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La nueva corrupción

Jorge Zepeda Patterson

Raúl Muñoz Leos, ex director de Pemex debió dejar el puesto por las veleidades quirúrgicas de su mujer, pagadas por el erario. Carlos Flores perdió su flamante puesto porque confundió su posición en la OCDE en París con un sultanato. Carlos Ímaz y René Bejarano están en la cárcel por el videodrama de todos conocido.

Pareciera que la corrupción no se crea ni se destruye, sólo se transforma. Se suponía que el régimen de alternancia dejaría atrás la corrupción, pero no ha sido así. Cuando fueron partidos de oposición el PAN y el PRD construyeron su camino al poder en gran medida gracias a su cuestionamiento de las prácticas viciadas de los Gobiernos priistas. Pero, ahora que ambos son Gobierno, tanto el PAN como el PRD han hecho de la vida pública un largo rosario de escándalos de abuso y deshonestidad (no los aburro con el recuento).

Y no obstante, me parece que hay algo distinto entre la corrupción de antes y la de ahora. Primero, porque la sociedad es otra: mucho más vigilante y exigente que antes. Simplemente este hecho hace que la clase política tenga que ser mucho más discreta y cuidadosa a la hora de acelerar su enriquecimiento inexplicable. La normatividad y el control del presupuesto no existían en tiempos de Uruchurto y mucho menos las cámaras de video.

La “telecracia”, como diría Bejarano y la existencia de partidos de oposición en franca competencia, hace que el menor descuido de un funcionario sea aprovechado para ser exhibido de manera automática. Así pues, aunque parezca un comentario aguafiestas en medio de este festín de escándalos, lo cierto es que la corrupción ha disminuido en frecuencia de casos y en la magnitud de los montos. Pero sobre todo, ha cambiado la actitud de los que incurren en ella.

Curiosamente, el acto más grande de corrupción en la historia reciente del país lo cometió el presidente más honesto de la era moderna: Ernesto Zedillo. Es sabido que frente a las fortunas de sus antecesores, Zedillo fue un funcionario austero que se caracterizó por un manejo discreto de sus finanzas personales. Y sin embargo, el Fobaproa constituyó por su magnitud el robo más grande que un grupo de individuos haya realizado en contra del erario. Los banqueros se repartieron un botín que haría palidecer las fechorías de cualquier gobernador o secretario de Estado de los tiempos legendarios de la gran impunidad. Zedillo creyó que beneficiaba al país haciendo un rescate de la banca que resultó oneroso y que los banqueros utilizaron para borrar prácticas indebidas y para apropiarse de márgenes de utilidad que no les correspondían. Personalmente estoy convencido de que Zedillo no llevó “tajada” en este atraco, pero eso no le quita responsabilidad moral.

De la misma forma, estoy convencido de que Bejarano e Ímaz sabían que estaban participando en un acto ilícito, pero al que atribuían propósitos esencialmente políticos. No hay evidencias de que el dinero que se embolsaron a la vista de las cámaras, haya terminado en sus cuentas bancarias.

Llama la atención que las riquezas acumuladas por la familia Bejarano-Padierna sean relativamente modestas comparadas con la importancia de los cargos públicos que han detentado. Ella, Dolores Padierna, diputada y jefa de Delegación en la Ciudad de México. Él, diputado y director general de Gobierno con Cuauhtémoc. Pero sobre todo comparado con las fortunas que solían acumular funcionarios de ese nivel. El caso es que, sea porque la esconden muy bien o porque en efecto no tienen riqueza, la pareja del momento vive de manera discreta y sus ahorros son los de la clase media.

El error de Bejarano, como el de Ímaz, es creer que hay razones de Estado que justifican un comportamiento ilícito. Paradójicamente, eso los hermana con alguien tan opuesto como puede ser Ernesto Zedillo, quien creyó que la enfermedad justificaba la peor medicina. Por distintas razones, ambos actuaron.

En cambio, el caso de los panistas abusones es diferente y mucho más pedestre. En 1996 vi caer al presidente municipal de Zapopan, Daniel Ituarte, un empresario exitoso metido a la política, debido a que compró varias docenas de patrullas en la concesionaria de su compadre porque le hizo un buen precio, así es que no vio la necesidad de licitarlas. “La normatividad está hecha para los que roban”, aseguró y renunció despechado. No creo que Muñoz Leos o Francisco Barrio hayan desviado dinero a sus cuentas, pero abusaron de los recursos públicos para necesidades personales.

He podido observar en varios panistas resabios de la actitud de aquel munícipe de Zapopan. Creen que porque no llegaron a robar, como sus antecesores, pueden violentar las normas y darse sus gustos para compensar los “tragos amargos” y los bajos sueldos de la función pública. Desde luego están equivocados.

Así pues, por una distorsión u otra, panistas y perredistas han sido objeto de escándalo y oprobio. Desde luego, sigue habiendo casos de corrupción de corte tradicional: Los Ponce y similares, que roban por simple codicia y debilidad. Pero las nuevas motivaciones son igualmente reprobables; trátese de soberbia moral, como el caso de los panistas que creen que están por encima de las normas (“porque son honrados”) o el de los perredistas que consideran que la política es más importante que la Ley o la ética. Ambas hay que erradicarlas.

(jzepeda52@aol.com)

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