El Presidente Vicente Fox se ha caracterizado por una imaginación peculiar en materia económica, presentando una visión personal del entorno que muy poco tiene que ver con la realidad. Cree que buenos deseos y una alquimia verbal con los números sobre el crecimiento, el ingreso o el empleo, se traducirán por arte de magia en una mejoría del nivel de vida de los mexicanos.
Un ejemplo de esto sucedió en 2002. Ese año la economía experimentó su peor desempeño en lo que va de esta administración por el impacto de la recesión estadounidense. No obstante, Fox describió en su segundo informe de gobierno un panorama muy optimista al señalar que ??el crecimiento del ingreso per cápita?en estos casi dos años ascendió más del 12 por ciento, pasando de 5 mil 700 a 6 mil 400 dólares??
El dato lo citó en dólares y no en pesos constantes porque mañosamente quiso dar la impresión de grandes avances en su gestión. Un año después no tocó el tema. El ingreso por habitante medido en dólares venía en descenso por la depreciación del peso, y para el tercer trimestre de 2003 no sólo era casi 10 por ciento menor al de un año antes, sino también inferior al registrado en el tercer trimestre del 2000. Tampoco habló del ingreso por persona en pesos constantes, porque hubiera tenido que admitir que ha caído en cada uno de los tres primeros años de su administración.
El discurso triunfalista y hueco de Fox no ha cambiado. Sigue utilizando datos distorsionados y parciales para describir un entorno que no concuerda con la realidad, sin admitir sus errores ni aprender de ellos. Muchos de sus simpatizantes han tenido que aceptar, algunos francamente decepcionados, que el ?Fox visionario? nunca existió. Era una imagen creada por la mercadotecnia de su campaña que los mexicanos deseábamos se hiciera realidad.
Su comentario más reciente fue el martes de la semana pasada, cuando afirmó que México ?es el país más atractivo de la Tierra? para los inversionistas extranjeros, basándose en los 7,425 millones de dólares (md) de inversión extranjera directa (IED) que entraron en el primer trimestre del año.
Quizá sus colaboradores no le aclararon mejor la composición de dicha cifra, ni tampoco le informaron sobre lo que otras economías reciben, o la ubicación de nuestro país en los diversos estudios que miden el atractivo de las economías para los inversionistas internacionales. Peor aún, quizá se lo dijeron, pero no les hizo caso.
La afirmación de Fox carece de sustento. Pasó por alto que la IED del primer trimestre incluye 4,200 md de la adquisición de Bancomer y 590 md de la compra de Apasco, operaciones no recurrentes que sólo representan un cambio de propiedad de activos existentes. Cuando restamos esos montos extraordinarios la IED es bastante más modesta (2,635 md), incluso menor a la del primer trimestre del año pasado, cuando ingresaron 2,651 md por ese concepto.
El Presidente desconoce que muchos otros países reciben en términos absolutos y como proporción de su producto interno bruto cantidades de IED muy superiores a las que entran a México. Ignora, además, que todos los estudios sobre los destinos de inversión en el mundo colocan a nuestro país a media tabla: el índice de competitividad en el lugar 47 de 102 y el de libertad económica en el 69 de123.
Un estudio del Banco Mundial (Doing Business in 2004) que menciona los países más atractivos para hacer negocios este año, ubica a México en una posición mediocre, en franca desventaja respecto a las naciones asiáticas y, en algunos casos, atrás de varias de América Latina.
Por tanto, el México que Fox presenta es el que está en su imaginación y no el que ha creado con sus acciones de gobierno. Los inversionistas tardaron en darse cuenta, pero ahora no lo toman en serio.
En su campaña parecía que sabía lo que decía y que tendría la voluntad y el carácter para aplicar las medidas que le permitieran cumplir sus promesas. Recuerdo que varios amigos quedaron embelesados con su retórica. Por mi parte, nunca dudé de sus buenas intenciones como candidato, pero en las oportunidades que me tocó escuchar su discurso económico me di cuenta que hacía promesas que no podría cumplir.
Mis sospechas sobre su falta de capacidad y liderazgo no son recientes. Las externé en público y por escrito desde el inicio de su gobierno. Sus deficiencias de carácter también han sido visibles desde el comienzo de su administración.
Nunca resolvió el problema de los zapatistas, no comprometió su popularidad para empujar frente a la oposición del Congreso las reformas estructurales, se doblegó ante los revoltosos de Atenco, y le falta claridad y firmeza en su relación con Castro.
El tiempo del desencanto ya llegó. Fox ha sido incapaz de instrumentar los cambios que podrían hacer realidad sus promesas de campaña, y esto no sólo por culpa de un Congreso ignorante que se opone a todo, sino también por su ineptitud para avanzar en las tareas que competen al Ejecutivo, como son la desregulación y el respeto al Estado de Derecho.
El país está igual y en algunos aspectos peor que antes de que Fox asumiera la presidencia. La estabilidad financiera se debe a la disciplina macroeconómica que heredó de la administración de Ernesto Zedillo, pero en su gestión no ha habido crecimiento, la desocupación aumentó, se elevó la regulación gubernamental y se paralizaron las reformas estructurales.
Me temo que la efectividad de su gobierno para realizar la transformación estructural que tanto necesitamos será nula en lo que resta del sexenio. Ojalá me equivoque, pero lo más probable es que Fox continúe sin distinguir entre las buenas y malas políticas públicas, por lo que la única constante será el discurso ilusorio y triunfalista de alguien que quiso ser presidente, fue electo para ese puesto, pero no sabe qué hacer en él.