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La pared del callejón

René Delgado

Si el Gobierno Federal está jugando a eliminar a como dé lugar al más fuerte precandidato presidencial, que después no ponga cara de asombro si a un loco solitario se le ocurre ponerle fin de un balazo a ese pleito. Si el Gobierno capitalino insiste en actuar conforme a Derecho sólo cuando así convenga a sus intereses, que después no venga con la catilinaria de su fervor por el Estado de derecho.

La política y el derecho viven unos de sus peores días. La forma en que se conduce la primera y la forma en que se aplica el segundo llevan a una crisis de donde saldrá lastimada la transición democrática o debilitado el Estado de Derecho o ambos.

Los gobiernos federal y capitalino se metieron en un callejón y cada vez se ve más cerca la pared que lo limita. De ahí lo que sigue es la polarización y, luego, la violencia.

Con eso están jugando Vicente Fox y Andrés Manuel López Obrador y con eso están vulnerando las certidumbres política y jurídica que exige un régimen democrático de Derecho y requiere el desarrollo.

*** Ninguno de los dos, ni Vicente Fox ni Andrés Manuel López Obrador, recuerdan lo que pasó en 1994, hace diez años. Ignoran o quieren ignorar que el violentamiento de la política y el desapego al Estado de Derecho le abrieron el espacio a la violencia que terminó por cegar la vida de Luis Donaldo Colosio y le costó política y económicamente mucho al país.

Si el Gobierno Federal está jugando a eliminar a como dé lugar al más fuerte precandidato presidencial, que después no ponga cara de asombro si a un loco solitario se le ocurre ponerle fin de un balazo a ese pleito. Si el Gobierno capitalino insiste en actuar conforme a Derecho sólo cuando así convenga a sus intereses, que después no venga con la catilinaria de su fervor por el Estado de derecho.

Vicente Fox y Andrés Manuel están jugando con eso. El uno vulnera la política, el otro vulnera el Estado de Derecho y por esa vía, la sustancia de su discurso es una oda a la violencia. Deben tenerlo claro.

Si grave es eso no menos lo es que otros actores, supuestamente nuevos, ya estén actuando en la misma lógica. ¿A qué apuesta el “Candidato ciudadano” Jorge Castañeda, cuando declara: “creo que hay que ganarles a la buena, a la mala y de todas las maneras posibles”? ¿Cuál es la diferencia entre ese “Ciudadano” profesional y el político profesional al que tanto critica? ¿Sabe Castañeda lo que alienta con ese tipo de expresiones, aunque después justifique su dicho argumentando que lo que intenta es discutir propuestas?

*** Una diferencia con 1994 que, al parecer, también ignoran Vicente Fox y Andrés Manuel López Obrador es que, a diferencia de Luis Donaldo Colosio, el actual precandidato presidencial perredista sí cuenta, guste o no, con bases populares. Cuestión de leer las encuestas de Reforma en torno al índice de popularidad que preserva López Obrador pese al “complot” y en torno a la percepción que se tiene, como maniobra política, del juicio de procedencia en su contra que solicitó la Procuraduría General de la República.

Si bien el homicidio de Luis Donaldo Colosio, la renuncia de week-end del entonces secretario de Gobernación, Jorge Carpizo y el homicidio de José Francisco Ruiz Massieu significaron una fuga de capitales que, de acuerdo con el Banco de México, se cifró en 16 mil 500 millones de pesos, Carlos Salinas de Gortari logró controlar relativamente los efectos políticos y sociales de esa violencia. Pudo hacerlo por dos razones: una, sabía moverse inteligentemente en el campo de la perversión política y, dos, aquel pleito por el poder se ubicó todavía en el campo de la élite política. En breve, Luis Donaldo Colosio no tenía o tenía muy poca base social.

Quizá esa diferencia sí la tenga presente Andrés Manuel López Obrador, pero asumir el rol del héroe o del mártir no lo hace un buen político y mucho menos un hombre de Estado.

*** Otra diferencia de la atmósfera de hace diez años con la de ahora es que ni Vicente Fox ni Santiago Creel ni ninguno otro de los operadores presidenciales tienen la experiencia, la inteligencia, los contactos ni la destreza para moverse en el campo de la perversión. Caen ellos mismos en las trampas que tienden, se tropiezan cuando intentan poner una zancadilla.

En este punto, no hay mucho qué decir. En el afán de aprovechar la oportunidad de tener encima reflectores y micrófonos, Santiago Creel parece más el portavoz presidencial que el responsable de la política interior y si piensa que presentarse como un protagonista en el pleito lo fortalece como precandidato presidencial, en el fondo, se equivoca. En el mejor de los casos, empata el marcador con López Obrador: ni aparece como un buen político ni como un hombre de Estado, queda como un aprendiz de brujo. Santiago Creel aparece, como aquel viejo símbolo de la RCA Víctor, oyendo la voz del amo con el agregado de que el amo no es muy atinado en lo que dice.

Desde esa perspectiva, Vicente Fox y Santiago Creel sin tener dominio de la política lo único que pueden estar provocando es abrirle la puerta a los factores reales de poder que, sin duda, si ven en riesgo la estabilidad política y una colección interminable de pleitos que cancelan la posibilidad de mirar al país en perspectiva, terminarán por imponer decisiones por encima del deseo y la ilusión presidenciales.

