Su causa es una causa perdida al menos por dos razones. Primero, es absurdo creer que en el inventario de los problemas de los mexicanos la falta de fervor patriótico constituya una prioridad. El tema en cuestión no es nuestra falta de nacionalismo; que yo sepa nadie quiere convertirse en guatemalteco, e incluso los compatriotas que viven en Estados Unidos siguen reverenciando la bandera y celebran el cinco de mayo y el 16 de septiembre con la pasión de siempre.
Mala causa escogió el secretario de Gobernación, Santiago Creel, para despertar pasiones a favor de sus aspiraciones por la silla presidencial. Alarmados por sondeos que insisten en encumbrar a Andrés Manuel López Obrador y apesadumbrados por el rebase que está haciendo Roberto Madrazo para desbancar a Creel del segundo lugar, sus asesores consideraron que era el momento de pasar a la ofensiva.
Para ello elucubraron una campaña nacional que fuese vista como iniciativa específica del secretario Santiago Creel; una propuesta que lo pintara a él como futuro Jefe de Estado, y no en su carácter de ejecutor de los designios políticos de Vicente Fox. Con tal propósito se diseñó una cruzada nacional encabezada por el jefe de Bucareli para “reposicionar” a los símbolos patrios. Para ello se lanzó una convocatoria a la Nación en su conjunto para que el 15 de septiembre a las 12 a.m. todos los mexicanos cantáramos las estrofas oficiales del Himno Nacional y aturdiéramos al planeta con el fervor musical de nuestro nacionalismo desafiante.
Con el patrocinio de Gobernación, durante 18 meses una caravana patriótica recorrerá el país cargada de símbolos tricolores para recordarnos a los mexicanos que todos somos hijos de La Corregidora, Hidalgo y Juárez. Sobra decir que la cruzada de Creel está condenada al fracaso. Salvo algunos pocos panistas ociosos, el miércoles pasado nadie interrumpió actividades para corear con Creel el Himno en cuestión.
Su causa es una causa perdida al menos por dos razones. Primero, es absurdo creer que en el inventario de los problemas de los mexicanos la falta de fervor patriótico constituya una prioridad. El tema en cuestión no es nuestra falta de nacionalismo; que yo sepa nadie quiere convertirse en guatemalteco, e incluso los compatriotas que viven en Estados Unidos siguen reverenciando la bandera y celebran el cinco de mayo y el 16 de septiembre con la pasión de siempre.
El tema en cuestión es que el país está interrumpido por la parálisis política y por la incapacidad de las fuerzas sociales para dirimir sus diferencias. Es increíble que el responsable de la operación política apueste al discurso retórico y hueco, haciendo abstracción de la realidad en que vive. Me recuerda a Porfirio Díaz obsesionado por las celebraciones del centenario de la Independencia en septiembre de 1910, convencido de que el fervor patriótico de los mexicanos lo salvaría de la tormenta que se avecinaba.
El segundo error reside en elegir el peor de los recursos retóricos que se tenía a la mano: el Himno Nacional. Para empezar los valores en los que está inspirado son anacrónicos. El Himno es una oda bélica, una bravuconada propia de una banda de barrio que jura matar al que ponga un pie en su territorio. La segunda estrofa ciertamente habla de paz: “Ciña o Patria tus sienes de oliva, de la paz el arcángel divino, que en el cielo tu eterno destino, por el dedo de Dios escribió”. En buen castellano quiere decir: Dios determinó que tuviéramos paz (es decir, no es el resultado de la tolerancia o la buena convivencia de los mexicanos).
No apela a la lucha contra la tiranía, a favor de la fraternidad, la igualdad u otros valores universales. Por otro lado, está el asunto de sus orígenes, que no son nada edificantes. El Himno Nacional es producto de un concurso que lanzó Antonio López de Santana en 1853 y aprobó en 1854. Es decir, 30 años después de la Independencia. El ganador fue Francisco González Bocanegra, quien hizo una letra al gusto del patrón: sumamente militarista e incluye elogios descarados al propio dictador. Años después el Congreso eliminaría esa estrofa, pero dejó todo el espíritu. El concurso para ponerle música lo ganó una pieza llamada “Dios y Libertad” de Jaime Nunó un español procedente de Gerona. Pero luego, fiel a su costumbre, Santa Anna no les pagó a ninguno de los dos. Jaime Nunó acabó vendiendo los derechos musicales a una compañía norteamericana. Así es que lo que cantamos es una composición que responde a las necesidades de un Gobierno, el de López de Santa Anna, cuyas acciones repudiamos por ser aquel que cometió el acto de mayor traición a la Patria: la entrega de la mitad del territorio nacional.
El Himno Nacional fue repudiado por Juárez y los Gobiernos liberales por considerarlo conservador y espurio. Es decir durante los siguientes 50 años no fue Himno Nacional, salvo en el período de Maximiliano. Y aunque Porfirio Díaz volvió a rescatarlo, los Gobiernos revolucionarios lo repudiaron de nuevo.
No es sino en los años cuarenta con Ávila Camacho, en el contexto de la Segunda Guerra Mundial, que vuelve adoptarse esta controvertida pieza. Es curioso que Santiago Creel convierta el 150 aniversario del Himno en su piedra angular para presentar una cruzada propia a todo el país.
Es una iniciativa que lo asocia con Santa Anna, Maximiliano y Porfirio Díaz. El Himno no nació con la Independencia ni tiene qué ver con el resto de los símbolos patrios; fue la creación de un dictador de triste memoria para la historia nacional. Detrás del Himno no hay una historia de héroes sino de villanos. Es preocupante que Creel ignorase todo lo anterior y sería más preocupante que lo haya hecho a sabiendas. Mientras López Obrador hace segundos pisos, revive el centro de la capital y lanza programas sociales provocadores, Creel nos convoca a hacer juras a la bandera con un Himno de orígenes y contenidos siniestros. (jzepeda52@aol.com)