Una vez más la delegación deportiva mexicana en unos Juegos Olímpicos se ha quedado en el tradicional “ya merito”, que no hemos podido superar desde 1968. El problema del deporte debe establecerse como una prioridad en todo país que crea en su orgullo nacional y que haga de la disciplina y el trabajo en conjunto un objetivo de su propia identidad y cultura.
Hay competencias en que se sabe de antemano, por las marcas establecidas, quiénes tendrán oportunidad de subir al podium y quiénes no; en esta categoría se inscriben todas las pruebas del atletismo, la natación, la gimnasia y muchas otras en que, con toda antelación y dadas las limitaciones deportivas que padecemos, entrenadores y competidores saben a ciencia cierta que no obtendrán ninguna medalla y que su participación es a manera de estímulo y fogueo internacional.
Pero hay otras justas en que los resultados puedan variar, especialmente en deportes de conjunto como beisbol, fútbol, basketbol, waterpolo y volibol. Sin embargo, en esas ramas hemos demostrado, Olimpiada tras Olimpiada, nuestra absoluta ineficiencia, así como la desvergüenza de gastar recursos ilimitados, como es el caso del futbol varonil, donde siempre se obtienen pésimos resultados. Aunque, claro está, el enorme negocio de la televisión llena a plenitud los bolsillos de jugadores, entrenadores y comunicadores, no importa que sólo entreguen al público desesperanza y desilusión.
Los culpables de esta lamentable situación no son los deportistas, sino la corrupción y los compadrazgos que han convertido a las federaciones deportivas en botín de unos cuantos, con resultados nefastos para el deporte nacional (en este sentido, el ejemplo lo han puesto los deportistas minusválidos, que a falta de recursos tienen orgullo y pundonor). Por si fuera poco, los medios de comunicación, ávidos de material nuevo para su pingüe negocio, exageran las virtudes de cualquier muchacho que comienza a destacar y lo convierten en ídolo de barro, con el subsiguiente desaliento colectivo.
La situación es aún más grave si adicionamos el factor socioeconómico actual o sea la crisis por la que atravesamos. En otras palabras la adversidad en el ánimo colectivo que se refleja en la debacle deportiva, pero a la vez el deporte como indicador de una triste realidad.
En lo que sí somos ganadores es en la comicidad chabacana, el chiste barato y el divertimento de poca calidad que ofrecen el conjunto de cómicos que apabullan a la opinión pública con su falta de ingenio. La vulgaridad y el albur barato, únicos recursos de estos bufones que hartan a los televidentes, quienes en vez de reírse sienten ganas de llorar ante la falta de orgullo y presencia de nuestros deportistas.
Todavía falta mucho. Ana Gabriela Guevara es de las pocas esperanzas que nos quedan y al menos escuchar una vez el himno nacional. Si no logramos eso, quizá valdría la pena abstenernos de participar en futuros Juegos Olímpicos o sólo mandar unos cuantos para ahorrarnos la vergüenza y el enorme gasto que significa enviar una legión de mediocres a países lejanos.
México merece mucho más. Requiere especialistas en deporte de alto rendimiento que correspondan al tamaño, la historia y el prestigio que México ha obtenido en muchas actividades culturales y públicas. Mientras tanto, no nos sentemos frente al televisor para observar a nuestros atletas cosechar nuevos fracasos. Eso es masoquismo. Veamos y apreciemos entonces a los verdaderos deportistas aunque no sean los nuestros. Pero sin conformismos.
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