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La agenda externa de John Kerry

Salvador Barros

Esta votación se efectuará también, en medio de un panorama económico muy diferente al que dejó el crecimiento continuado de los años clintonianos.

El sentido común indicaría que el tema dominante de las elecciones estadounidenses, que se llevarán a cabo a principios de noviembre, debería ser la política exterior. A fin de cuentas, esta elección presidencial es la primera que se llevará a cabo bajo la sombra del atentado de septiembre de 2001, después de la guerra de Irak y en medio de la inacabada ofensiva contra los terroristas que amenazan aún la seguridad del país.

El presidente Bush parece haber optado por hacer campaña disfrazado de líder bélico y su principal oponente, el demócrata Kerry, inició su discurso en la reciente convención de su partido, recordando su participación en Vietnam y declarándose listo para cumplir con sus obligaciones militares si es electo.

Sin embargo, las últimas encuestas indican que el electorado será fiel a la cara aislacionista que caracteriza a gran parte de la sociedad norteamericana y el exterior no será probablemente el punto fundamental de la agenda de demócratas y republicanos.

Esta votación se efectuará también, en medio de un panorama económico muy diferente al que dejó el crecimiento continuado de los años clintonianos.

Los inmensos recortes impositivos del Gobierno de Bush -que beneficiaron fundamentalmente a los sectores de ingresos más elevados-, una irresponsable política económica, los costos de las guerras en Afganistán y en Irak, el aumento del desempleo y el bajo crecimiento económico serán todos ellos, temas fundamentales en la campaña. Es difícil saber aún si la problemática económica relegará al exterior, o si la seguridad y la relación de los EU con el mundo tendrá tanta importancia como la agenda doméstica durante la campaña.

Es igualmente complicado, vislumbrar cuál de estos territorios sería más favorable para Kerry, pero el candidato demócrata tiene sin duda más conocimiento del ámbito externo que Bush y los puntos de su agenda han sido recibidos con entusiasmo en una de las zonas más castigadas por la diplomacia republicana: los países europeos que forman parte de la Alianza Atlántica.

En Europa se afirma, con razón, que esta es una elección crucial para el futuro del mundo; la más importante votación norteamericana de la posguerra.

El programa exterior de Bush no requiere mayor análisis. Los republicanos han prometido hasta ahora, más de lo mismo: el ejercicio unilateral del poderío hegemónico norteamericano, a espaldas de la legitimidad multilateral y de los intereses del resto del mundo.

El proyecto de Kerry merece mayor atención, por dos razones fundamentales. En primer lugar, porque el candidato demócrata necesita presentar una alternativa que gane al pequeño porcentaje de votantes estadounidenses indecisos ?cuatro por ciento- que puede determinar la elección dado que el electorado está dividido como nunca antes, en dos partes numéricamente iguales. En segundo término, porque su viabilidad es de fundamental interés para el resto del mundo, México incluido Si fuera electo, John Kerry no encontraría mayores obstáculos para aplicar algunas de sus propuestas concretas: el Oriente Medio y la comunidad internacional, verían con alivio el nombramiento de un enviado permanente para mediar entre israelíes y palestinos -se ha mencionado a Bill Clinton- y la continuación de la ofensiva antiterrorista en un marco multilateral.

No obstante, Kerry no parece haber calibrado los riesgos, limitaciones e impedimentos que implica su estrategia externa global: el ejercicio del poderío unipolar norteamericano con legitimidad multilateral. Esta agenda, que responde al conservadurismo de una alta proporción del electorado (de acuerdo con el New York Times, 28 por ciento de los indecisos se clasifican como conservadores; 59 por ciento como moderados y tan sólo diez por ciento como liberales), ha formado parte, asimismo, de la política liberal.

La intervención norteamericana en los Balcanes durante el Gobierno de Clinton es tan sólo un ejemplo. Sin embargo, el legado de Bush ha hecho prácticamente imposible, no sólo la repetición de las ?guerras preventivas? republicanas, sino también la estrategia de las intervenciones militares con apoyo multilateral que propone el candidato demócrata.

Michael Lind explicaba hace unas semanas en las páginas del Financial Times, que ambas se han apoyado en un supuesto material -a saber, que su poderío militar hegemónico permitiría a los EU, no sólo ganar una guerra en cualquier rincón del planeta, sino imponer la paz y un orden democrático- y en uno moral: las guerras estadounidenses han sido siempre causas ?justas?.

El dilema que ni republicanos ni demócratas parecen haber considerado es que Bush ha destruido ambos supuestos. Afganistán e Irak han demostrado que los EU no saben ni pueden imponer el orden -mucho menos la democracia- en sociedades tradicionales y anárquicas y peor aún, han destruido lo que Lind llama ?la mística americana?. La ofensiva en Irak reforzó la imagen heredada de Vietnam. Los Estados Unidos son percibidos ahora por un altísimo porcentaje de la opinión pública internacional, como un país imperialista y ocupador, cuyas tropas no se tocan el corazón para torturar a sus enemigos. A corto plazo y mediano plazo, la estrategia del candidato demócrata parte de la base de que al enfatizar un enfoque multilateral, podrá convencer a sus aliados tradicionales, los países europeos, para que contribuyan con tropas a la pacificación definitiva de Irak y que la Alianza Atlántica dará automáticamente su apoyo a intervenciones militares estadounidenses legítimas, en su lucha contra el terrorismo internacional. Ambas suposiciones son dudosas. La brecha que Bush abrió entre Europa y los Estados Unidos, tardará años en cerrarse y la Unión Europea, inmersa en el difícil proceso de construir un nuevo marco para gobernarse después de la ampliación, tendrá que considerar otros factores más allá de su relación con Washington para definir finalmente una política exterior y de defensa comunes Kerry olvida igualmente que, de ser electo, su Gobierno no contará con muchos de los recursos que permitieron a Bush emprender dos guerras consecutivas.

El superávit trillonario legado de Clinton ha sido sustituido por un déficit creciente y nada asegura que los demócratas reciban en las elecciones de noviembre los votos suficientes para dominar las dos Cámaras del Capitolio.

Se ha dicho repetidamente que en el mundo actual no son las ideas las que ganan las elecciones, sino la manera de transmitirlas. John Kerry carece del carisma telegénico que ha dado el triunfo en los EU a candidatos tan impreparados como Reagan y Bush.

Por ello, en su caso, las ideas -el planteamiento de una agenda doméstica y exterior realista y factible- tienen una importancia fundamental. George W. Bush posee tan sólo un tipo de carisma: la capacidad de agigantar a los mediocres. En consecuencia, esta elección será una prueba de fuego para el electorado norteamericano y ha impuesto a Kerry la obligación de desglosar con todo detalle los errores abismales que los republicanos han cometido en el último cuatrienio y elaborar una agenda que restaure en la medida de lo posible, la ?mística norteamericana? y el prestigio de los EU en el mundo.

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