No creo que llegue el día en que pueda entender qué le pasa al pueblo de Estados Unidos de América cuando con una gran lenidad permite que sus tropas vayan al otro lado del mundo a cometer un genocidio. Luego cuando nada puede hacerse, como no sea contar los muertos que han dejado en el camino, expresan sus dudas sobre si quien dirigió el ataque desde la oficina oval en la Casa Blanca hizo lo conveniente al ordenar la invasión con base en la información proporcionada por sus servicios de inteligencia que le aseguraban que Bagdad poseía arsenales biológicos y químicos listos para su empleo, además con un avanzado programa atómico y balístico. Habrá que reconocer que quien decidió agredir se aprovechó de la circunstancia del miedo provocado por aviones de pasajeros utilizados por terroristas a manera de proyectiles. Esto produjo que el pánico le autorizara el paso a la barbarie.
El pueblo estadounidense, espantado por las atrocidades cometidas en su nombre por el Gobierno que preside George W. Bush, está presionando políticamente para que se abra una investigación de porqué los servicios de inteligencia fallaron, según informe que rinde en enero de este año el jefe del Grupo de Búsqueda en Irak, David Kay, que puntualizó que dicho país carecía de armas prohibidas, las que sirvieron de argumento, en un primer momento, para que la Casa Blanca ordenara la invasión basándose en la tesis bushiana denominada “preempetive strike”. No ha faltado quienes suponen no hubo pifia de la agencia de espionaje, la Central de Inteligencia Americana –léase lo que dice George Tenet, su director, acerca de que en el resultado de su búsqueda nunca se aseguró que había una amenaza inminente-, sino que adrede se hizo un borrador falseando hechos para tener un pretexto que le permitiera a la Casa Blanca ordenar el despiadado ataque a esa nación árabe. Después de negarse reiteradamente a que se hiciera la indagatoria, Bush hijo por fin accedió a que se nombrara una comisión bipartidaria que revise los reportes de inteligencia que fueron utilizados para justificar la ofensiva armada contra Irak. Lo último que en su desesperación por rescatar la confianza de su pueblo George W. ha dicho es que las armas no se han encontrado por que pudieron ser destruidas, pudieron ser escondidas, o pudieron enviarse a otro país.
Desde luego, Bush designará y controlará a los responsables de la pesquisa, que seguirán el formato de la Comisión Warren, la que después de diez meses descubrió que no había nada qué descubrir respecto al asesinato de John F. Kennedy, concluyendo que Lee Harvey Oswald actuó solo, lo que causó un gran placer a Lyndon Baines Jhonson quien pudo respirar satisfecho, repantigado en un mullido sillón del salón oval. Al igual que George, Lyndon era oriundo de Texas. Está por demás decirles que era petrolero. La cuestión es que la labor de la comisión no terminará sino hasta pasadas las elecciones del dos de noviembre. Está creyendo el actual Presidente que su popularidad ha ido en ascenso porque les dio su merecido a quienes se atrevieron a provocar a la gigantesca potencia. Su pueblo sabe que tiene los pantalones bien puestos. Que no se detiene ante nada para lograr su cometido. Es el líder de mano de hierro que hizo a un lado a la Organización de las Naciones Unidas, para dejar caer sus mortíferas bombas sin que nadie se atreviera llamarlo a cuentas.
No obstante, el pronóstico de algunos analistas es que George W. Bush será derrotado en las próximas elecciones. Las encuestas en este momento así lo indican. No se requiere una bola de cristal para ver lo que sucederá. Al pueblo estadounidense, aunque usted no lo crea, lo sucedido en Irak le remuerde la conciencia. Lo menos que pueden hacer, después de la carnicería es reconocer que actuaron mal contra una pequeña nación incapaz de defenderse. Que sin más ni más, privilegiando la tesis de los ataques preventivos, sin la más remota idea de lo que significa la palabra compasión, sin pruebas fehacientes, más bien adulteradas, hicieron fuego graneado en contra de un pueblo inerme. Lo que hizo Bush, se dice, no tiene nombre. El pueblo sabe que no puede reelegir a alguien que tiene las manos manchadas de sangre. No en vano es una nación que se jacta de ser la cuna de las libertades más preciadas de la humanidad. Al igual que con George Bush padre, en una especie de catarsis, mandarán a su casa a l’enfant terrible.