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La muestra de cine: un festín de culturas insospechadas

Laura Orellana Trinidad

Según lo que reportan diversas investigaciones realizadas en México, más del 70 por ciento de las películas exhibidas en cartelera, así como en los videoclubes, es de origen norteamericano. Prácticamente es nula la presencia del cine europeo, asiático, africano e inclusive, latinoamericano. Esto realmente no constituye ninguna novedad, pero aún así debemos reflexionar sobre el impacto que este hecho tiene en nosotros: hemos asimilado el cine norteamericano como el cine y sus formas de producción como las únicas para este medio.

El problema es que, en términos generales (porque existen grandes excepciones), al cine hollywoodense se le dificulta muchísimo aceptar la diversidad cultural. Las cintas reflejan, una y otra vez, la exclusión sistemática de todo aquello distinto a la cultura WASP (White American Saxon and Protestant), es decir, la cultura del “blanco”, a pesar de que en sus entrañas conviven personas de cualquier origen del planeta. En sus películas puede aplicarse lo que Olivia Gall observa para la cultura occidental: la “aparente incapacidad de constituirse uno mismo sin excluir al otro y la aparente incapacidad de excluir al otro sin desvalorizarlo y, finalmente odiarlo”. Los estereotipos sobre latinos, indígenas, negros y asiáticos, mujeres y niños son una constante y su manera de entender las relaciones de intimidad, amistad, amor, la violencia, el sexo y la familia, muchas veces no corresponden a nuestro entorno cultural. Para el cine norteamericano, la idea de belleza es única (la suya) y las protagonistas chinas, mexicanas o africanas, son las que se apegan al patrón de aquel país.

En cuanto a la producción, ni la menor duda cabe que han desarrollado fórmulas que funcionan muy bien en la taquilla: la vinculación violencia/sexo, el romanticismo pegajoso en cintas dirigidas a los adolescentes y por supuesto las del género de acción, en donde siempre hay un peligro que los héroes (siempre actores reconocidos) deben resolver. Pero rara vez se arriesgan a plantear otra estructura y por lo general elaboran un guión bajo la teoría de los tres actos en la que se encuentra predeterminado el momento en que se presentan los conflictos.

En este sentido, las muestras internacionales de cine tienen una función poderosa: revelan que el ser humano es diverso, múltiple, con mil y una formas de resolver los problemas a los que se enfrenta; que existen culturas cuya forma de construir los procesos humanos son radicalmente distintos al nuestro. Que las formas cinematográficas pueden ser distintas a las de acción o de “happy end”; son películas, en las que algunos dicen que “no pasa nada” y es que no hay intrigas y conflictos, sólo la vida misma.

Los temas que presentan las muestras, no son los del cine norteamericano, o bien, los ojos están puestos en otros aspectos. En ellas hemos conocido al director iraní Majid Majidi, quien se ha propuesto con películas como Los niños del cielo o El color del Paraíso, “impactar a los niños” y realmente lo hace con anécdotas sencillas que les ocurren a ellos mismos; niños que tienen sus propias preocupaciones y saben resolverlas desde su óptica infantil. (Al parecer en Irán no abundan los niños hiperactivos e incontrolables al estilo de Más barato por docena o La guardería de papá). Por su parte, el cine danés o alemán ha incomodado a más de uno en la butaca, planteando situaciones tan crudas como la de Celebración, del director Thomas Vinterberg, en la que durante una fiesta del patriarca de una familia, uno de los hijos se levanta y lee un discurso en el que revela que su padre lo molestó sexualmente a él y a sus hermanos cuando niños: sólo el lenguaje es necesario para crear una verdadera tensión.

En estas películas, la mayoría de los actores son desconocidos: los directores los invitan de la calle a representar sus propios papeles y también por ello, están exentos del oropel que acompaña la mercadotecnia del cine hollywoodense.

Las muestras de cine exhiben cintas de lugares de los que, en ocasiones, no hemos oído ni hablar ¿Qué sabemos, por ejemplo, de Tadjikistán, país asiático que presenta en esta edición la película El ángel a mi derecha? Probablemente nada o muy poco. ¿Serán similares los problemas de inmigración de un georgiano en París o los de un ruso en Argentina, a los que tienen nuestros connacionales en Estados Unidos? Quizá podamos confrontarlo en Unas dulces mentiras y Vladimir en Buenos Aires. ¿Cuál es la experiencia de una niña afgana y su madre en el régimen talibán? La película Osama, coproducción de Afganistán, Japón e Irlanda, mostrará una historia basada en hechos reales, con una visión desde allá. ¿Qué conocemos de la figura popular brasileña Joao Francisco dos Santos, quien fue bandido, trasvesti, peleador callejero, prostituto y padre de siete hijos adoptivos y que luego se convertiría en Madame Satá, título de la película coproducida por Brasil y Francia? ¿Cuál es el proceso que experimenta un italiano declarado ateo, cuando se le informa que su madre está en camino de ser beatificada? Sin duda será algo difícil para el personaje principal de La hora de la religión.

Por otra parte, la cinta Salomé, del magnífico director español Carlos Saura, explora el momento en que Herodes, en su cumpleaños, le pide a su hijastra Salomé que baile para él. Ante su negativa, le ofrece cualquier cosa para que lo haga. Ella, encaprichada, le pide nada menos que la cabeza de Juan El Bautista. De Cuba veremos Nada, una versión caribeña de Amélie, pues el personaje principal trabaja en una oficina de correos y cambia los contenidos de las cartas para que sus receptores sean más felices. México siempre ocupa un lugar preponderante en esta demostración. En esta ocasión la directora Marcela Arteaga trae Recuerdos, cinta que por cierto, tardó cinco años en producción debido a problemas económicos, y presenta una reflexión sobre el exilio y las guerras de la mano de un personaje real, quien después de recorrer varios países, llegó a México.

Estas dos semanas son un buen momento para desintoxicarnos del cine de “siempre” y es una oportunidad para asistir a un festín de culturas, a experimentar un diálogo intercultural con propuestas diferentes; muchas de ellas invitan a la reflexión, al ensimismamiento, al diálogo interior que enriquece, pero que no por eso dejan de entretenernos.

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