas a expresar a quien quieren las mayorías en la Casa Blanca los próximos cuatro años. En antiguos procesos los Gobiernos de allá se ufanaban de que la noche del mismo día de las votaciones se conocía quién ganó y obviamente quién perdió. De esa manera presumían de tener un proceso electoral imparcial y transparente, sin fallas. De los dos candidatos que la jugaron uno llamaba al otro, apenas cerraban las casillas, felicitándolo por su triunfo reconociendo implícitamente su derrota. En esta ocasión han pasado cerca de 16 horas, entre la duda y la zozobra, sin anuncio de quién ha obtenido el número de electores suficientes de tal manera que pueda declararse vencedor.

Durante el proceso, en Michigan, dice una nota, los republicanos denunciaron que en el padrón electoral estatal se habían inscrito treinta mil muertos -que, siendo su día, acudirían a votar-. Lo que no asusta a los mexicanos acostumbrados a esas marrullerías. Lo malo es que antaño se burlaban de nosotros por dejados y ahora nos damos cuenta de que los autoproclamados como el modelo democrático para el mundo, cojean de la misma pata, con lo que dejan establecido que los políticos suelen gastárselas igual en todas partes. Los “primos” carecen de un sistema uniforme tanto para registrar a votantes, como para resolver disputas y diseñar boletas, además de que no cuentan con un padrón nacional. Cada estado y condado establece sus propias normas y procesos, lo que da 51 sistemas diferentes, con variaciones en normas y reglas. No hay un sistema central que establezca un método al que todos se sujeten. Todo un desbarajuste y véalos usted, felices de la vida.

Esa manera de hacer las cosas es por la confianza que se tiene en que el ciudadano actuará con decencia y corrección. En estos momentos, mientras escribo este comentario, John F. Kerry, lo escucho y lo veo, reconoce urbi et orbe su derrota. Todavía la noche anterior John Edwards, su compañero de fórmula, decía que esperarían a que se contara cada voto antes de claudicar. Lo que se me ocurre es que queda demostrado que George W. Bush es un tiburón, depredador en siete mares y Kerry es, a duras penas, una sardinita de agua dulce que nada en la fuente, cuyo chorrito salpicó a la hormiguita. Esto a pesar de que superó a Bush en los tres encuentros en que debatieron ante las cámaras de televisión. Le pasó a Kerry lo que al candidato que le ganó en votos a Domingo Arrieta, cuando buscaba ser gobernador de Durango, al que le dijo: “Ganates pero no salites”. Era cuando allá en el centro de la República, aquí en México, los compadrazgos valían más que los votos de la ciudadanía y por ende, la democracia no era otra cosa que un gran mito.

En fin, el que los electores hayan resuelto que Bush siga en la sala oval de la Casa Blanca trae a la memoria aquel sabio refrán de “Dime con quién andas y te diré quién eres”. Hubo muchos analistas políticos que vaticinaban que el Presidente se caería de la silla pero muy por el contrario se afianzó con mayor fuerza. ¿Qué pasará ahora que no necesita esconder su megalomanía y su tendencia a romperle la cara a cualquiera? Le han puesto en las manos el poder de usar las armas más destructivas que nación alguna haya poseído en lo que va de la historia de la humanidad. Lo único que puede deducirse es que ante lo peligroso que se ha vuelto el mundo el pueblo de Estados Unidos ha decidido contratar como su Presidente a quien por sus antecedentes, en un primer período en la Casa Blanca, demostró que es capaz de tirar del gatillo sin sombra de escrúpulo que le estorbe. Los ciudadanos están contratando, sin la menor duda, a la pistola más rápida del condado de Crowford. Por algo será. Ni el actor hollywoodense John Wayne (1907-1979), en sus mejores días, obtuvo la popularidad desbordante que ha acaparado George W. Bush para abatir al adversario, mejor aún, antes de que éste haya siquiera pensado en comprar un arma. Lo cual, traducido en buen romance, quiere decir que los habitantes de este planeta llamado Tierra no están más seguros ahora que antes.

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