Oaxaca (México), (EFE).- Un ambiente de fiesta multicolor inundó el auditorio al aire libre del Cerro del Fortín en Oaxaca, donde más de tres mil personas de las 16 etnias se reunieron para bailar La Guelaguetza.
Desde hace 72 años se celebra en este lugar este festejo tradicional que implica ayuda mutua, fraternidad, solidaridad, apoyo y compromiso, según el investigador Guillermo Marín.
Es por ello que La Guelaguetza se ha caracterizado por ser día de fiesta y gozo compartido, algo que se pudo apreciar el lunes en el escenario de la Rotonda de la Azucena.
En la fiesta bailan y reparten sus productos miles de personas llegadas de diversas comunidades de las múltiples etnias que hay en el estado de Oaxaca.
Los participantes reparten su comida y bebida, así como sus artesanías y a los invitados de honor, como el gobernador de Oaxaca, José Murat, le llevan guajolotes (pavos) vivos, canastas llenas de pan y frutas.
El público disfruta viendo a los danzantes, especialmente cuando éstos arrojan como obsequio pero con todas sus fuerzas productos del campo, piñas, cocos, naranjas, a los espectadores, y reparten entre ellos mezcal.
Los bailes de La Guelaguetza se realizan en el mismo lugar donde en la época prehispánica los indígenas zapotecos ofrecían ritos a sus dioses, sobre todo a la deidad del maíz, Centeotl.
"Es parte del origen de que ahí se celebren estas fiestas", dice Guillermo Marín.
La música que acompaña a La Guelaguetza es una mezcla de la prehispánica con los sones españoles, y evoca episodios de la conquista española.
Oaxaca es célebre por sus fiestas bailadas, no sólo por La Guelagetza, cuya Danza de la Pluma llega a durar de treinta a cuarenta minutos, la de mayor duración en el festejo, sino también por las fiestas de las comunidades de los Valles Centrales, en pueblos como Santa Ana del Valle, Teotilán del Valle, Zimatlán de Alvarez y San Bartolo Coyotepec, donde se baila hasta tres días seguidos.
En el caso de La Guelagetza dan singular colorido las mujeres de la región costeña, morenas, altivas, de cintura muy estrecha, cabello ondulado y negro, que portan faldas de colores vivos como el verde limón, naranja, rojo, rosa y azul eléctrico.
Ellas con sus hombres al lado bailan danzas como una del pueblo de Pinotepa, "El borrachito", donde demuestran que son las que tienen el mando tanto en el baile como en los quehaceres cotidianos.
Estas mujeres de la costa llevan en el cuello collares de diversos colores y presumen, como los hombres, de su picardía.
Durante el baile los hombres les cantan versos como: "Soy costeño, nacido bajo un palmar, me gusta mucho el 'chirmole' (una salsa) y la chilena bailar, pero más me gustas tú mi alma, cuando te miro bañar".
Ellas contestan: "Ya sé que me andas espiando negro repinto y mal hecho, como soy mujer costeña te voy a hablar muy derecho. Vete a hacer algún oficio y se te quita lo 'arecho' (mirón)".
El investigador Marín mencionó que entre los años 1928 y 1930 es cuando por primera vez se escenificó la Danza de la Pluma, propia de los zapotecos de la región de los Valles Centrales, que es una representación que hicieron los indígenas de la Conquista.
Asimismo señaló que los antecedentes contemporáneos de la presentación de bailes regionales dentro de La Guelaguetza se remontan al año de 1932.
Por entonces se celebró el cuarto centenario de haberse otorgado a Oaxaca el rango de ciudad y se hizo un "homenaje racial" a la ciudad en el cual las diferentes regiones del estado dedicaron cuadros de danza en honor a la capital.
En aquella ocasión, Oaxaca recibió la visita del Presidente de la República, quien llegó a la ciudad en tren después de que Oaxaca hubiera padecido varios terribles terremotos que la dejaron en bancarrota.
Por ello, y para darle realce a la vista presidencial se invitó por primera vez a las seis regiones que nunca habían participado en la Fiesta del Lunes del Cerro.