EDITORIAL Caricatura editorial columnas editorial

La CIA en México/Plaza Pública

Miguel Ángel Granados Chapa

En los años sesenta, según la vaga biografía que corresponde a un agente encubierto de la Agencia Central de Inteligencia, Porter Goss estuvo destinado a México. Anteayer dejó de ser diputado para volver a esa agencia, la CIA, como su director general. El propio presidente Bush hizo la presentación de su nuevo colaborador. Es seguro que haya querido reconocer la importancia del cargo no sólo por la evidente crisis de los servicios de inteligencia norteamericanos (puestos en jaque por los atentados del 11 de septiembre de 2001 y claramente manipulados a fin de justificar la guerra de Irak, con la fantasía de las armas de destrucción masiva) sino también por razones familiares. Su padre fue director de la agencia durante casi un año entero, del 30 de enero de 1976 al 20 del mismo mes siguiente.

En ese período se recrudecieron las acciones clandestinas de la CIA contra el Gobierno cubano. En abril, Lawrence Sternfield (que dos años más tarde ascendería a jefe de estación en México) reunió en San José de Costa Rica a los jefes de grupos de exiliados cubanos para constituir el Comando de Organizaciones Revolucionarias Unidas (CORU), encabezado por el médico cubano Orlando Bosch. La índole de las tareas asignadas a ese comando y su vinculación con la CIA es lo que nos hace recordar ese episodio: el seis de octubre de 1976, bajo la dirección de Bosch (que al efecto contrató a dos mercenarios venezolanos) fue colocada una bomba a bordo de un aparato de Cubana de Aviación. Al estallar en pleno vuelo, el explosivo mató a los 73 pasajeros y tripulantes. Pese a la recomendación en contrario del Departamento de Justicia, el presidente Bush padre autorizó a su casi tocayo Bosch a residir en Estados Unidos y vive en Miami desde 1990. Uno de sus cómplices, Luis Posada Carriles, igualmente dirigente del CORU, está preso en Panamá, donde se le capturó al fallar un atentado contra el presidente Fidel Castro.

Antes de que aquel bárbaro atentado, el CORU debutó en México: el 23 de julio miembros de ese comando intentaron secuestrar al cónsul cubano en Mérida. No lo consiguieron, pero en el ataque fue asesinado un colaborador de la presunta víctima principal, Artagnan Biass. Los agresores, Orestes Ruiz y Gaspar Eugenio Jiménez Escobedo, cubano aquél, norteamericano éste, fueron aprehendidos in fraganti y después trasladados a la ciudad de México, donde se les procesó. Pero Jiménez Escobedo pudo escaparse en marzo siguiente del Reclusorio Oriente, contando con la complicidad de custodios.

No fue el de Biass el primer homicidio en que estuvieron involucrados la CIA y los grupos que patrocinaba. El cuatro de mayo de 1960 (precisamente el año en que, tras sus estudios en Yale el nuevo director de la agencia se incorporó a ella) fue asesinado en la ciudad de México el profesor español José Almoina Mateos. Con el auxilio de La Compañía (como se conoce a la agencia de espionaje norteamericano por el significado de su sigla) la víctima fue alcanzada por la dictadura de Trujillo, con quien la CIA mantenía un doble juego: por un lado, en Santo Domingo mismo, conspiraba en su contra, desde la oficina del agente (con nombramiento de cónsul) Henry Deaborn, a cuyo lado probablemente trabajó, en esos años, el ahora director general de la CIA. Por otro lado, sin embargo, auxiliaba a los matarifes del Benefactor, cuando actuaban en el extranjero. (Mario Vargas Llosa, en La muerte del chivo, narra cómo se dictó y ejecutó la sentencia contra Almoina Mateos, un republicano exiliado originalmente en República Dominicana y luego en México. Trujllo habla con Johnny Abbes García, que llegaría a ser jefe de su servicio de inteligencia: “Ese sujeto publicó un libro contra mí, Un sátrapa en el Caribe, pagado por el Gobierno guatemalteco. Lo firmó con el seudónimo de Gregorio Bustamante. Después, para despistar, tuvo el desparpajo de publicar otro libro, en Argentina, éste sí con su nombre, Yo fui secretario de Trujillo, poniéndome por las nubes. Como han pasado varios años, se siente a salvo allá en México. Cree que me olvidé que difamó a mi familia y al régimen que le dio de comer. Esas culpas no prescriben. ¿Quiere encargarse? —Sería un gran honor, Excelencia —respondió Abbes García de inmediato...

Tiempo después, el ex secretario del Generalísimo, preceptor de Ramfis y escribidor de doña María Martínez, la Prestante Dama, moría en la capital mexicana acribillado a balazos. Hubo la chillería de rigor entre los exiliados y la prensa, pero nadie pudo probar, como decían aquéllos, que el asesinato había sido manufacturado por la larga mano de Trujillo. Una operación rápida, impecable y que apenas costó mil quinientos dólares, según la factura que Johnny Abbes García pasó, a su regreso de México. El Benefactor lo incorporó al Ejército con el grado de coronel”.

Una de las razones que en México facilitaba ese género de atentados era la cordial relación entre los organismos de inteligencia norteamericano y mexicano. Nacidas casi al mismo tiempo, la CIA y la Dirección Federal de Seguridad mantenían la relación dual que es propia del estatuto de la CIA, la Ley 253, que a su cara pública añade la posibilidad de operaciones encubiertas. Aquéllas, las institucionales se desarrollaban en México a través de la Secretaría de Gobernación, que sin embargo también era espacio para vínculos clandestinos, como lo sugiere el hecho de que el titular de aquella oficina, Luis Echeverría, era identificado por la CIA como Litempo 14.

Leer más de EDITORIAL

Escrito en:

Comentar esta noticia -

Noticias relacionadas

Siglo Plus

+ Más leídas de EDITORIAL

LECTURAS ANTERIORES

Fotografías más vistas

Videos más vistos semana

Clasificados

ID: 103682

elsiglo.mx