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La muerte la transforma

El País

Madrid, España.- Hay quien dice que los perros tienen dueños y los gatos, esclavos. Con los primeros apenas hay que alargar la mano para tener en la palma su afecto y hasta se niegan la huida cuando el trato lleva palo incluido. Con los segundos, esquivos y autosuficientes, hay que esforzarse para ganarse su confianza y su respeto.

Se deslizan con la confianza de tener siete vidas, de caer siempre de pie. Más allá del símil con el reino animal, quien no posee esa ventaja que roza la inmortalidad suele caminar con más miedo, con más modestia, incluso con debilidad y desconfianza. La muerte, para ellos, siempre acecha. Hasta el punto de que, a veces, hay que morir para empezar a vivir...

Patience Philips (Halle Berry) se mueve con esa sumisión perruna, con la mirada baja esperando el siguiente palo, buscando siempre el perdón por existir, con miedo hasta de respirar. Su trabajo como diseñadora gráfica en una importante marca de cosméticos la sitúa en un escalón por debajo de la dignidad frente a la presencia cool de una madura jefa ex modelo (Sharon Stone) y un director de moral quebrada (Lambert Wilson) que esconde un secreto vergonzante en la salida a la venta de un nuevo producto antienvejecimiento. Un secreto que Patience descubre y por la que es asesinada...

Y volvemos al inicio: morir para empezar a vivir. Porque si la de Patience era una vida perra, su vuelta de la muerte viene cargada de poderes gatunos: atrevimiento, fuerza, habilidad, seguridad y una agilidad que reta al vacío y a las limitaciones humanas. Su sorpresa al verse poseedora de semejantes rasgos de personalidad (sus pupilas, ahora rasgadas, ya no ven dueños, sino esclavos) encuentra respuestas en la sospechosa presencia de un gato mau egipcio en cada momento relevante de su vida... incluido en el de su ?resurrección?.

Su chapa de identificación conduce a Patience hasta la mística casa de Ophelia Powers (Frances Conroy, ganadora de un Globo de Oro por la serie A dos Metros bajo Tierra), extraña mujer rodeada de gatos que pronto se convierte en su mentora y en la clave para entender su destino (es ella quien le cuenta que murió, que no es la primera ni la única mujer a quien le ha ocurrido esto y quien le da una pista con rasgo mitológico: la diosa egipcia Bast, con cuerpo de mujer y cabeza de gato, es la protectora y vengadora de las mujeres).

Una vez informada, la transformación de Patience en Catwoman se presenta, primero, desde esa nueva personalidad insinuante, arriesgada, divertida, sexy y osada. Y segundo, en forma de rebelión, venganza y justicia. El nuevo formato, dos en una, es el anzuelo que muerde el detective Tom Lone (Benjamin Bratt), cautivado por la vulnerabilidad de la parte humana y por la sensualidad de la parte gatuna. Y si para él será complicado separar ambos perfiles, aún más lo será para la propia Patience, incapaz ahora de distinguir qué parte suya es la más real.

Semejante dualidad es la que arrastra cualquier superhéroe y Catwoman no es una excepción, aunque en sus orígenes no fuese concebida exactamente como una heroína. La mujer gato nació en 1940 como la antiheroína más seductora de Gotham City y como el punto cachondo que necesitaba Batman en un mundo gris sin demasiados estímulos sexuales.

Catwoman era, digamos, perversa (aparte de ladrona de joyas), pero nunca hasta el punto de matar o ser tan cruel como The Jocker. Así fue concebida por sus ?padres?, las firmas estrellas de DC Comics Bob Kane y Bill Fonger, creadores también de Batman (Bob lo creó, Bill le dio forma). Y así se ha mantenido, con más o menos variaciones, a lo largo de estos más de sesenta años de vida.

Esas variaciones han sido más estéticas que conceptuales, con especial diversidad en ?el traje?, que ha pasado por varias modificaciones tanto en versión cómic como en las televisivas (Julie Newmar, que luego fue sustituida por Eartha Kitt, vistió una ajustada malla de lurex en la serie en los años sesenta) y cinematográficas (desde Batman, en 1966, con Lee Meriwether, hasta Batman Regresa, en 1992, con Michelle Pfeiffer embutida en látex). Y la guinda se la lleva Halle Berry, que en esta última versión luce una especie de traje (jirones, podríamos decir) fabricados en cuero y silicona y cuyo elemento más destacado son las diez garras con punta de diamante, para las que se utilizaron casi 800 cristales incrustados en monturas de plata de ley.

Según el director, Pitof (éste es su debut norteamericano, tras su éxito Vidocq), el traje ?está diseñado para resaltar la parte sexy, mostrar mucha piel y otorgar un toque guerrero, de alguien dispuesto a la pelea?. Lo cierto es que la actriz, Oscar en 2001 por Monster?s Ball, ha tenido que curtirse en las artes de combate para dar vida a la mujer gato: desde la capoeira, un arte marcial brasileño que desafía la constitución humana (?¡y tuve que aprenderlo con tacones altos!?, recuerda Berry) hasta el látigo, con el que tardó semanas en lograr el chasquido, denominado ?de circo?, perfecto... El resultado muestra lo felino que puede llegar a ser el cuerpo humano.

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