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Kamikaze mata a 50 civiles en Irak

EL PAÍS

BAGDAD, IRAK.- “Oí la explosión, vi la bola de fuego, cerré los ojos y me eché al suelo”. Abbás Fadel Abbás ha vivido para contarlo. Medio centenar de jóvenes que como él esperaban ayer por la mañana para lograr una plaza en el nuevo Ejército iraquí murieron víctimas de un terrorista kamikaze (suicida).

Fue el segundo atentado en menos de 24 horas contra un centro de reclutamiento de las fuerzas de seguridad iraquíes. Frente al edificio, un boquete, el esqueleto calcinado del coche-bomba y salpicaduras de restos humanos recuerdan la grave brecha política que ha abierto en este país el cambio de régimen impuesto desde el exterior.

El estallido poco antes de las cinco y media de la mañana despertó a medio Bagdad. La otra mitad inundaba ya a esas horas las calles de la capital. Varios cientos de aspirantes a soldados hacían cola frente al centro de reclutamiento del antiguo aeropuerto de Al Muzanna, en la avenida del Catorce de Tammuz. Esta arteria suele estar muy concurrida ya que no sólo es una de las principales vías del Karg, la parte occidental de la ciudad, sino que a la altura de la plaza de Damasco se hallan las estaciones de tren y de autobús.

La explosión se produjo a escasos cincuenta metros de ese cruce y a un kilómetro en línea recta de la “zona verde”, el área restringida donde se parapeta la Autoridad Provisional de la Coalición.

“Ha sido un ataque suicida dirigido estrictamente contra los iraquíes”, aseguró en el lugar del atentado el coronel Ralph Baker. Este militar estadounidense explicó que “un solo hombre al volante de un viejo Oldsmobile blanco” se había lanzado contra la fila que se había formado desde primeras horas de la mañana a las puertas de la caja de reclutas.

Varios testigos presenciales habían avanzado este extremo con anterioridad. “Estaba cargado con entre 135 y 225 kilos de explosivo y metralla”, informó el oficial mientras sus hombres trataban de mantener a raya a los periodistas.

“Seríamos unos trescientos en la cola y en ese momento iba a cruzar la verja el primer grupo de 150”, recuerda Abbás. Este hombre de 26 años ya había pasado todas las pruebas e iba a incorporarse ayer mismo al Ejército. “Todo fue muy rápido”, relata mezclando árabe e inglés, “oí la explosión, vi la bola de fuego, cerré los ojos y me eché al suelo. No vi llegar el coche bomba. Tampoco sé muy bien lo que pasó después. Había mucho humo. Me levanté y eché a correr”.

A Abbás le salvó la distancia. “Estaba a unos treinta metros del lugar de la explosión”, recuerda desde una cama del hospital Al Yarmuk, donde espera que le retiren una esquirla del cuello. Por lo demás se encuentra bien.

Otros no tuvieron tanta suerte como él. Según el viceministro de Interior, general Ahmed Kadhem Ibrahim, el atentado había causado “47 mártires”. Un portavoz militar estadounidense, John Frisbie, seguía hablando de 36, 35 más el suicida, un par de horas después.

“Los servicios de emergencia han actuado muy rápido y tal vez tengamos que revisar ese número más tarde, pero esos son los cadáveres que nosotros hemos contado”, admitió. Entre los fallecidos, Frisbie mencionó a tres agentes, entre ellos una mujer, del Servicio de Protección de Instalaciones (FPS), el cuerpo policial encargado de la vigilancia de edificios públicos.

Fuentes del departamento de ambulancias y un recorrido por los hospitales de la zona elevaban la cifra de muertos hasta el medio centenar: En el hospital Al Karg, habían recibido 44 muertos y 35 heridos, de los que tres murieron a consecuencia de sus heridas; en Al Yarmuk, también murió uno de los ocho ingresados; aún había algunos heridos más en Al Karama. El día anterior, un coche-bomba segó la vida de otros 53 iraquíes en Al Iskandariya, a medio centenar de kilómetros al sur de Bagdad, con lo que las víctimas iraquíes del terror han superado el centenar en 24 horas.

Nada más producirse el atentado de ayer, las tropas norteamericanas cortaron el tráfico en un kilómetro a la redonda, lo que acrecentó los ya de por sí monumentales atascos de la capital.

Miles de personas que a esas horas se desplazan a sus trabajos tuvieron que bajarse de autobuses y taxis compartidos, y cruzar andando la zona acordonada. “Circulen por su derecha”, instruía la policía municipal desde unos altavoces. Muchos ciudadanos aún adormilados por el madrugón preguntaban qué había pasado. “Es horroroso. ¿Cuándo van a dejar de matarnos?”, reaccionó Ghasan al Yuburi al conocer la noticia. El hombre, que se dirigía a abrir su tienda en el mercado de Shoryi, no podía ocultar su enorme cansancio y su sentimiento de hastío. Aún así abrió el paraguas y se ofreció a tapar a la periodista de la repentina lluvia que ayer encharcó Bagdad.

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