Dicen que a cada santo se le llega su fiestecita, por lo que no había que dudar que, como en la temporada de cazar patos, los tiradores escondidos entre la maleza, en ambas orillas de la laguna, hicieran fuego con sus escopetas contra el que, a la cabeza de una bandada, se ve que va en primer lugar.
Los silbatos imitando sus graznidos, daban aparente vida a los señuelos colocados en el agua, para atraer a las aves palmípedas que remontadas en los aires se resistían a bajar. Se oían como cornetas llamando a la refriega. Las mañanas húmedas con el frío calando hasta los huesos. Eso le está sucediendo a Andrés Manuel López Obrador, allá en la antigua Tenochtitlán.
Le están disparando con perdigones de doble cero, usados para abatir rinocerontes. Las encuestas lo señalan como la persona que, si en este momento fueran las elecciones, obtendría la mayoría del voto ciudadano que lo llevaría a ocupar la silla presidencial. Se le señala como un inquieto político que suele nadar a contracorriente realizando obras que han provocado grandes controversias ante las cuales no se ha amilanado.
La vida de las personas, en sus triunfos y en sus derrotas, las deciden los dioses del destino, por lo que, habría que decir, es muy dudoso que AMLO pudiera ser candidato del partido, al que ahora pertenece, sólo que quiera producir un cisma de consecuencias insospechables. Lo que puede suceder a menos que sea modificado el Código Federal de Procedimientos Electorales para permitir que el PRD postule dos candidatos en vez de uno, pues a estas alturas ya nadie duda que el líder moral del Partido de la Revolución Democrática, Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano, por cuarta ocasión, buscará que el partido que fundó lo nombre su candidato.
Este hombre ha sido derrotado en tres ocasiones consecutivas pretendiendo una cuarta oportunidad, en vez de imitar al célebre Lucio Quinto Cincinato, cónsul en la antigua Grecia, allá por el año de 460 a. de C., al que retirado de las fanfarrias y el oropel que trae consigo el poder, quienes le llevaban las insignias de su dignidad, le encontraron en el campo, cerca del Tíber, empujando él mismo un arado. Demostración de sencillez y austeridad en las costumbres, que debería hacer recapacitar a los políticos de esta época que no soportan la idea de vivir alejados de la nómina y del poder que dimana de los puestos públicos.
Es cierto, tiene razón Andrés Manuel, los tiempos se han adelantado, dando lugar a que como potrillos tresañeros agitados, nerviosos y ávidos de ser enfocados por los reflectores de la fama, no queriendo quedarse atrás, lancen a diestra y siniestra acusaciones de variada índole, de una trinchera a otra. Ahora bien, el aducir que estamos en plena temporada de golpes bajos no significa que el Jefe del Gobierno capitalino sea ajeno a la denuncia de que tiene un colaborador que aparece mañosamente en la nómina con otro cargo de mayor jerarquía al que realmente ocupa. Es del todo posible que quien conduce el modesto auto del originario de Tabasco obtenga por sus servicios una compensación extra si cubre trabajos de mayor responsabilidad. Eso es entendible.
Lo que no tiene justificación es que se le haya proporcionado un vestuario en que el camuflaje es la única prenda, cambiándole el humilde overol de chofer por el elegante traje de subsecretario, intentando obviamente ocultar su verdadero rango. Lo grave es que, al perpetrar este chanchullo, deje al descubierto el lado oscuro de la personalidad de quien ha pregonado la austeridad casi como una virtud teologal. El que otros, de partido político diferente, hagan lo mismo o cosas aun peores, de manera alguna revierte la iniquidad que pueda significar apuntar como ocupante de un puesto a alguien para disimular que se le paga una suma muy por encima de lo que su trabajo merecería en circunstancias normales.
La incongruencia, de transportarse en un vehículo de poco gasto en combustible, ahorrando unos cuantos centavos, surge cuando el cochero contratado cobra un sueldo desproporcionado al trabajo que realiza. La marrullería: es ahí donde está el quid del asunto. A propósito, existe un refrán, nacido de la sabiduría popular, que dice: las cuentas claras y el chocolate espeso.