Antes del próximo jueves, 15 de julio, Vicente Fox debe -quién sabe si lo haga- tomar una decisión. El calendario le juega una mala o una buena pasada, según encare esa fecha.
Ese día, presuntamente, el fiscal Ignacio Carrillo Prieto llevará a cabo una determinante diligencia en contra de Luis Echeverría y varios ex funcionarios y militares en retiro involucrados en los crímenes cometidos durante el movimiento estudiantil de 1968 y la manifestación del diez de junio de 1971, así como durante los años de la Guerra Sucia. Igualmente, ese mismo día se conmemorarán 25 años de la muerte de Gustavo Díaz Ordaz, el personaje que encarna por excelencia el símbolo del autoritarismo, la cerrazón y la represión política.
Accidente o no, en la agenda aparecen esos dos contradictorios sucesos, a los que se sumará otro aparentemente, sólo aparentemente, menor: la adopción de los criterios técnicos por parte del Instituto Federal Electoral para la redistritación electoral que, vistos en su justa dimensión, repercutirán en la geografía del poder y a la vez, constituirán el primer paso firme rumbo a la elección federal de 2006.
Antes de esa fecha, Vicente Fox tendrá que tomar, así sea por omisión, una decisión clara frente al pasado y el futuro que, curiosamente, incidirá en la incertidumbre del presente. Decidirá, pues, el Mandatario si pretende escribir una página de la historia nacional o una hoja más de la historieta nacional a la que se ha aficionado con denuedo.
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A diferencia de otros aniversarios luctuosos de Gustavo Díaz Ordaz, por la coyuntura el del jueves será distinto. Los echeverristas, con o sin uniforme, tendrán un foro ni mandado a hacer para volver a entonar las loas a quienes mancharon brutalmente de sangre un capítulo de nuestra historia y demandar que el perdón y el olvido los sepulten -aunque algunos todavía tengan vida- de una vez por todas. Los restos del diazordacismo y el echeverrismo unirán sus voces.
Es probable, desde luego, que la Fiscalía opte por el atajo político. Buscar algún pretexto para justificar el atraso de la diligencia prevista y de ese modo, salvar la fecha. O bien, fiel a la costumbre del Gobierno, irse a pescar charales haciéndose de la vista gorda frente a los peces gordos. Eso, sin embargo, no sería una solución al problema de fondo. Simplemente, sería echar mano del socorrido recurso de salir del problema por la tangente, sin entrar en el fondo de la materia: la fuerza o la debilidad actual del Estado mexicano para proceder contra quienes abusaron del poder.
En el deseo, pero sólo en el deseo de quienes abrigan la esperanza de que el Gobierno no se eche para atrás en el compromiso de hacer justicia. La realidad, sin embargo, apunta en la dirección contraria. El Estado y el Gobierno atraviesan por uno de sus peores momentos. La debilidad del Gobierno, la ausencia en el mando presidencial lo hace terriblemente vulnerable y por si eso fuera poco, frente al esclarecimiento del pasado, el Gobierno cometió un error al crear la Fiscalía Especial que hoy lo coloca en un callejón: si echa para atrás el compromiso de esclarecer el pasado, malo; si echa para adelante ese compromiso, malo si no es que peligroso. Las advertencias están hechas. (En la ilusión política del secretario Santiago Creel la creación de esa Fiscalía, en vez de integrar una Comisión de la Verdad, era lo conducente y ganó la partida a Jorge Castañeda y Adolfo Aguilar. Nomás que ahora, ahí están los resultados de esa batalla librada en el campo de la ilusión política. Si limitado fue el debate sobre la forma en que debería explorarse el pasado, todavía fue peor el debate sobre si había condiciones para hacerlo sin importar el modo.)
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Con todo, si hay una decisión presidencial clara, expresa y contundente, la mala pasada que el calendario pone en la agenda podría transformarse hasta revertirse.
Esa posibilidad exige, sin embargo, una suerte de imposible: que Vicente Fox asumiera la condición de Presidente de la República, de Jefe de Estado y de Gobierno y abandonara la frivolidad con la que pretende resolver los problemas. Que saliera de la idea de que la realidad se transforma a golpes de declaraciones o que la realidad está determinada por los índices de la popularidad que, de tiempo atrás, viene despilfarrando. Es un imposible, pero no por eso debe descartarse.
Si en su debilidad Vicente Fox viera su fortaleza, en la coyuntura que ahora se le presenta podría encontrar la posibilidad de revertir el creciente peligro en que se encuentra su Gobierno y amenaza la estabilidad política en la República.
Un muy frío análisis de la difícil situación que afronta y en la que el poder presidencial se ve de más en más disminuido y la acción de Gobierno convertida en un concurso de disparates que, por momentos, hace pensar que no todo sexenio tiene seis años, obligaría a hacer pública la necesidad de convocar a una tregua política de muy amplio espectro con derrames hacia el pasado y el presente, para garantizar cierta certidumbre en el muy próximo futuro.
