“El fin justifica los medios”
El Príncipe, Maquiavelo.
La historia es cíclica, por lo tanto deberíamos mostrar una cierta capacidad de entendimiento y juicio que nos lleve a no cometer el mismo error dos veces. El hombre, sin embargo no aprende fácilmente lecciones y vuelve –sistemáticamente- a tropezar con la misma piedra. En los anales del tercer milenio, urge comprendamos que los únicos arquitectos del destino somos nosotros, por ende debería permear una conciencia colectiva mesurada, que actúe con recato. Probablemente sea quimérico y fantasioso pretender cambiar un muy alterado orden mundial pues trastocaríamos distintos intereses y seguramente nos meteríamos en tantísimos problemas que la lista sería interminable; pero a pesar de ello es nuestra responsabilidad participar en un nuevo esquema donde las diferencias entre las distintas naciones, las ideologías diversas; puedan coexistir bajo el mismo techo sin tener que caer en confrontaciones estériles que a nada nos llevan.
Hablemos del caso Irak y las complicaciones implícitas dentro del mismo. Importante recalcar que es una guerra no convencional pues ahora más que nunca los conflictos bélicos son fabricados por los medios masivos de comunicación, quienes juegan un papel preponderante y fácilmente se convierten en actores primordiales para la puesta en escena. Olvidémonos ya de las épicas batallas con dos frentes: la invasión que el actual Gobierno norteamericano lleva a cabo está muy alejada de los tiempos de la Segunda Guerra Mundial o el romanticismo del soldado que llega a casa después de haber cumplido a cabalidad con su deber patriótico; pues en aquellos tiempos todavía no se cuestionaba la inutilidad de la guerra o por lo menos había algo de moralidad en defender la injusticia. Hoy, si queremos entender lo a veces incomprensible debemos pensar bajo esquemas nuevos y participar –más que como observadores- finalmente erigiéndonos al estilo del juez ideal: aquél con el suficiente raciocinio y capacidad analítica para entender las cosas.
Irak es distinto pues tiene petróleo y ello a Estados Unidos le interesa bastante, muy en especial a su Presidente. Cuando en 1990 Saddam Hussein demandó un mejor precio de los barriles de crudo y su petición no fue aceptada, con urgencia invadió Kuwait y ahí comienza la guerra del Golfo. El paralelismo –diez años después- está en que precisamente Estados Unidos pasa por un período de desaceleración económica y le urgen mecanismos fáciles, rápidos y expeditos para transitar hacia niveles ideales sobre dicho rubro, por ello ahora todas las mentiras y patrañas posibles para el mundo: “que si armas de destrucción masiva, que si nuestros datos muestran existe plutonio y que a Chuchita la bolsearon”.
Para nuestra fortuna, a lo largo del conflicto hubo muchas voces que se manifestaron abiertamente en contra pues contaron con la buena estrella de prever un futuro desastroso. Nunca sabremos a ciencia cierta cuánto sabían o con qué tipo de información contaban, pero lo que sí adivinamos es que invadir Irak nunca pudo ser correctamente justificado frente a la opinión pública: se notaba a leguas que era el pretexto ideal de George Bush hijo para vengarse y saldar cuentas sin importarle las garrafales consecuencias que ello pudiese tener a la larga. Yo calificaría la decisión de derrumbar a Hussein como un impulso reflejo motivado por un Gobierno (el gringo) que no ha tenido la capacidad de sentarse a dialogar y sufre de graves brotes paranoicos motivados por los ataques del 11 de septiembre; ésos sí verdaderos, tangibles y tremendamente amenazadores.
Antes de dichos actos que sólo pueden calificarse de barbáricos, la popularidad de Bush andaba muy baja, casi por los suelos. Buscar a Bin Laden y castigar a los responsables ahí efectivamente era menester, dado que el terrorismo podía expandirse con facilidad a lo largo y ancho del planeta. Para personas como los integrantes de la red “Al Qaeda” no pudo existir jamás la misericordia pues dichos individuos poseen un grado de fanatismo tal que sencillamente nunca aceptan interlocutores válidos para hablar; además son escurridizos, operan bajo las sombras, odian todo lo que huela a Norteamérica. Aquí vale la pena cuestionarnos si tal vez el miedo que sentimos hacia lo islámico –ojo, no a los terroristas- es equiparable a la repulsión enorme que ellos tienen por nosotros: concluyo que en distintas naciones de aquellas latitudes el libro sagrado (Corán) viene siendo malinterpretado desde los anales de la historia de la misma manera que la Biblia fue puesta en entredicho por miles de personas que siguen concibiendo a un Dios castigador en permanente estado de enojo.
No me cabe la menor duda que Hussein fue siempre un tirano, peligro inmenso para la humanidad. ¿No existían maneras más eficaces para acabar con él sin poner en entredicho un entorno ya de por sí bastante convulsionado? Entrar por la fuerza a Irak representa quizá el Talón de Aquiles de la administración Bush: les están dando una sopa de su propio chocolate pues es ridículo pensar que una nación donde la Ley es la del más fuerte pueda estabilizarse en tan poco tiempo. Ahí tenemos pues el caso de Afganistán: los talibanes siguen haciendo de las suyas; las condiciones bajo las cuales sobreviven las mujeres son raquíticas y su actual Gobierno podría caer en cualquier momento cual castillo de naipes.
Inmensas las bajas de soldados norteamericanos: se calculan cifras en específico pero realmente son dudosas. Aquellos que llegan a sobrevivir terminan por manifestar cualquier tipo de disturbios psicológicos y a lo más que pueden aspirar es a una condecoración que de nada les servirá en el futuro. He ahí la inutilidad del sueño americano: una sociedad tremendamente inculta, rica en recursos pero pobre de valores familiares sólidos. ¿Con qué cara manda George W. Bush al matadero a tantos casi niños si cuando tuvo el mandato eludió a las fuerzas armadas cobijándose en las influencias de un padre millonario que al igual que su hijo se puede calificar en un acto de elemental justicia como un pésimo Presidente?
Volvamos a la perspectiva histórica, démonos cuenta de una verdad absoluta: siempre habrá un país hegemónico dictaminador de la agenda mundial. En la actualidad lo grave del caso está en el hecho del nivel de afectación que los impulsos o decisiones de dicha hegemonía tienen sobre una colectividad: posmodernidad se entiende como un concepto o forma de vida donde los acontecimientos tienen impacto directo sobre terceros, por ello la gravedad existente, lo injusto del caso. Nada podemos hacer frente a ello, es imposible luchar contra molinos de viento, quizá nos quede esperar nuestros vecinos del norte muestren un poco de verdadero patriotismo y expulsen de la Casa Blanca a una administración deficiente, raquítica en toda la extensión de la palabra.
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