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La Familia

Emilio Herrera

Elvira, por su parte, está dispuesta a sorprender a todos nuestros hijos y nietos y el último sábado se puso a abrir cajas y cajas de cosas buscando sorpresas entre las que no faltan fotografías y películas de las cuales nosotros mismos ni nos acordábamos.

La familia, por lo que sea, puede andar dispersa todo el año, y en ocasiones aun viviendo en la propia ciudad. ¡Ah!, pero que no llegue diciembre porque la cosa cambia desde el mismísimo día primero de este mes: los vástagos comienzan a buscar al tronco como si éste fuera un imán que les atrajera irresistiblemente, como ha de ser.

Nadie debiera sentirse solo en Navidad. No digo que todo mundo recibiera regalos. Son lo de menos. Pero, sí que todos recibieran un saludo o que el suyo fuera contestado fraternalmente, ya que todos pertenecemos a la familia humana.

Todo el año vivimos la vida de siempre, desde el amanecer hasta que la noche nos cansa, nos vence y nos tumba sobre el lecho, pero, en diciembre por la noche hacemos planes, llamamos a los familiares, planeamos así sea por teléfono buscando la reunión navideña. En todos las familias siempre hay un líder que encabeza y se encarga de que el entusiasmo acerca de la idea de la reunión familiar no decaiga y, antes bien, surjan ideas para motivarla y llenarla de alegría.

Entre nosotros el nieto mayor Emilio III es el ocurrente, al que cada año, desde que cumplió la mayoría de edad se le ocurren mil cosas para hacer de estas reuniones algo diferente llenándonos de entusiasmo y haciendo que nos sintamos como rejuvenecidos. Ahora, por ejemplo, cada familia habrá de llegar identificándose con los colores de una bandera que serán, de aquí en adelante los de su clan. Y en eso andamos todos que cuáles serán los colores y por qué; y que hay que ponerla en una asta, en lo que no faltará alguno que saldrá del apuro utilizando un palo de escoba, ya se verá. Hay ingenios que no dan para más.

Elvira, por su parte, está dispuesta a sorprender a todos nuestros hijos y nietos y el último sábado se puso a abrir cajas y cajas de cosas buscando sorpresas entre las que no faltan fotografías y películas de las cuales nosotros mismos ni nos acordábamos.

Tuvo buena ocurrencia aquel que en el pasado se le ocurrió por primera vez celebrar la Navidad reuniendo a los suyos para celebrar el nacimiento de Jesús, o como se decía en mis tiempos del Niño Dios. La celebración normalmente era una cena para los mayores, pues a los niños se les mandaba a dormir cuanto antes a fin de que sus padres tuvieran tiempo de cenar, platicar con sus invitados, despedirlos y ocuparse, luego de verificar si los hijos menores estaban dormidos, de consumar el misterio de dejar junto a ellos lo que en sus cartas habían pedido o mucho menos. Ambos se engañaban todos los años que podían, pues los niños aparentaban dormir y los padres aparentaban creerlo.

Hoy, según entiendo, ya ni se hace el intento, pero, para mí, que todos se lo pierden, pues no dejaba de ser encantador aquel recíproco, mutuo y cariñoso engaño de padres e hijos.

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