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La guerra de los correos

Jorge Zepeda Patterson

El mundo todavía se pregunta cómo es que Bush pudo haber ganado con el mayor número de votos en la historia de Estados Unidos. A la par de las grandes explicaciones para entender lo inexplicable, comienzan a fluir los detalles, las microhistorias que entretejen el tapiz de la historia con mayúscula.

Un curioso pasaje, casi desconocido hasta hace una semana, arroja una perspectiva interesante sobre los extraños comicios que acabamos de atestiguar.

El periódico londinense Guardian, de tendencia centroizquierda, quiso hacer su pequeña contribución a la historia mundial y decidió poner un granito de arena para impedir la reelección de George W. Bush. El periódico anticipó que el estado de Ohio sería el campo de batalla decisivo en los comicios presidenciales y se propuso convencer a los votantes de un pequeño condado para que sufragaran en contra de Bush. Escogió a Clark, uno de los pocos condados de ese estado que en las elecciones del año 2000 habían sido favorables a Al Gore, aunque con poco margen; el Guardian decidió convertirlo en bastión demócrata.

Para conseguirlo convocó a sus lectores a inscribirse en un programa que consistía en escribir una carta personal dirigida a un votante de Clark, explicando las razones para no votar por Bush. Once mil lectores ingleses del diario se apuntaron al programa y recibieron los datos de algún hogar de esta región.

Se pedía, además, enviar una copia a la Redacción del periódico, para premiar al autor de la mejor misiva con un viaje pagado para asistir a las elecciones en ese condado.

Pronto una decena de miles de casas de Clark recibieron, la carta de algún inglés desconocido pero obsequioso. John Le Carré, el famoso escritor de novelas de espías, fue uno de ellos. Le Carré comentó a su destinatario: “Probablemente ningún Presidente norteamericano en toda la historia ha sido tan universalmente odiado en el extranjero como George W. Bush: por su unilateralismo infantil, su desprecio por los tratados internacionales, su irresponsable indiferencia a las aspiraciones de otras nacionales y culturas…”

Pero otras cartas fueron menos “diplomáticas”. Uno de los exhortos comenzaba así: “No se avergüencen tanto de su Presidente; después de todo la mayoría de ustedes no votó por él. Y si finalmente gana, habrá llegado el momento para que los norteamericanos finjan ser canadienses cuando viajen por el extranjero. Por favor, no permitan que eso suceda. Vota en contra del candidato ideal de Bin Laden…”.

La reacción de los hogares norteamericanos no fue elegante, por decir lo menos. Las cartas levantaron una ola de repudios en contra de lo que se consideró una injerencia inadmisible. La radio y los periódicos de esta zona del estado, no sólo del condado de Clark, difundieron la irritación de los vecinos y emprendieron una cruzada de linchamiento. Las cartas de los locales eran furibundas: “¿No han notado que los americanos no damos un carajo por lo que piensan los europeos de nosotros? Nos importa un bledo si nuestras elecciones afectan sus pequeñas y miserables vidas…”. Otra más amenazante decía: “Manténganse fuera de la política electoral americana, a menos que deseen que un batallón de Navy Seals tome las oficinas del Guardian y se los lleve a Guantánamo, donde pueden hacer compañía a unos pastores talibanes solitarios”. Otro era más lacónico: “Queda usted advertido que he reenviado su carta a la CIA y al FBI”.

La derecha organizada no desaprovechó la ocasión y pronto estaba encabezando un movimiento de reacción. Difundió las cartas más desafortunadas de los ingleses, y convirtió la consigna de votar por Bush en una declaración de principios de soberanía y dignidad. Cuando se dio cuenta del efecto bumerang de su campaña, el Guardian suspendió la operación y canceló el premio para evitar que un inglés resultara lapidado en tierras de Ohio. Pero el daño ya estaba hecho: Clark fue el único de los condados que perdió Kerry de los 16 que habían votado a favor de Gore cuatro años antes. Peor aún, fue en el que más votos pasaron del partido demócrata al republicano de todos los 88 condados de Ohio.

Ahora resulta que no era la economía, ni la guerra ni el terrorismo. Eran los valores morales lo que ocasionó el triunfo de George W. Bush. Hoy se sabe que Bush habría perdido si los demócratas hubieran hecho un mejor trabajo en Ohio. Bastaban 130,000 votos en ese estado para que Kerry hubiese sido Presidente.

Sin embargo, errores del Guardian aparte, los casi cuatro millones con los que ganó Bush en el país obedecen a otra razón: los republicanos entendieron mejor la naturaleza del alma norteamericana. Por ejemplo, lograron que en algunos estados clave se votara con la papeleta de elección presidencial el candente asunto de la legalización del matrimonio gay. Tal fue el caso de Ohio. Normalmente este estado y su vecino Pensilvania suelen votar de manera similar, pues comparten características demográficas y socioeconómicas. En Pensilvania el tema de los matrimonios homosexuales no fue abordado en los comicios; Kerry venció por amplio margen.

Los republicanos lograron que casi 80 por ciento de los estadounidenses asiduos a una iglesia votaran por Bush. Hicieron de este farsante que mintió a su país una y otra vez y que engañó al servicio militar, el representante de los valores morales del “buen norteamericano”, fiel a su iglesia y a su país. El Guardian no entendió el american way of life. Pero no fue el único. Sea por fidelidad a sus convicciones o por mala estrategia, los demócratas tampoco.

(jzepeda52@aol.com)

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