La ciencia económica parte de unos principios básicos y se nutre de innumerables técnicas, métodos y otras ciencias para ser una asignatura digna de tomarse en cuenta, ya sea en los planes de estudio profesionales, en las acciones de Gobierno, en las decisiones empresariales o en la vida personal. No obstante, los responsables de llevar la economía de nuestra sociedad se empeñan en desacatarla y enredarla. Y, de paso, nos complican la existencia al resto de nosotros.
En un deseo de simplificar el tema, veamos primero el origen del vocablo mismo. La palabra economía proviene de dos raíces griegas: oykos, que quiere decir casa, y nomos que significa el cuidado de algo. Así pues, sus raíces nos dicen que es el cuidado de la casa, administración prudente; lo dice cualquier diccionario elemental.
Algunos de sus principios básicos enuncian que: si hay más oferta que demanda, el precio bajará; si la demanda sube, el precio subirá también; si hay un equilibrio entre oferta y demanda, el precio estará estable; dado que los recursos son escasos, hay que asignarlos a las mejores oportunidades, etcétera.
Así, como que se ve muy simple este asunto de la economía. Pero luego leemos y escuchamos –y sufrimos– todo lo relativo a la inflación, devaluación, déficit, desempleo, producto interno decreciente, crisis y estanflación, por mencionar algunos de los malestares que nos provoca una economía enferma. ¿Por qué se enferma? y ¿quién es el responsable?
La economía de un país, de una empresa, de una familia y de un individuo están interconectadas. Por ello los versados en la materia hacen la distinción entre la macroeconomía, que es la suma de todo el país, y la microeconomía, que tiene qué ver más con las individualidades. Es claro que lo que se haga, o deje de hacer, en las entidades gubernamentales y empresariales que influyen en la economía de una nación afecta directamente a todos sus miembros. De ahí que cuando aquellos, en especial los políticos y tecnócratas, cometen errores, despilfarros, omisiones y malversaciones de fondos, sus discursos se vuelven más y más confusos, cuando en realidad los fundamentos elementales de la ciencia económica son más sencillos de lo que nos quieren hacer creer.
El lenguaje que ellos utilizan lleva el velado propósito de que el público no entienda qué fue lo que pasó en nuestra maltrecha economía. Y muchas veces lo que pasó tiene explicaciones muy simples: se gastó dinero más allá de lo ingresado, o endeudamos al país porque no hay recursos, y lo que había se lo robaron, o es que quebró la empresa. Para mí es tan obvio como que la administración de la casa no fue prudente.
Claro que podríamos echarle la culpa a los países poderosos que nos invaden con sus productos baratos, a que no todos pagan impuestos, a los altos intereses que se cobran en la deuda nacional, y a que se fueron las maquiladoras y nos dejaron sin empleos. Opino que todo esto tiene la misma raíz y que es la falta de prudencia –y hasta de honestidad– en la administración de la casa. Aquél que gaste más de lo que gana estará condenado a sufrir un descalabro, tarde que temprano, ya sea el gobierno, la empresa, la familia o el individuo. Si respetáramos las recomendaciones anteriores habría un sobrante, y este ahorro se convertiría en formación de riqueza, ¡que buena falta nos hace!
Y si agregamos los fenómenos del consumismo, de los gastos superfluos, de las necesidades creadas, del “disfrute ahora y pague después”, entonces notaremos las oleadas de personas inmersas en una carrera sin fin, en un endeudamiento continuo para pagar lo que el sueldo no alcanza a cubrir.
Lo anterior tiene sus consideraciones, y nos provocan una serie de inquietudes e interrogantes: ¿por qué los salarios son tan bajos?, así no se puede ahorrar, y menos con la constante alza de precios; ¿por qué entonces vivimos con deudas?, ¿qué pasa con la riqueza que está en unas cuantas manos?...
¡Y la lista es larga!, de dudas, de preguntas sin aceptable respuesta y de reclamos muy sentidos por parte de quienes los formulan, de quienes sufren verdaderamente de malestares económicos, que son síntomas de que las economías mundiales están en diversos grados de enfermedad. La teoría económica nos habla de situaciones ideales, mas no por ello inalcanzables.
Lo que enferma a las economías, trátese de países, empresas, instituciones, escuelas, familias o personas, es el desconocimiento o violación de esas sencillas reglas y principios. Y si a ello le añadimos una corrupción gubernamental desenfrenada, el impacto negativo es todavía mayor. Quizás por eso nuestros políticos –con sus honrosas excepciones– hablan de la economía en un idioma que sólo ellos entienden. No les conviene que los simples mortales nos enteremos de que hicieron mal uso de los recursos, de que no fueron prudentes con la administración que les confiamos de nuestra casa
Si cada quien se preocupa y se ocupa de su propia economía, eso beneficiará a su familia, a la comunidad, a la sociedad y al país. La suma de los nacionales hace a la nación. No le dejemos todo el trabajo al gobierno, al patrón, a la suerte o a la Divina Providencia.
Y si es tan simple... ¿por qué lo complicamos tanto?
Queda en las conciencias y en las acciones de cada uno de nosotros la responsabilidad de desenredarlo, con una buena dosis de sentido común, con una sólida base de principios morales y de valores personales. Yo creo que sí se puede, en el plano individual, en lo familiar, en la empresa y en el Gobierno.
El autor es Consultor de Empresas en el área de Dirección Estratégica, con especialidad en Comercialización, Recursos Humanos y Finanzas. manuelsanudog@hotmail.com