Carroll Quingley escribió “La evolución de las civilizaciones: una introducción al análisis histórico”, texto que clasifica a los períodos de evolución de las civilizaciones en siete fases:
“Mezcla: de elementos culturales y étnicos; Gestación: con avances y retrocesos en expansión y establecimiento de códigos sociales y de conducta; Expansión: dominio de otros pueblos adyacentes e inclusión; Conflicto: choque de intereses con pueblos y culturas vecinas en un proceso de intentos de dominio; Imperio Universal: paz interna, confederaciones, federaciones y regímenes internos que suman en calidad de vida de sus sociedades y que presentan organizaciones militares religiosas y políticas fuertes y Decadencia: empiezan a dejar de aplicar los excedentes a crear nuevas cosas, la inversión decrece y aparecen depresiones económicas, bajan los niveles de vida, surgen las guerras civiles (internas) y se diversifican los intereses. Por último la Invasión: cuando son sometidos por una cultura nueva, en expansión”.
También menciona las que considera manifestaciones de la decadencia moral, entre ellas:
Aumento de la conducta antisocial (crímenes, drogadicción y violencia social); decadencia familiar (divorcios, ilegitimidad, embarazos en adolescentes y familias monoparentales); descenso del capital social (pérdida de confianza personal y colectiva a las instituciones, baja de la filantropía y de servicios solidarios por asociaciones y voluntariado); debilitamiento general de la ética del trabajo y aumento de la tolerancia personal (individualismo); interés cada vez menor por el estudio y la actividad intelectual y dominio de lo superfluo.
Cuando analizamos el listado anterior y lo comparamos con la realidad que estamos viviendo en el mundo occidental, llegamos a la triste conclusión: Es muy probable que la decadencia del mundo occidental se esté manifestando en los signos sociales y políticos, incluidas las manifestaciones de insatisfacción por la ineficiente atención a las necesidades de los ciudadanos.
Así vemos manifestaciones de protesta de todo tipo, acusaciones entre políticos y personas públicas que muchas de las veces quedan sin comprobación y siempre generan desconfianza; programas televisivos de muy bajo contenido intelectual y marcada explotación de las debilidades humanas; descubrimiento de fraudes comerciales y financieros; desencanto por la inconsistencia e incongruencia de los supuestos líderes del mundo, incluyendo los otrora intocables religiosos; abusos de poder de las potencias mundiales que intentan someter a toda costa a los más débiles, que a su vez se revelan con los medios que tienen a su alcance; translocación de los valores sociales, incluidos los de convivencia de los grupos minoritarios con los mayoritarios, que insisten en imponer criterios y formas de vida ante la burla y violación de las disposiciones dadas al respecto; etc.
Para algunos es el principio del fin, que deberá generar una nueva sociedad más equilibrada, justa y equitativa; para otros, no es más que la simple manifestación de decadencia, que deberá dejar el paso a otras vigorosas, más dedicadas a construir que destruir (¿como la china?).
En lo personal prefiero ser positivo y pensar que encontraremos formas de convivencia en paz y armonía, aunque debamos pagar altos precios sociales, que de hecho ya empezamos a hacerlo.
Hoy día persiste la pregunta entre los pensadores del mundo occidental: ¿cuál es la verdad?, en referencia a la oleada de desprestigio que viven las autoridades de los Estados Unidos e Inglaterra en los medios de comunicación internacionales, por su obstinada guerra contra el Oriente Medio, aún sin justificar, apoyada en el supuesto de hacerla por la libertad y la democracia, agrediendo con la alevosía que da la superioridad en armamentos, matando sin discriminar entre militares y civiles, abusando de los indefensos prisioneros que ven reducida su dignidad humana a las mínimas expresiones, destruyendo ciudades que aún así pregonan orgullosas la cultura que encierran en sus edificios y tratando de romper una cultura con millares de años de historia.
Otros principios de vida de relación del mundo occidental están siendo vapuleados por la actitud bárbara y destructiva de sus gobernantes. Lucha por una supuesta libertad hablando de pacifismo y haciendo sonar los cañones contra ciudades que son impotentes para defenderse; pregonando valores y coartando la libre expresión de ideas de sus propios periodistas, quienes ante el temor callan con un silencio rebosante de culpa, complicidad y temor; dicen pelear por la justicia a la vez que dificultan la manifestación de los jóvenes que claman por el inmediato alto a las guerras.
Mal presagio encierran las palabras vanas que no se sustentan en el principio de la congruencia entre lo que se dice y lo que se hace, entre lo que se informa y lo que es la verdad.
Sólo con la verdad encontraremos los principios de convivencia pacífica; únicamente a través del ejercicio de la honestidad podremos alcanzar los niveles de trascendencia del ser humano; es por medio de este principio que lograremos sostener y dar apuntalamiento a otros valores como el bien, la bondad, la justicia y la mismísima democracia, incluida la libertad para hacer, decir y pensar.
La pregunta de este Diálogo es difícil: ¿qué nos corresponde y qué podemos hacer como simples ciudadanos? Lo invito a que reflexione la propuesta; ser más proactivo y propositivo en su medio social y familiar educando en base a los valores universales; trabajar aún más en favor de la calidad de vida de sus conciudadanos; encontrar maneras de dar apoyo a quienes lo necesitan, esperando con ello que reaccionen contagiándose de su entusiasmo por la vida y que actúen de igual manera, que así, el medio familiar y social en que Usted se desenvuelve será más agradable, lo fortalecerá y ayudará a enfrentar el reto de promover el cambio del mundo. ¿piensa que esta propuesta es una utopía?
ydarwich@ual.mx