¿Error o acierto? ¿Acto fallido o voluntario? Prefiero pensar que Felipe Calderón, hombre inteligente y personero de una derecha ilustrada, sabía muy bien lo que hacía cuando, a la usanza norteamericana, “arrojó el sombrero al ruedo”, postulándose como precandidato a la Presidencia de la República.
Calderón no hizo sino decir lo que todos sabemos: la etapa preelectoral se ha abierto en México. Los tiempos han cambiado. El presidente priista podía guardarse las cartas de la baraja cerca del pecho hasta el tiempo límite del “dedazo”. El presidente Fox, armado con autoridad de origen como ningún jefe de Estado mexicano desde Madero, no ha sabido conquistar la autoridad de ejercicio. Su legitimidad no está en duda. Su capacidad de gobierno, sí. Los tiempos políticos, en consecuencia, se adelantan y los candidatos se perfilan.
Jorge Castañeda hace campaña abierta desde hace un año. Se autoproclama “candidato ciudadano”. No tiene partido. Lo que tiene —y le sobran— son ideas. Es, de hecho, el único político mexicano que propone ideas. Ello resalta aún más en un horripilante escenario que parece haber perdido, a un mismo tiempo, la inteligencia y el pudor. En vez de ideas, tenemos escándalos, chismes, acusaciones, sospechas, videos... presunciones de culpa no comprobada y de inocencia demasiado reiterada.
De allí la importancia de la campaña Castañeda. Nos obliga a pensar en vez de refunfuñar, desacreditar, chismear. Su problema, claro está, es acreditar su candidatura y enseguida, aclararse a sí mismo una de dos. O va a ser factor de apoyo a otra candidatura. O va “por la grande”, como dirían los españoles. Disyuntiva que tarde o temprano se le hará evidente, no sólo a Castañeda, sino a sus potenciales seguidores.
Felipe Calderón viene a aclarar la atmósfera —aunque muchos piensen que sólo la enturbia—. Su postura significa, no sólo que Calderón es candidato, sino que Calderón, desde el seno del Gobierno (a diferencia de Castañeda) ha abierto la temporada de caza, por así llamarla, política.
Hay dos caballos en el hipódromo. Pero la mayoría sigue en los establos. Y es natural que así sea, porque los tres grandes partidos están en crisis. No acaban de adaptarse a la nueva libertad que ha seguido al descabezamiento del águila bicéfala PRI-Presidente y sienten —justificadamente— temor de que afloren las divisiones internas que todos conocemos. El PRD tiene su ala paleomarxista, su ala populista, su ala socialdemócrata y su tótem titular, Cuauhtémoc. No es lo mismo el PRI jurásico de Roberto Madrazo, que el PRI de arrestos nacionalistas recobrados de Manuel Bartlett que el PRI, otra vez, socialdemócrata de Beatriz Paredes. Y no es lo mismo el PAN clericalista y ultramontano que el PAN moderno, democristiano, del aventado Felipe Calderón y del cauteloso Santiago Creel.
Por supuesto que hay más matices que los de estos amplios brochazos. Pero hay que dar el paso adelante. La política del descontón, el videoescándalo y el chiste debe ceder ante la política de las ideas, el diálogo y los proyectos de nación.
Estas virtudes no nos las están ofreciendo ni los partidos ni sus personeros. Provienen, sobre todo, de la sociedad civil y los suyos. Son las voces propositivas de Carlos Slim y Juan Ramón de la Fuente, de Diego Valadéz, de Porfirio Muñoz Ledo y de Federico Reyes Heroles.
Si tratase de agruparlas en grandes bloques temáticos, las presidiría el rubro “Reforma del Estado” y su agenda, necesaria, conocida y postergada.
* Participación ciudadana acrecentada por el derecho a compartir con los órganos de Gobierno, planes, ejecución de los mismos y vigilancia de los actos de autoridad.
* Reforzar y ampliar la actividad ciudadana mediante plebiscitos, referendos, consultas, revocación de mandatos, iniciativas populares, quejas y denuncias.
* Reforma municipal, a fin de reforzar la base de la organización política y administrativa del país (Artículo 115 de la Constitución).
* Fortalecer el Federalismo, que como apunta Mario Moya Palencia, no es forma de Gobierno sino forma de Estado. Si el Gobierno determina la posición de los órganos del régimen nacional, el Estado determina la relación recíproca entre población, territorio y Gobierno.
* Crear el Servicio Público de Carrera a fin de modernizar la vieja burocracia y darle el carácter estable y continuo de servicio público que tienen en Francia y la Gran Bretaña.
* Reelección de diputados y senadores. Regreso al espíritu de Querétaro, distorsionado por el Jefe Máximo Plutarco Elías Calles para controlar a las legislaturas. La Reelección nos permitirá contar, como sucede en el Congreso de los Estados Unidos, con un cuerpo renovable pero continuable, acumulando experiencia, especialización e independencia. El Senado norteamericano nos ofrece pruebas palpables en figuras como los demócratas Edward Kennedy, Joseph Biden y Christopher Dodd o el republicano Richard Lugar.
* Mantener la no-reelección presidencial pero crear la segunda vuelta electoral. Hoy, el presidente es electo por mayoría relativa y carece —carecerá— de las viejas mayorías de la época priista, abriendo la puerta de una indeseada reducción de legitimidad. La segunda vuelta elimina al candidato que obtenga más baja votación y prosigue hasta darle mayoría absoluta a uno de ellos.
Estos grandes parámetros reformistas deben paragrafearse con temas que estamos dejando atrás y que son parte integral del cambio. Juan Ramón de la Fuente va a la raíz del asunto: el impulso a la infraestructura y a la educación, inseparable de la propuesta, radical también, de Carlos Slim: impulsar el sector interno, aumentar la inversión social, no cerrar la economía al exterior sino orientarla internamente: la pobreza no crea mercado.
De la Fuente dice algo fundamental. Debemos renovar la idea de la República reforzando la división de poderes, a la sociedad en su conjunto, la participación ciudadana y el acceso a la información. El Estado tiene una responsabilidad social, a partir de su deber de fortalecer el Estado de Derecho, ofrecer seguridad y legalidad oportunas y mantener una relación armónica con el todo social.
No nos dice otra cosa Federico Reyes Heroles. No hay democracias estables sin Estado fuerte —fuerte pero no grande. Lejos de disminuir al Estado, la globalización y la apertura extienden las áreas de la competencia pública.
¿No son estos los problemas que deberían ocuparnos y preocuparnos, en vez de la minucia desalentadora de la acusación y el escándalo?
¿No son estos los temas inevitables de la campaña presidencial que ya se inició y que aleja, por su propia dinámica, el espectro de un cierto vacío de poder, debido a la pasividad del Ejecutivo, en México?
Por eso, les doy la bienvenida a Calderón y a Castañeda y espero oportunas candidaturas en los partidos de la oposición, que no oculten diferencias ni exalten caudillismos, sino que sirvan para promulgar el debate acerca de las prioridades nacionales, que hoy brilla por su ausencia.