*** Señalar todo lo anterior no hace de Andrés Manuel López Obrador el esforzado muchacho bueno pero incomprendido de la película. Nada de eso.

No ahora, de tiempo atrás el jefe del Gobierno capitalino dio muestra cabal de su desprecio por el Estado de Derecho. Llegó al exceso, hoy hecho realidad, de decir que prefería que se le juzgara por desacato que por cómplice de las transas de las que el pueblo está cansado. Pero no sólo fue esa la muestra que dio en ese sentido. Reiteradamente y bajo el supuesto de valor de la justicia, dejó ver su desprecio por el Derecho.

Del plebiscito hizo, a través de las consultas a su estilo, una burla a la opinión pública. Del Consejo de Transparencia hizo un fideicomiso de su credibilidad. De las recomendaciones de la Comisión de Derechos Humanos, una opinión inatendible. De la política social, un recurso del culto a su personalidad y alimentario de su popularidad. De los segundos pisos, una magna obra desconectada de un concepto de ciudad. Del recurso del bando, una legislación muy personal. Del decreto, una herramienta para ajustar la Ley a modo.

No puede ahora venirse a colocar en el papel de la víctima, sin reconocer que él mismo se esforzó denodadamente por ocupar ese lugar.

*** El hecho es que las cabezas de ambos gobiernos -federal y capitalino- a base de golpes avanzan al final de un callejón.

En su avance, muy poco les ha importado poner en juego incluso relaciones con las que México no puede jugar, como son las relaciones con Estados Unidos y con Cuba. Han puesto en juego la procuración de la justicia convirtiéndola, según de quien se trate, en un instrumento para castigar o perdonar a capricho. Que un jefe de Estado diga al jefe de un Gobierno que, en vez de hablar con él, se refiera al ministerio público; o que un jefe de Gobierno deshoje una averiguación previa ajena en defensa propia, habla muy mal de Vicente Fox y de Andrés Manuel López Obrador.

Inclinarse a favor del uno o del otro, considerando los valores, las instituciones, las políticas que han adoptado como armas de su pleito, es imposible a menos de que, siguiendo su propio juego, la preferencia por uno o por otro se finque en la filia o en la fobia. Ambos han vulnerado la confianza, la credibilidad, la certidumbre política y jurídica y no hay por qué entrar a su juego.

No se les puede creer a Vicente Fox ni a Andrés Manuel López Obrador, a Santiago Creel ni a los procuradores Rafael Macedo de la Concha y Bernardo Bátiz. No se le puede creer a Roberto Madrazo que, ahora, pese a su largo currículum, se presenta como la voz sensata que no suda calenturas ajenas ni propias, siendo que en buena medida la subcultura de la corrupción y la perversión es herencia tricolor. Tampoco se les puede creer a personajes de uno y otro bando que, en el silencio que hoy guardan, ocultan el interés de sacar raja del desastre político. En su nivel, cada uno de esos actores ha venido vulnerando hasta el valor de la autoridad y el país se está quedando sin autoridades.

Antes, la ausencia de autoridad política y moral en los políticos se pudo suplir en un momento con el ombudsman; en otro, con el presidente del Instituto Federal Electoral y en alguno más -no el de ahora-, con el presidente de la Suprema Corte. Hoy, ni siquiera esas otras autoridades aparecen en el horizonte y no deja de ser curioso que el valor de la autoridad comience a fincarse en el gobernador del Banco de México o en algunas otras voces pero sin mucha fuerza.

*** El problema del desaseo político y jurídico, en que los gobiernos de Vicente Fox y Andrés Manuel López Obrador se han venido internando en ese callejón, es que están perdiendo la posibilidad de encontrar una solución.

Hoy, si el desafuero y la eventual inhabilitación de Andrés Manuel López Obrador termina en un arreglo político que sacrifique el Derecho y salve a la figura, la salida al problema no será una solución. Si, por el contrario, se aplica con rigor el Derecho que ha sido ya torcido, se va a atropellar a la política y de nuevo, la salida no será una solución. Una u otra opción son graves en extremo y, por cómo se maneja la política y por cómo se aplica el Derecho, se avanza inexorablemente a la inestabilidad política o a la incertidumbre jurídica. Se avanza al final del callejón.

Vicente Fox y Andrés Manuel López Obrador deberían tomar nota de que, por cada paso que dan hacia la pared del callejón, acendran una atmósfera propicia a la polarización y a la violencia, contraria a la posibilidad de sentar las bases mínimas necesarias de Gobierno y desarrollo que requerirá el próximo presidente de la República, cualquiera que éste sea, si no se quiere ver cómo se pierde otro sexenio.

Cada día que transcurre sin una solución que reponga la política y respete el Derecho, deja ver -más allá de la formalidad- su inhabilitación y su incapacidad para evitar un descarrilamiento, para conjurar una atmósfera violenta que en forma alguna arrojará frutos. Deja ver que panistas, perredistas y priistas han hecho, de la legítima lucha por el poder, un concurso de demolición de la República para hacer de las ruinas el trono de su ambición.

Pueden regocijarse, divertirse y distraerse en ese concurso, pero que después no vengan con el discurso del arrepentimiento, lamentando los vientos de polarización y violencia que sembraron siendo que, hoy, todo indica que cada actor político trae esas semillas.

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