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La invasión de los enanos

Federico Reyes Heroles

¿Está México preparado para la democracia? El dictador mexicano respondió que sí. Trató sin embargo de perpetuarse aún más en el poder. Provocó con ello el alzamiento maderista. Llegaría así la cruda traición de Huerta. Después vendría la revolución social, con un millón de muertos. De allí a la era de los caudillos, del encadenamiento de intrigas y traiciones ni siquiera imaginadas por Shakespeare. La solución fue el sistema autoritario de partido hegemónico. Se trató de un sistema benigno, como lo califican algunos autores, en tanto que tuvo cierta capacidad de respuesta para las necesidades sociales, propició crecimiento y movilidad social y la represión fue mucho menor que la de otros casos.

Ese sistema autoritario tuvo además otras ventajas: incorporó cuadros altamente capacitados y operó como fuerza modernizadora. Al final, lentamente, fue accediendo a una apertura política y en un trecho de alrededor de un cuarto de siglo cedió el poder sin revueltas, asonadas o cuartelazos. Los lados oscuros de ese sistema autoritario fueron varios, una corrupción que todo lo invadió y por supuesto, actos de represión como el 68, el 71 y los ocurridos durante la llamada “guerra sucia”. Terminamos el siglo XX con la idea de que la alternancia era culminación de un largo trayecto hacia la democracia y el buen Gobierno. Visto en retrospectiva, Díaz quizá debió haber respondido con un rotundo no, pero era incorrecto decirlo. Las formas democráticas funcionan con demócratas que les dan vida. Hace un siglo esos demócratas eran la excepción, pensaría uno. Pero bueno, México es hoy otro, debe serlo. Un siglo después cualquiera contestaría a la misma pregunta, claro que estamos preparados para la democracia. Pero algo anda muy mal y todos lo sabemos.

Dentro de dos semanas Vicente Fox rendirá su cuarto informe de Gobierno. Los juicios sobre los logros y deficiencias de su gestión de alguna manera están ya lanzados. Mucho era previsible: buena fe, inexperiencia, incapacidad, etc., pero valía la pena pagar esos costos. Sin embargo ahora merodea una preocupación muy honda, que va más allá de Fox y que estalla al pensar en 2006. Es algo muy grave: la clase política de nuestro país está invadida de enanos. Da la impresión de que el reacomodo de las fuerzas y la carencia de liderazgos auténticos desataron los controles y autocontroles mínimos en las instituciones, en especial de los partidos. Sin guías y líderes reales, pero sobretodo sin principios, el espectáculo es el de una jauría de chacales dispuestos a lo que sea con tal de llegar y conservar el poder. El desfile ha sido verdaderamente vergonzoso. El asunto va mucho más allá de la simple división entre partidos: incluye a todos.

Partidos que convierten a borrachos conocidos y prepotentes, pseudoactrices ignorantes, juniors huecos, en legisladores. Gobernadores que se organizan atentados para ocultar sus parrandas. Funcionarios de alto rango que contrabandean armas en aviones privados. Jugadores incontrolables encargados de los centavos. Gobernadores que “enjaulan”, por supuesto ilegalmente, a folklóricos presidentes municipales de los cuáles todo es creíble. Candidatos a alcalde que la opinión pública vincula con comisión de delitos graves, incluido el homicidio. Esposas que desde el poder quieren llegar al poder sin importarles la ética ni lo que digan sus partidos. Presidentas de partidos con amantes millonarios capaces de regar buenos dineros por aquí y por allá para impulsar campañas y otros asuntos. Diputados contrabandistas confesos.

Embajadores sin ninguna experiencia pero con el sueño muy delicado que compran, con dineros públicos, faltaba más, colchones a precios ofensivos. Asociaciones supuestamente filantrópicas vinculadas a la Presidencia que reciben dineros de grandes corporaciones que a su vez son beneficiarias de la misma asociación que han beneficiado. Diputados federales que deciden donar sumas millonarias, digamos treinta millones de pesos, a muy cuestionables organizaciones ciudadanas que terminan comprando tangas. Instituciones abocadas en teoría a la asistencia pública donando dinero a empresas riquísimas. Diputados federales, sin ninguna vocación pública, que se “desnudan” en televisión para hacerse populares. Presidentes de partidos “jóvenes” hablando de millones de dólares por un trámite.

Han pasado semanas, meses, años y el desfile pareciera no tener fin e incluso irse nutriendo de nuevos personajes. Súmese a ello un Jefe de Gobierno del Distrito Federal que desprecia la Ley, finge demencia frente a la corrupción que lo rodea, mientras distribuye cientos de miles de panfletos que buscan exacerbar odios sociales. Por supuesto que hay problemas de diseño institucional para propiciar acuerdos y alianzas. Por ello es urgente analizar la “segunda vuelta”, los requisitos de alianzas y coaliciones y la posibilidad de un régimen semiparlamentario. Pero las instituciones no van a cambiar la estrechez de miras, la falta de profesionalismo, de seriedad mínima y en algunos casos, de cordura de buena parte de nuestros políticos.

¿Dónde están los hombres de principios, de ideas, los estudiosos que los hay en el PRI, el PAN y el PRD? Pareciera que han sido engullidos por los chacales. Al estar dispuestos a convivir con ellos, al aceptar en los hechos sus envilecidos códigos de entendimiento de la vida y de conducta todo por garantizar una curul o una presidencia municipal o lo que sea, renunciaron a un principio básico. A decir de Duverger todo partido político es en su origen como un club: se reserva el derecho de admisión. La competencia política en México no está llevando ni remotamente a los mejores al poder. Al contrario pareciera que hemos caído en un efecto perverso en que la degradación a la corta paga. De allí la importancia de fortalecer la carrera política con la reelección de diputados, senadores y presidentes municipales. Ensanchar el servicio civil de carrera también puede ayudar.

El asunto es muy grave. La clase política emergente es una vergüenza. Es claro que los partidos no han tenido la capacidad de formar y conservar en el poder cuadros que garanticen un mínimo de conocimiento, vocación y ética. Surtir candidatos a dos mil cuatrocientos veintinueve municipios cada tres años, a cientos de diputaciones locales, a quinientos diputados federales y todo el resto de mecanismos republicanos ha convertido a la política en México en un atractivo juego de oportunistas, frívolos, corruptos y en el mejor de los casos, de ignorantes. Podrán ganar una elección pero difícilmente podrían engañar dos veces. El poder, por fortuna, desnuda. ¿Políticas de Estado, acuerdos, visión de largo plazo? Por favor, si la República está invadida de enanos.

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