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La audacia de Madrazo

René Delgado

Roberto Madrazo está feliz. Su partido recupera espacios de poder y el Gobierno le regala cada vez que puede -y vaya que puede muy seguido- oportunidades de oro para borrar su trayectoria y proyectarlo como un hombre sensato y prudente, único en su tipo, alto en el reino del enanismo político. Tal es el tamaño de la crisis, que Madrazo se fascina con el baño de oro dado al cobre de su fibra y, en esa lógica, la candidatura presidencial tricolor es prácticamente suya. El dirigente priista pasa por alto o elude, al menos hasta ahora, la pugna interna en su partido por esa posición. Un pleito cuyo ritmo lo marca y acompasa la consolidación de la posibilidad tricolor de regresar a ocupar la residencia oficial de Los Pinos. Cuanto más sienta Roberto Madrazo que acaricia el sueño de su vida, una auténtica colección de pesadillas podría arrebatarle precisamente el sueño. Entonces se verá de qué está hecho Madrazo, si su transfiguración es o no algo más que un embeleso. Entonces se verá si bastaba la audacia y la osadía del tabasqueño para hacer realidad su ambición y capricho.

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Audaz como pocos, Roberto Madrazo fue construyendo un liderazgo político fincado en la osadía, la negociación, el arrojo, la complicidad y la traición. De esos recursos echó mano cuando, como Gobernador de Tabasco, estuvo a punto de verse fuera del Palacio de Gobierno. Se rebeló ante Ernesto Zedillo y, en la orfandad que la clase política comenzaba a vivir, Madrazo fue creando y acrecentando su figura. Resistió su salida y las cuentas turbias de su campaña electoral, quedaron en un simple recuerdo. Tuvo incluso el desplante de ir a buscar hasta la misma Cámara de Diputados a Santiago Creel con aquel parche de la telenovela e incluso, cuando fue preciso, al más puro estilo de José Murat, se presentó como víctima de un supuesto atentado: aquel secuestro, sepultado en la subcultura del arreglo bajo cuerdas a cambio del silencio y la complicidad política. El liderazgo de Madrazo creció particularmente entre los sectores duros del priismo. No había -como no hay- ideas ni proyecto político, pero la popular filosofía de “yo no soy de los que se dejan” le fue abriendo un espacio. Así llegó, en 1999, a la elección interna del candidato tricolor a la Presidencia de la República. Como si él nunca hubiera sido beneficiario de esa práctica, hizo del discurso contra el dedazo su divisa: dale un madrazo al dedazo. No se trataba de que el tabasqueño pretendiera la democratización del partido, sencillamente buscaba, y lo consiguió, abrir el proceso, agrandar su espacio y oportunamente quedarse con el partido. De ese modo, hizo de Francisco Labastida el candidato “oficial”. Perdió la elección interna pero, luego, el propio Labastida reivindicó con su propia derrota la postura de Madrazo, y el tabasqueño logró consolidar su liderazgo para disputar la dirección del partido. Jugando a dividir al partido, Madrazo fue pavimentando el camino para quedarse con lo que parecían los restos de un histórico naufragio. No puso el acento en qué hacer con el partido, sino en que debería ser él quien lo hiciera y, de nuevo, coronó ese propósito quedando al frente de su formación política. Hizo, entonces, alianza con Elba Esther Gordillo para integrar la fórmula con la que finalmente ocuparían la presidencia y la secretaría general tricolor. La profesora puso la infraestructura del magisterio y el sueño de Beatriz Paredes rodó por los suelos. Hoy ya nadie se acuerda pero, en aquellos días y a raíz de los términos en que se dio la elección interna, María de los Ángeles Moreno, leal a Beatriz Paredes, llegó a señalar que no tratarían más con el crimen organizado. Una frase cuya vigencia duró nada, el supuesto jefe de esa mafia política está ahora más cerca de Beatriz Paredes que de Elba Esther Gordillo. Así juegan.