Se trataría de enderezar un discurso reconociendo la debilidad del Estado y la difícil circunstancia del Gobierno para bajar las armas en muchos de los frente abiertos. Cancelar las pesquisas sobre el pasado a cambio de concretar un acuerdo en materia hacendaria y en materia de pensiones. Cancelar las pesquisas sobre el presente -léase, el desafuero de Andrés Manuel López Obrador; léase el caso Pemexgate y léase la auditoría a la Lotería Nacional que pega directo en Marta- a cambio de la elaboración de una verdadera política de seguridad pública que dé auténtica respuesta al clamor ciudadano en esa materia. Reconocer que no tiene el Estado, ni el Gobierno, fuerza ni organización suficiente no sólo para revisar el pasado sino tampoco para explorar el futuro y garantizar el presente.
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Es claro que un planteamiento de esta índole a muy pocos sectores y actores políticos y sociales atrae, en la medida en que está borrado el horizonte nacional en razón de que se ha perdido el rumbo y está subrayado el horizonte partidista o grupal en razón de la atmósfera de revancha y venganza que marcan estos días.
Sin embargo, vista la situación política con absoluta objetividad, es la hora de los sacrificios. Aquélla donde se tiene qué ver, no lo que se va a ganar, sino lo que se va a evitar perder. Y como están las cosas, es mucho más lo que se puede perder que lo que se puede ganar. Esa es, lamentablemente, la disyuntiva.
Puede criticarse que enderezar un discurso de ese tipo y proponer una acción extraordinaria como la que se plantea, supondría arrear la histórica demanda de hacer justicia a quienes fueron reprimidos, encarcelados, torturados, desaparecidos o asesinados; supondría lastimar el Estado de Derecho frente a las ilegalidades en que habría incurrido el Jefe del Gobierno capitalino; supondría dejar impune el tráfico de influencias practicado por la esposa de Vicente Fox y supondría dejar escapar a muy emblemáticos priistas que agraviaron de muy distintas maneras a la nación. Sí, así es. Supondría todo eso como también reconocer el fracaso político que se está viviendo y que amenaza con acabar en una tragedia. Pero también supondría la posibilidad de darle cierta certidumbre al presente y cierta esperanza al futuro.
Un discurso y una acción como ésa rompen sin duda con muchos postulados y probablemente principios establecidos, sin embargo, la situación que se está viviendo es extraordinaria. Ya no preocupa tanto que después de 2006 Vicente Fox y Marta Sahagún se vayan al rancho San Cristóbal, como que se vayan a ir antes.
Es tan extraordinario lo que se plantea, como lo que está ocurriendo. Y en la actual circunstancia, no se vale salir con la perogrullada de que las cosas ocurren porque suceden. Es la hora de los sacrificios.
*** Es difícil que ocurra ese imposible. Que Vicente Fox asuma seriamente la peligrosa circunstancia que afronta, con tantos frentes abiertos. Pero, aun cuando suene absurdo, no por imposible debe descartarse.
Más allá de los juegos y rejuegos de Alfonso Durazo, no es un asunto menor que el hombre encargado de guardar los secretos o los vicios del Presidente de la República y a la vez, el hombre encargado de divulgar los pronunciamientos o las virtudes del Presidente de la República, desnude a su jefe. Si bien es grave que el Presidente de la República pierda la confianza en ese hombre, muy probablemente lo sea más que ese hombre pierda la confianza en su Jefe. La renuncia de Alfonso Durazo no puede responderse y menos disolverse con un comunicado de prensa, donde sólo se consigna el desacuerdo con los motivos de la renuncia. Tampoco se diluye diciendo que era un funcionario de los muchos que hay en el Gobierno y mucho menos con el martirio del autoelogio que, en el fondo, dice exactamente lo contrario de lo que se pretende.
Vicente Fox tiene frente a sí, quizá, la más importante decisión de su mandato. La tiene él, pero también están obligados a reflexionar sobre esa tregua todos y cada uno de los actores políticos que hoy forman parte del elenco de los escándalos, los agravios, los abusos protagonizados antes y ahora. Ninguno escapa.
Puede no tomarse ninguna decisión. Puede ocultarse la indecisión, dejando el quehacer a la inercia que, claramente, perfila el fin del callejón en que se está metiendo la República. Puede pretenderse, como absurdamente declara -quién sabe si lo piense- el Presidente de la República, que no hay crisis política, que no hay ni siquiera una crisis en el gabinete y que no está ocurriendo nada alarmante. Puede hacerse todo eso. Lo cierto es que dejar que la situación siga corriendo por el carril que va, sólo hará más larga y más difícil la hora de los sacrificios. ¿Es posible el imposible? Hay veces que en la debilidad está la fortaleza. Ésta es una de ésas. Este jueves, 15 de julio, se conjugan el pasado, el presente y el futuro. Lo peor sería no optar por ninguno.