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La Pasión de Cristo/Diálogo

Yamil Darwich

Los creyentes del mundo cristiano conmemoraremos un aniversario más de lo que es la “Piedra fundamental” de nuestra religión: “La Pasión de Cristo”.

Aún en nuestros días, este tema sirve de inspiración para investigadores y discusión de teólogos que se devanan los sesos tratando de comprender el enorme mensaje que encierra el sacrificio de la parte corporal del ser Dios de los creyentes cristianos, que nos sumamos en miles de millones y que aún, pasados los siglos, seguimos tomándolo como un ejemplo digno de imitar, aunque realmente hagamos poco por lograrlo; aunque claro, existen muchas excepciones.

La conceptualización de “La Pasión de Cristo” es también masa crítica para ser manejada con provecho económico por los magos del séptimo arte, que dirigidos por el actor Mel Gibson, que en esas cosas de hacer llorar sabe mucho, presentan a un Jesús vencido, agredido por los judíos ofendidos y temerosos, aparentemente derrotado; finalmente muerto por los hombres, aquéllos por los que luchó y predicó durante casi tres años, luego de treinta de estudio y preparación para el servicio, para terminar con su gloriosa resurrección, a la que por cierto sólo le otorgan unos pocos segundos de película.

Nunca ha existido ni existirá una imagen de líder que soporte pruebas tan extremas como las que ha superado Jesús, el Cristo, el Hijo de Dios.

Casi 2000 años de análisis, crítica, aceptación o rechazo, ataque, negación o confirmación por todo tipo de estudios, han producido el resultado: El fortalecimiento de su mensaje, que aún por quienes dicen ser ateos es reconocido como el más rico y bello ejemplo de amor. Millones de biografías vendidas, muchas más que ningún libro sobre cualquier personaje lo respaldan. (Cuatro evangelios reunidos en un tomo conocido como “La Biblia”).

Actualmente se han recrudecido las discusiones sobre el personaje, con la influencia de las distintas tendencias de seguidores y detractores; unos que insisten en tratarlo desde el plano únicamente histórico y biográfico, otros como Dios; todos con publicaciones de libros, artículos y exhibiciones de películas que renuevan las preguntas: ¿Fue realmente el Dios vivo? ¿Era un ser humano con características sobresalientes envuelto con la fama y manipulación de intereses? Con discrepancias que persisten: ¿Fueron los judíos quienes promovieron su muerte? o ¿Sólo fueron los sacerdotes, nobles y gentiles, que al verlo como enemigo a sus intereses planearon y lograron su crucifixión? Todavía más, hay quienes discuten si Jesús existió o simplemente es una leyenda construida por los hombres. Ni qué decir de los que hablan de su muerte, si se verificó o no en esas fechas; o sobre su vida social, familiar y religiosa. Sin duda es tema de controversia, embelesante, atrayente... irresistible.

A través del tiempo las posturas y propuestas han aparecido en uno y otro sentido, pero una sola cosa ha sido permanente: Su acendrada influencia para la concepción de lo bueno y lo malo; lo aceptable y lo que no lo es; lo natural y lo antinatural para la condición humana en un medio social como el nuestro, con múltiples influencias en términos de jerarquización de los valores humanos, sociales y hasta trascendentes.

Sin duda que fue un ser rebelde que se oponía a muchas costumbres de su tiempo, que igual que ahora, se caracterizaban por el trato injusto e inequitativo; en general, con marcadas diferencias de calidad de vida entre los que tienen todo o casi y los que no.

Muy posiblemente recibió una educación en la fe en términos del fundamentalismo escénico, secta que se oponía a la desvirtuación de las enseñanzas de Dios, las que mal utilizaban los fariseos (los ricos, cultos y poderosos) en beneficio propio. También es casi seguro que era bien aceptado por los zelotes, judíos guerrilleros y radicales que encabezados por Barrabás le habían ayudado a atacar a los vendedores del templo y destruir sus mercancías puestas a la venta.

También fue un revolucionario que con las ideas y las palabras, inteligentemente bien utilizadas, sabía evidenciar a los doctores de la Ley, que luego de tender redes sofistas terminaban enredados en ellas.

Fue un “rompedor” del sistema y la jerarquización de los valores de la vida social judía: Se negó a condenar a los pecadores y llegó a defender con aplomo y energía a las prostitutas; rechazó el repudio que tenían a los enfermos contagiosos, por los que muchas veces se detuvo en el camino para escucharlos, atenderlos, curarlos, e invitarlos a unirse a su grupo.

No aceptó reprobar las actitudes de los judíos que se relacionaban con los extranjeros, como el caso del publicano Mateo, odiado por trabajar para los romanos cobrando impuestos y que terminó siendo uno de sus más estrechos colaboradores (apóstoles) y primer biógrafo.

Sobre todo se negó al ciego cumplimiento de la Ley de Moisés, cuando ésta se anteponía al principio de lo bueno y hasta necesario para los hombres y cuando fue necesario rompió las reglas agobiantes que imponían los fariseos a los demás, dejando a los suyos recolectar y comer en el día de descanso, o curando a los enfermos en sábado, quitándoles el dolor físico aún cuando fuera prohibido hacerlo en ese día, por interpretaciones estrictas de lo escrito.

Después de dos milenios las cosas no han cambiado: Las injusticias y diferencias de trato y oportunidades; el mayor abismo entre ricos y pobres, la iniquidad en la aplicación de la justicia y otras muchas “pestes” humanas persisten, algunas pareciera que hasta se han acrecentado.

Estará de acuerdo conmigo que este Jesús no era “una perita en dulce” y sí un “personaje muy incómodo y subversivo” para la sociedad y lo establecido de ese tiempo. Con todo, tiene un lugar preponderante en la historia y pasados los siglos sigue presente en nuestras conciencias, como ejemplo de lo bueno y correcto.

Con toda intención le escribo este “Diálogo” en los días de “Semana Santa”, la que por cierto lo es menos con cada año que pasa, sabedor de que, a pesar de las fiestas y los viajes, aun para quienes somos más impermeables a este tipo de mensajes, algo deberemos aceptar o al menos nos habremos sensibilizado un poco para otorgarle tiempo a estas reflexiones.

¿Qué nos corresponde hacer?; nada especial, sólo permitirnos ser nosotros mismos, pero con la gran oportunidad autootorgada de regalarnos un momento de reflexión sobre nuestro propio desempeño terrenal, de cara a este testimonio del Dios que encarnó como ser humano y seguir adelante, intentando honestamente ser mejores, luego de pasados estos días de reflexión y merecido descanso. Lo invito a que provoque el “Diálogo” con sus cercanos.

ydarwich@ual.mx

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