En nuestro país, las personas de escasos recursos no sólo tienen que ganar el pan “con el sudor de su frente”, sino incluso poniendo en riesgo diariamente la vida: prácticamente cada semana se reporta el atropellamiento de algún ciclista; la mayoría son obreros que se dirigían, por este medio de transporte, a las zonas industriales, a las maquiladoras, a su fuente de trabajo ¿Cómo transitar en este frágil vehículo por la ciudad? Resulta casi un acto suicida atravesar bulevares y avenidas, no se diga ya carreteras aledañas de donde se desplazan numerosos ejidatarios —a los que por cierto sólo les queda el nombre, porque en realidad ya no tienen tierra qué sembrar— que se ven forzados a ofrecer su mano de obra en las zonas urbanas. Éste fue el caso seguramente de la persona que el miércoles pasado perdió la vida, un hombre sin nombre que circulaba por la carretera estatal 75, en el tramo Lajat-Arenales y que fue añadido a las frías estadísticas de muerte por accidente.
En México, por lo menos hasta ahora, no ha existido la menor intención de establecer políticas federales tendientes al uso de la bicicleta, aún cuando según cálculos para más de 20 millones de personas este vehículo es su herramienta de trabajo. Por el contrario, en países como Bélgica y Noruega, se premia a los ciudadanos pagándoles por usar el velocípedo y dejar el coche en casa. Según el libro “En bici, hacia ciudades sin malos humos”, a principios de los noventa el número de ciclistas habituales en Europa (de una o dos veces a la semana) era de casi 70 por ciento en Holanda, 50 por ciento en Dinamarca y el 33 por ciento en Alemania. En Ámsterdam, incluso se introdujo un sistema original de utilización de la bicicleta, prácticamente impensable –por desgracia— en la cultura mexicana: cada ciudadano introduce una moneda en “la bici” y como en un carrito de supermercado norteamericano, la utiliza y la deja al otro lado de la ciudad, como un taxi urbano.
Parece paradójico que en países más desarrollados en donde existen mejores carreteras, el costo de los automóviles es más bajo y los salarios alcanzan para pagarlos, se prefiere el uso de este ligero vehículo. Las razones ya las sabemos: existe una gran economía de energía y de materiales en la fabricación y mantenimiento del biciclo; previene infartos al miocardio, la hipertensión, la obesidad, la flaccidez muscular, el nerviosismo y el insomnio (algunos hasta le llaman la “máquina de la salud”); está al alcance de casi todos los sectores sociales, no crea dependencia tecnológica y prácticamente no requiere de áreas de estacionamiento (caben holgadamente ocho bicicletas en donde se estaciona un solo coche). Además, en distancias menores a cinco o seis kilómetros dentro de la ciudad, es el medio de transporte más rápido y economiza el espacio urbano: por ejemplo, el número de personas que circulan cada hora por un lugar de 3.5 metros de ancho, es de dos mil personas en automóvil, contra catorce mil en bicicleta.
¿Entonces, por qué si son tantas las ventajas no se fomenta el uso de la bici? Siendo simplistas diríamos fácilmente que el interés privado se encuentra por encima del público, de la colectividad. Sin embargo, los países europeos o la misma China (en donde prácticamente todo el mundo anda en bicicleta) son tan capitalistas –o aún más— que nosotros. Quizá la respuesta está en la conciencia ecológica, de la que en México todavía estamos en pañales, pues el automóvil es el rey y hacia él se encaminan los presupuestos federales, estatales y municipales, construyendo carreteras, puentes realizados sin normas de calidad (sin comentarios) y ensanchando las vías automotrices. Las empresas cuyo giro es la venta de automóviles, lejos de disminuir se multiplican en la Comarca Lagunera y los taxis han asaltado las calles de Torreón (hasta hace poco originaban el 40 por ciento de los accidentes en la región). Además, en el imaginario colectivo se encuentra sembrada la idea de que el automóvil y el éxito son la misma cosa y en mucho contribuye la publicidad para fomentarla.
Para promover el uso de la bicicleta necesitamos desarrollar un acercamiento distinto a nuestro entorno, incluso a la propia salud, pero las políticas urbanas pueden ser un detonador muy importante para lograrlo: si contáramos con espacios reservados exclusivamente para el tránsito seguro de bicicletas, se reducirían dramáticamente los accidentes de quienes tienen que usarlas (como ha sucedido en otros países) y algunos se animarían un día que otro a dejar su automóvil estacionado. Sabemos que en Europa las ciclovías son comunes desde hace ya muchos años y por lo tanto, se ha ido construyendo toda una cultura en ese sentido. También es necesaria cierta normatividad para el manejo de estos vehículos, como el uso del casco protector. Es más, debería solicitarse a las empresas, cuyos trabajadores se transportan en este medio, que les donaran esta protección a sus empleados. Por otra parte, la señal ética para peatrones, ciclistas y automovilistas resultaría imprescindible. La presente administración municipal sentaría un precedente en México si contemplara este tipo de espacios en la remodelación de los bulevares Independencia y Diagonal Reforma, ya que atraviesan una buena parte de la ciudad. Todavía hay tiempo de hacerlo.
Ojalá que lográramos avances para que la bicicleta recuperara el lugar preponderante que tuvo hace tiempo: el de vehículo más humanizado y nosotros la calidad de vida que merecemos.