EDITORIAL Caricatura editorial columnas editorial

La botellita de jerez

Gilberto Serna

Es una estrategia política la que está poniendo en práctica el Poder Ejecutivo al descalificar con frases hirientes a los integrantes del Poder Legislativo. No le encontramos otra explicación pues se necesitaría un presidente de la República carente de imaginación para no darse cuenta de que a mañana y noche al lanzar al aire sus reproches produce escozor en las filas contrarias, creando un estado de agitación poco propicio a la negociación. Es todo un espectáculo ver al presidente pararse frente a un micrófono, aprovechando la cobertura que le dan los medios informativos, para lanzar sus invectivas haciendo simpáticas gesticulaciones con el rostro. Les dijo necios a sus opositores, a los que bien podía haberlos increpado de beocios, zoquetes, mentecatos, botarates, babiecas, badulaques, gaznápiros, papanatas, inútiles o bestias, a lo que, cual más cual menos, hizo sacar sus hierros como queriendo pelear, cayendo como inocentes palomitas en sus baladronadas que, para un mediano conocedor de cómo se mueven estos asuntos de la política, dan toda la apariencia de llevar una intención oculta. De los que saltaron, como chinchulines en comal, el único que habló con algo de sensatez fue Manuel Bartlett, senador priista, rechazando el calificativo de kafkaiano bastándole redargüir al presidente usando aquello de botellita de jerez.

El relato periodístico señala que en un camino de la sierra tepehuana, el presidente Fox al hacer uso del micrófono tuvo que esquivar una avispa de buen tamaño, que revoloteaba alrededor de su cabeza, lo que le llevó a preguntarse, ante la audiencia compuesta de cientos de indígenas ahí reunidos, “¿quién me mandó esta avispa?” A lo que el mismo sugirió: “debe haber aquí algunos de la oposición”. Esto que forma parte de su anecdotario descubre a una persona que emplea su energía en mantener lo desagradable alejado de la conciencia, pero que es huésped permanente de su subconsciente, que le aflora cuando menos lo piensa creando una barrera que le impide acceder a un acuerdo con su contraparte, lo que al final del día provoca una neurosis recurrente. Detrás de sus ex abruptos asoma un deseo reprimido de que los que se oponen continúen haciéndolo pues tendrá el pretexto de decir a sus electores que no tiene posibilidad de cumplir su promesa por el rechazo legislativo a las reformas hacendaria y energética. Lo que, muy en el fondo de su ser, debe producirle una sorda alegría producto de su talante democrático.

En ambos casos, lo que menos le interesaría es conducir a buen puerto las mentadas reformas, que quizá es un compromiso que se remonta a los tiempos en que era candidato y se veía en la necesidad de prometer el oro y el moro, con la única finalidad de triunfar, como en efecto ocurrió. De entonces a estos días, cada ocasión en que el presidentes se ve en la obligación constitucional de acudir al Congreso de la Unión, al ser desechadas sus iniciativas aparenta convertirse en un basilisco dando la falsa impresión de que quisiera arrojar por los vitrales de la mansión presidencial la división de poderes. Aunque en la realidad este satisfecho de cómo ha ido creciendo la criatura que el engendró. Antaño a los ojos de los mandatarios federales todos estaban equivocados por cuanto a dónde se debía de dirigir el país. Ya no es más el único dueño de la verdad, los legisladores dejaron de ser un apéndice, hay que reconocerlo, convirtiéndose en un cuerpo colegiado contestatario del Ejecutivo.

La apertura que ha dado para que, en un clima democrático, haya una plena discusión de ideas, es uno de los más sonoros logros de la era foxista. Los tiempos en que la genuflexión y la cortesana reverencia se imponían por encima de un respeto entre las instituciones, en buena hora se acabó. Eso debe aplaudírsele al régimen actual. Han quedado atrás los días en que los diputados y senadores se contentaban con levantar el dedo para aprobar los proyectos que presentaba el Ejecutivo. Las legislaturas anteriores, como rebaño de borregos aceptaban, sin importarles embarrarse la conciencia de inmundicia, caminar por veredas que se les indicaba quien traía el cayado en sus manos. Un hombre se imponía por encima de todos los demás hombres por el simple hecho de haber sido ungido por su antecesor. Hoy ese ser, antaño con facultades omnipotentes, no existe. El que surgió en su lugar los ha dejado libres para que se muevan a su antojo. Esa es la verdad, el pueblo no se hubiera sacudido por si mismo el yugo, si no aparece un soñador.

Leer más de EDITORIAL

Escrito en:

Comentar esta noticia -

Noticias relacionadas

Siglo Plus

+ Más leídas de EDITORIAL

LECTURAS ANTERIORES

Fotografías más vistas

Videos más vistos semana

Clasificados

ID: 125272

elsiglo.mx