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Prestados sus servicios al madracismo, el grupo de la profesora Elba Esther Gordillo comenzó a sentir cuán prescindible era tanto en la dirección del partido como en la coordinación parlamentaria. Antes, sin embargo, Roberto Madrazo se anotó un triunfo. Con los apoyos necesarios, alineó a los distintos grupos priistas de cara a la elección intermedia. No sin diferencias, salinistas, echeverristas y delamadridistas cerraron filas dejando fuera, no podía ser de otro modo, a los restos del zedillismo. Ese acierto tricolor, conjugado con los desaciertos del Gobierno y su partido, hizo que el PRI se reposicionara en el Poder Legislativo y, además, reconquistara esa joya de la corona albiazul que era el Gobierno de Nuevo León. Pero, fiel a la costumbre, la sola posibilidad de replantear al tricolor como una fuerza ya no opositora sino en vías de recuperación del poder, hizo que la ambición atropellara la carrera. No acababa de anotarse ese hit político-electoral, cuando afloró el pleito por el reparto del botín legislativo -las presidencias y las secretarías de las comisiones legislativas- y, luego, siguió el pleito por la coordinación parlamentaria. Elba Esther tomó nota del valor de los acuerdos y los pactos con Roberto Madrazo. Asimismo, la soberbia con que la profesora se condujo como coordinadora terminó por expulsarla del paraíso legislativo. La derrota de la Reforma Fiscal por parte de los sectores duros del PRI en el Congreso, fue la lápida de la profesora. En ese rejuego donde el foxismo parecía ser una fracción del magisterio, Roberto Madrazo bien claro le marcó el límite al Gobierno de la diferencia entre una negociación y una intervención en su partido. La reforma fracasó y, en el fracaso, arrolló a la profesora. El final de esa historia todavía no acaba de escribirse. Elba Esther Gordillo vela armas y, aun cuando su repliegue dura ya varios meses, es previsible que en su oportunidad emprenda la revancha o rompa. El desenlace de ese juego de agravios y traiciones está por verse pero, por lo pronto, Roberto Madrazo disfruta los réditos de esa operación.

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Con el partido en la bancarrota pero hipotecado a los amigos, Madrazo juega a resucitar viejos cuadros y consolidar, con ese respaldo, sus propias posibilidades. No todo le ha funcionado. La derrota de Víctor Cervera Pacheco en Mérida raspa su estrategia, los frecuentes cortocircuitos con los elbistas dejan ver el tamaño de la división priista, y el “autoatentado” de José Murat lastima a su gallo, Ulises Ruiz, en Oaxaca, donde él mismo se involucró de lleno en la campaña. El triunfo o la derrota de Ulises será de lleno compartido. Como quiera, en lo que fue la primera ronda de gubernaturas en juego, no le fue mal a Madrazo. Preservó el Gobierno de Chihuahua que era importante, ocurrió lo previsible en Durango y Zacatecas y el día de mañana será determinante tanto en lo que respecta a sus propias posibilidades como a las de su partido rumbo al año 2006. Oaxaca no pesa mucho en la geografía electoral nacional, pero el resultado podría poner en evidencia el enfrentamiento soterrado dentro del priismo. En las elecciones municipales de Baja California, la candidatura de Jorge Hank Rhon en Tijuana, resultará relevante por ese afán de Roberto Madrazo de cifrar en el pasado su futuro. El resultado electoral de mañana domingo meterá la competencia interna tricolor por la candidatura presidencial en otro estadio y en otra dinámica. El asunto es importante porque, durante los últimos años, el PRI ha mostrado serias dificultades para capitalizar sus aciertos así como para organizar, canalizar y acrecentar su fuerza. El olor a triunfo divide, acelera y confronta a los priistas.

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En ese nuevo estadio, los pretendientes de la candidatura presidencial tricolor tendrán que apretar el paso no en la tímida marcha de su propio posicionamiento como en la intención de evitar que Roberto Madrazo presida el partido, organice su candidatura y se lance a acariciar su sueño. La pugna soterrada y postergada dentro del partido tricolor cobrará vigor y fuerza conforme se consolide su posibilidad de competir, verdaderamente, por regresar a Los Pinos. La pradera por donde ha cabalgado, Roberto Madrazo, se habrá terminado. La sola posibilidad de perfilarse como una fuerza con posibilidades de recuperar Los Pinos, obligará a los suspirantes a presionar para reglamentar la competencia interna por la candidatura presidencial y, ahí, Madrazo tendrá que dejar la calidad y la resistencia del tramado de las alianzas que ha venido construyendo. Dejará ver ese tramado como también verá aflorar el cúmulo de agravios y traiciones que, hasta ahora, ha utilizado como la alfombra roja de su paso firme. Hasta ahora, sea por la dimensión de los errores de las otras fuerzas políticas y los escándalos que las atosigan, el priismo ha logrado mantener con un bajo perfil su propio pleito, pero es claro que, en breve, irrumpirá en su propia escena. Se verá, entonces, si la audacia y la osadía de Roberto Madrazo constituyen la llave del cofre donde guarda la corona de su sueño. Se verá si su estatura es producto de un crecimiento, maduración y desarrollo sostenidos o si, en realidad, el enanismo político prevaleciente le ha hecho verse con una talla y un tamaño superiores a los suyos. El juego de crecer pegado a la pared está a punto de terminar.

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