No hay acto más vil que sacar provecho del dolor ajeno. Por eso, el discurso que pronunció Rudolph Giuliani en la Convención Republicana, realizada esta semana en Nueva York a favor de la reelección del presidente, lastima a todos aquellos que perdieron familiares y amigos en los lamentables hechos del 11 de septiembre de 2001 y enoja al resto del mundo porque sabemos, lo sabemos muy bien, que sólo quienes sufren la enfermedad de la arrogancia, pueden ostentar sobre sí la libertad de todos.
La de Giuliani fue una pieza de oratoria impecable, digna de elogio, de tal suerte que algunos analistas vaticinan que será el próximo candidato por el partido republicano a las elecciones de 2008. Sin embargo, su argumentación es ofensiva y despreciable, porque intenta avivar el profundo miedo que experimentan los norteamericanos desde hace tres años, ese temor con el que se ha beneficiado políticamente George W. Bush. El discurso resulta esquizofrénico, pues mientras presenta a un Presidente fuerte, robusto, firme en sus decisiones y convicciones, da cuenta de una sociedad –la suya– tremendamente vulnerable, frágil e insegura. Pero quizá es una narrativa no tan desconocida en su contexto cultural: Bush es el Superman, el Hombre Araña, el Batman, el superhéroe que viene a salvar y dar seguridad a todos con el grito: “Ellos oirán hablar de nosotros”. Y para el ex alcalde de Nueva York, ese grito se ha cumplido: en Afganistán, quitando a los talibanes del poder; en Irak, en donde terminaron con el “reino del terror” de Saddam Hussein, así como en Libia, en donde Kadhafi “tuvo que abandonar armas masivas de destrucción”. Y recuerda la famosa frase: “O están con nosotros o están con los terroristas”.
En un mundo donde el clima de seguridad es uno de los bienes más caros –en los dos sentidos del término– Bush propone la ofensa, no la defensa, para lograrlo. Giuliani acusa a todos aquellos que dejaron avanzar el terrorismo en el planeta. Menciona, entre otros, el ataque que sufrió el equipo israelí en las Olimpiadas de Munich, en 1972, en el que los tres terroristas sobrevivientes fueron puestos en libertad por el Gobierno alemán. Fue de este modo –dice– que siguiendo este patrón en diversos eventos, los terroristas “aprendieron” que podían atacar sin afrontar ninguna consecuencia.
El discurso glorifica al actual Presidente, enfatizando la debilidad de los ciudadanos. Éste, en definitiva, es un arquetipo conocido y frecuente desde la Edad Media: se ensalza al héroe sin miedo, contrastado con una masa reputada sin valor. Pero como bien dice Jean Delameu: “En todas las épocas, la exaltación del heroísmo es engañosa: como discurso apologético que es, deja en la sombra un amplio campo de la realidad”. Esta sombra sin duda la conforman todos los cuestionamientos que se le han hecho a Bush sobre los motivos por los cuales atacó Irak, los abusos inhumanos que han cometido las tropas norteamericanas con los vencidos, la composición mayoritaria de negros y latinos en las tropas, las altas tasas de desempleo, entre muchos otros.
El miedo es una parte constitutiva de la naturaleza humana, por él se sobrevive a los peligros; pero si se sobrepasa una dosis soportable, genera bloqueos, se vuelve patológico. Incluso, se puede morir de miedo. Mauppasant lo describe “como una sensación atroz, una descomposición del alma, un espasmo horrible del pensamiento y del corazón, cuyo solo recuerdo proporciona al alma estremecimiento de angustia”. El miedo es el peor enemigo que podemos tener dentro de casa y por ello los norteamericanos están enfermos de “susto”. Si George W. Bush siguiera en el poder, contrariamente a lo que afirma, los Estados Unidos se convertirán en el país de la angustia, en donde sus habitantes vivirán en una espera permanente y dolorosa ante el peligro, tanto más temible cuanto que no está claramente identificado.
Noam Chomsky, uno de los pensadores más importantes del mundo contemporáneo ha hecho énfasis en esta cultura del miedo:
“La administración Bush está llevando a cabo un ataque muy serio contra la población en general. Y a la población esto no le gusta naturalmente. De modo que en términos económicos y sociales, en el área de la salud, por ejemplo, la población ya se mostraba fuertemente en contra del Gobierno. Y la única cosa que se les ocurrió a los líderes para superar esto fue asustar a la gente. Si uno logra que la gente le tenga miedo a un enemigo externo que va a venir a destruirlos, van a terminar votando por uno. Simplemente porque la gente confía que el poder los va a defender. Y eso es más o menos lo que ocurrió”.
Sin embargo, esta construcción social del miedo no es algo que una a las personas o las integre, más bien las aísla y no les permite hacer una contrapropuesta. Qué lejos estamos de aquellos tiempos en que Peter, Paul y Mary convocaban a las masas para cantar “Blowing in the wind” y los hippies ponían flores en las metralletas. Si gana Bush, como decía mi abuela, “que Dios nos agarre confesados”.